Como imaginar en los tranquilos años ochenta o en los escandalosos noventa que Camilla iba a celebrar su 77 cumpleaños con la corona de Estado de Jorge IV en su cabeza y junto a Carlos III en el acto de mayor relevancia institucional que se reserva al soberano: la solemne apertura del Parlamento británico en el Palacio de Westminster. Es posible que ni ella misma lo imaginara cuando llevaba una vida tranquila como ama de casa de clase alta en una pequeña localidad del condado de Wiltshire, a dos horas de Londres, disfrutando de sus hijos, de sus caballos y de una anónima vida social. En contra de todo pronóstico, Carlos III consiguió su propósito de llegar al trono con la mujer que amaba y ella, que ya ha derribado todos los muros, es posible que pase a la historia como la reina inesperada y la mujer que más ha cambiado a la realeza británica en el último siglo.
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Mujeres que han hecho historia por encajar o cambiar de algún modo formas o costumbres de la monarquía británica ha habido muchas, desde Wallis Simpson hasta Meghan Markle pasando por Diana de Gales, sin embargo, que haya logrado hacerlo desde dentro, permanecer en el sistema y coronarse por encima de todo solo una: la reina Camilla. La mujer de Carlos III no solo ha sobrevivido, ha confiado tanto en su historia de amor que con ello ha modernizado una institución que ha puesto al frente a una mujer criada en el catolicismo, divorciada, con familia propia, pragmática y definitivamente libre.
El camino fue largo y público, tanto que en la segunda mitad de los años noventa se cuestionó la idoneidad del entonces príncipe Carlos como jefe supremo de la Iglesia de Inglaterra. Sin embargo, la longevidad de Isabel II, una estrategia bien calculada y el firme propósito de que querían pasar el resto de su vida juntos hicieron posible que, tras la caída de sus matrimonios y superar el odio que les generó la muerte de Diana de Gales, consiguieran casarse en el año 2005.
Esa boda fue posible gracias al plan a largo plazo que la pareja diseñó con el relaciones públicas Mark Bolland, al que el príncipe Carlos nombró (según el príncipe Harry por consejo de Camilla) secretario de prensa. Bolland, muy bien relacionado con los editores de periódicos de la época, al haber estado al frente de la organización británica de autorregulación para periódicos y revistas impresas, creó la estrategia adecuada para cambiar la imagen pública de Carlos y Camilla, pero, por el camino, se terminó transformando por completo toda la institución y sus mecanismos para relacionarse con los medios y el público.
Hasta entonces, hablamos de mediados de años noventa, los Windsor y su equipo entendían la gestión mediática como una reacción a los acontecimientos, pero ellos tomaron una estrategia proactiva, generando la noticia adecuada en momento oportuno y anticipándose a los acontecimientos. Esto, según cuenta el biógrafo británico Robert Hardman, descolocó a los tradicionalistas de palacio, pero lo que realmente sentó nuevas bases que forman parte de esa transformación que implicó la llegada de Camilla, es que por primera vez había un experto dedicado exclusivamente al perfil mediático de su superior directo, ajeno al resto de la Familia Real. O lo que es lo mismo, que cada uno comenzó a hacer la guerra por libre y ese fue el caldo de cultivo perfecto para las filtraciones y también para la guerra entre las oficinas que representaban a Carlos y a Camilla por un lado, a los príncipes Guillermo y Kate por otro, y a los duques de Sussex por otro.
En realidad, la boda de Carlos y Camilla fue el final de un plan y el comienzo del siguiente, un muro había sido derribado, pero quedaban muchos y algunos todavía se están derribando a día de hoy. La Casa Real sabía que no solo tenía que contentar a monárquicos y anglicanos, también tenía que andar con pies de plomo en un país que había elevado a Diana de Gales a la categoría de mito y leyenda, por eso Camilla nunca llevó el título que legítimamente le pertenecía, el de princesa de Gales. Sin embargo, en las últimas semanas se ha atrevido con un gesto inesperado: ha hecho dos apariciones públicas (una de ellas en Gales) con un bolso que es un símbolo de Diana y que fue bautizado en su honor como el Lady Dior.
Otro cambio que ha generado la figura de Camilla es que junto al príncipe Carlos se acercan a una realidad familiar que antes no estaba representada. Si bien durante años en las Navidades de los Windsor, en Sandringham, Isabel II no extendía la invitación a los Parker Bowles, hijos y nietos de Camilla, con la llegada del reinado de Carlos III todo ha cambiado. El soberano charla en el palco real con el hijo de su esposa, que no hay que olvidar que además es su ahijado de bautismo, mientras Camilla sube a su nieto al balcón del Palacio de Buckingham y sienta a su hermana, Annabel Elliot, en primera fila del Palco Real. La máxima expresión de que todo había cambiado fue el lugar privilegiado que la familia de Camilla tuvo en la Abadía de Westminster el día de la Coronación de Carlos III, dejando claro que eran los hijos de la reina; nada que ver con el lugar que ocupó el príncipe Harry, que precisamente cargó contra ella en sus memorias. Puede gustar o no, pero la reina Camilla, presente de un modo u otro en la vida del rey desde comienzos de la década de los setenta, ha transformado la institución mucho más que cualquier otra princesa que haya nacido o entrado por matrimonio en la monarquía británica.