Carlos III no gana para sustos. A punto de cumplir setenta y seis años, tiene abiertos mil frentes y todos de una complejidad enorme. El último, la salud no solo propia, sino la de su esposa Camila, quien acaba de anunciar que abandona momentáneamente la vida pública por una infección en el pecho. Arrastra otros problemas desde hace tiempo, como la gélida relación con su hijo, el príncipe Harry, tras el 'Megxit' –la traumática ruptura de los Duques de Sussex con la Casa Real británica– o la polémica vinculación de su hermano Andrés con el Caso Epstein, un asunto peliagudo que provocó un nuevo cataclismo en los Windsor. De hecho, en 2019 se le retiró de los actos oficiales de la Corona inglesa por lo que ya no representa, ni representará a la misma. Junto con esta medida, que dolió especialmente a su madre, la Reina Isabel II, se le pidieron una serie de movimientos de los que ha hecho caso omiso. En especial, que abandonara la residencia de Lodge Royal, su vivienda oficial desde 2004. Como esto no se ha llevado a cabo, y el príncipe Andrés se aferra a esa casa del siglo XVIII, con treinta habitaciones, que un día habitó la Reina Madre, el príncipe Carlos le pone contra las cuerdas y le retira la asignación anual que, hasta ahora, se le estaba concediendo: un millón de libras anuales. Es decir, casi un millón doscientos mil euros.
Lo anterior ha trascendido porque el biógrafo real, Robert Hardman, un auténtico especialista que lleva tres décadas escribiendo e investigando sobre los Windsor, publicará en los próximos días un nuevo libro sobre la Casa Real británica. En este caso, el volumen está centrado en la figura de Carlos III: Charles III: New King. New Court. The Inside Story. Según revela Robert Hardman, cuyos libros sobre la Reina Isabel II se convirtieron en best-sellers en todo el mundo, el nuevo Soberano dio instrucciones precisas para cortar la paga vitalicia que recibía el duque de York. El razonamiento podría ser el siguiente: si ya no representa a la Corona, lo cual era su trabajo, ya no tiene por qué recibir una asignación anual. Robert Harman revela este dato apoyándose en la confirmación por parte de una fuente palaciega: “El duque ya no es una carga financiera para el Rey”.
La 'rebeldía' del príncipe Andrés
Muchos han querido ver en la retirada de la asignación al príncipe Andrés una medida disuasoria ejecutada por Carlos III para que su hermano recapacite y se vaya de Lodge Royal, tal y como se le solicitó. No obstante, la petición de la Corona británica al Duque de York, para que abandone la fabulosa propiedad de Windsor Great Park, viene de lejos.
El Monarca lleva más de un año solicitando a su hermano que deje esta propiedad en la que vive con su exesposa, Sarah Ferguson, y con los dos corgis de Isabel II. El Duque de York hace oídos sordos. Al parecer, no está de acuerdo en el posible destino que le aguarda: Frogmore Cottage, el antiguo hogar de Harry y Meghan. La petición de Carlos III a su hermano no es fruto de un capricho del Soberano, sino que se sustenta en dos razones. Por una parte, tal y como apuntan algunos medios británicos, porque el Rey podría haber pensado en Royal Lodge como futura residencia de los Príncipes de Gales y sus hijos; por otra parte, y más pragmática, porque los gastos de mantenimiento de Royal Lodge exceden las capacidades económicas del príncipe Andrés quien, año a año, ha visto cómo sus ingresos se han ido mermando estrepitosamente.
En 2019, dejó de recibir dinero público; después, se revisó la asignación económica que tenía de los fondos privados del ducado de Lancaster, unos doscientos ochenta y tres mil euros al año y, finalmente, se le ha retirado el último gran apoyo económico que recibía. Cuando el príncipe Andrés accedió a Royal Lodge lo hizo si cumplía con una condición innegociable: al tratarse de un edificio histórico debía hacerse cargo de su mantenimiento. Esto último, dadas las dimensiones de la vivienda y la calidad de sus materiales, se ha hecho inviable. Hace poco más de un año, la mansión requirió unos arreglos en el techo y el Duque de York los asumió: el coste de estos trabajos de mantenimiento ascendió a más de doscientos treinta mil euros.
Por mucho que el Rey Carlos III haya buscado una solución pacífica, todo apunta a que su hermano, el príncipe Andrés de Inglaterra, no da el brazo a torcer e insiste en que se cumplan los términos del contrato de arrendamiento que firmó, en 2003, por setenta y cinco años; claro que aquello fue antes del Caso Epstein, aquel por el que su imagen se vio gravemente dañada.
Antes del verano, una fuente cercana al Palacio de Buckingham explicó a The Times que “desafortunadamente, si Andrés no quiere irse dentro de un plazo razonable, el Rey podría verse obligado a reevaluar el apoyo que le proporciona. El duque tendría que pagarlo todo con su dinero: seguridad, alojamiento y estilo de vida, algo insostenible a largo plazo. La tolerancia la paciencia tienen plazo”. El ultimátum del Rey Carlos III se va ejecutando sin prisa, pero sin pausa. Sin duda, el Soberano se debate, como le ocurrió a su querida madre, entre el sentido extremo del deber con la Corona y sus ciudadanos, y el afecto a su hermano.
La imagen de la ruptura
En noviembre de 2019, Isabel II atravesó por una de las pruebas más difíciles de toda su vida: redefinir el papel de su hijo Andrés dentro de la Monarquía inglesa. Cuando saltó todo el escándalo de las turbias fiestas de Jeffrey Epstein, y de la relación de este con el príncipe Andrés, la opinión pública inglesa puso el grito en el cielo. Después de muchas intrigas palaciegas, el Duque de York emitió un comunicado oficial anunciando que se apartaba de la Corona, para no salpicar a la institución monárquica con sus acusaciones de acoso sexual: “En los últimos días me ha quedado claro que las circunstancias relacionadas con mi asociación anterior con Jeffrey Epstein han causado importantes problemas en el trabajo de mi familia y en el valioso trabajo que se lleva a cabo en las muchas fundaciones y organizaciones benéficas que estoy orgulloso de apoyar. Por lo tanto, le he pedido a Su Majestad poder alejarme de los deberes públicos y ella me ha dado su permiso”, comenzaba su comunicado.
Fueron momentos muy raros, en los cuales Isabel II se debatió entre la conveniencia de proteger a la Casa Real de los escándalos y su deseo, como madre, de defender la presunción de inocencia de su hijo. Al final, la Reina tomó una decisión salomónica: aceptó apartar al príncipe Andrés de la agenda oficial –a la que no ha regresado–, aunque le mostró su apoyo en el ámbito de lo privado. Cuarenta y ocho horas después del comunicado con el que el príncipe Andrés presentaba su renuncia, se vio a Isabel II con su hijo paseando a caballo por los alrededores del Castillo de Windsor.
Han pasado cinco años desde la formación de un gabinete de crisis en el Palacio de Buckingham tras la comentada entrevista del Duque de York en la BBC, el 16 de noviembre de 2019. El hijo de Isabel II no calibró la repercusión que tendrían sus declaraciones sobre su relación con el millonario, que había sido acusado de tráfico sexual. Tan pronto como las empresas, que patrocinaban causas en las que estaba implicado el Príncipe, escucharon sus palabras retiraron ipso facto los apoyos.
Cuando Carlos III ascendió al Trono, manifestó que su intención era mantener una monarquía “moderna y eficiente” lo que, entre otras medidas, implicaba reducir los gastos de los miembros menos activos de la Familia Real Británica. El padre de las princesas Eugenia y Beatriz se aprieta el cinturón, pero se niega a salir del que ha sido su domicilio en las últimas dos décadas. Por su parte, su hermano busca la manera de hacer cumplir su deseo sin que se abran más fisuras en su familia.