Sarah Ferguson ha cumplido este 15 de octubre los 65 años y lo ha hecho convertida ya en un sinónimo de resiliencia dentro de la Casa Windsor, una familia nada fácil para las mujeres que entran en ella por matrimonio. Sin embargo, la duquesa de York está hecha de otra pasta. Es fuerte, genuina y perseverante. Ella también vivió el auge de los tabloides británicos y cayó en sus trampas, padeció la cultura de la cancelación mucho antes de que tuviera nombre y fue excluida de la Familia Real hasta que su sobrino, el príncipe Harry, le tendió la mano. Hace décadas que no es Alteza Real, pero sigue viviendo con la realeza; hace décadas que no tiene agenda oficial, pero sigue presente en la vida pública. ¿Su fórmula? Resistir, acatar la decisiones de la Corona sin armar revuelo y aprender que la lealtad, también a una misma, está por encima de todo.
La duquesa de York -título que mantuvo después de su divorcio del príncipe Andrés- no para de repetir que está en el mejor momento de su vida, convertida en abuela de tres niños y con el cuarto en camino, después de que se anunciara el embarazo de Beatriz de York. Parte de esa sensación viene de la batalla que ha librado en este último año tras serle diagnosticado un cáncer de mama, y, seis meses después, un melanoma maligno. “El cáncer me dio una patada en el trasero y me dijo: Bien, ¿vas a empezar a vivir ahora, a los 64 años, o vas a seguir sin vivir del todo? No tienes que ser lo que todo el mundo quiere que seas: sé tú misma. Una de las únicas personas que me caló fue la Reina Isabel II y, antes de morir, me dijo: Sarah, ser tú misma es suficiente. No he mostrado bien mi enorme personalidad, porque he intentado mantenerla tapada: Es demasiado o cállate, nadie quiere oírte”, confesó Sarah Ferguson a la revista ¡HELLO! hace menos de cuatro meses. Puede parecer una frase hecha, sé tú misma, pero no en su caso. Lo suyo siempre ha sido supervivencia en estado puro: intentar encajar donde pocos encajan para al final permanecer tres décadas en la línea que separa a los miembros de la realeza de los que ya no lo son.
Corría el año 1992 cuando comenzaron las desavenencias entre ella y el príncipe Andrés, y en 1996 firmaron el divorcio en medio de una gran polémica a raíz de unas imágenes de la duquesa con su asesor financiero. Esa fue su primera caída pública, pero también es cierto que desde su llegada a la Casa Real británica en 1986 había sido sometida a la misma presión que sufren todas aquellas que no son princesas de cuna. Siempre comparada con Diana de Gales, Sarah Ferguson contaba con una baza a su favor, tanto ella como el príncipe Andrés, formarían un núcleo duro ajeno a cualquier contingencia. “Ser madre es el único trabajo que sé que he hecho muy bien. Como mamá se fue cuando yo tenía once años, sabía que era algo que nunca querría hacer…”, confesó la duquesa en la citada entrevista. Así que Sarah nunca se fue, incluso cuando la imagen oficial era la del príncipe Andrés como divorciado y padre de dos hijas.
Entonces Beatriz y Eugenia de York eran unas niñas y podrían haber sufrido situaciones similares a las que el príncipe Harry denunció en sus memorias, el verse atrapadas en una guerra entre sus padres, la institución y lo que el público espera de ellas, pero, hasta donde se sabe, eso no pasó. Si bien de forma oficial Sarah Ferguson no tenía presencia y tampoco era invitada a citas familiares, se cuenta que fue el duque de Edimburgo el que “decretó” su salid, de puertas para dentro ella seguía siendo la compañera del príncipe Andrés y, por encima de todo, la madre de dos princesas británicas. Tuvo que pasar mucho tiempo fuera del plano, pero al final los York lograron recuperar la presencia de Sarah Ferguson y fue gracias a dos factores: la invitación oficial que Harry le brindó con motivo de su boda, un gesto que no tuvo el príncipe Guillermo, y, por otro lado, el hecho de que Eugenia y Beatriz de York se hubieran hecho mayores y ganado el apoyo de los británicos por su discreción y predisposición a ayudar a Isabel II, así que el regreso de su madre se comentó pero no se discutió.
Si alguien tenía alguna duda de que Sarah Ferguson era la pieza angular de los York, su papel cuando saltó el caso Epstein lo puso fuera de toda duda: había que mantener el timón. Al margen de la vinculación, nunca juzgada gracias a un acuerdo extrajudicial, entre Jeffrey Epstein y el príncipe Andrés, lo que hizo la duquesa de York fue dar un paso al frente, justo cuando su ex estaba en caída libre. Así fue como Isabel II comprendió que cuando ella ya no estuviera para proteger a su hijo favorito, Sarah Ferguson lo haría.
Sarah Ferguson: 'Ser madre es el único trabajo que sé que he hecho muy bien'
Otro gesto que delató la confianza final que Isabel II tenía depositada en los duques de York es que dispuso que tras su muerte sus queridos corgis, Sandy y Muick, que en teoría descienden de los perros que tenía la propia reina Victoria, se quedaran en la familia del príncipe Andrés y Sarah Ferguson. “Sandy me sigue a todas partes, cree que soy la Reina”, explicó la duquesa de York en esa entrevista.
A sus 65 años y con la emoción de un nieto en camino, que se sumara a los tres que ya tiene, Sienna Elizabeth, August Philippe y Ernest George, esta contenta de haber escrito casi medio centenar de cuentos infantiles, orgullosa de su familia y de su propia capacidad para convertir todo en alegría. Habla de Carlos III como un rey moderno y mide mucho su palabras sobre la Corona, siempre evita cualquier tipo de polémica y ni una referencia al enfrentamiento que mantienen los dos hermanos por la casa en la que ella misma reside y comparte con el príncipe Andrés, dentro de los terrenos de Windsor. Sarah Ferguson sabe que la lealtad y la unión familiar le han hecho resistir todo tipo de tormentas y a descubierto que Isabel II tenía razón, es suficiente con ser ella misma.