La de Carlos III no está siendo en absoluto una monarquía disruptiva. La popularidad del legado de Isabel II le dejaba las cosas fáciles para apostar por cierto continuismo, lo que no quiere decir que su reinado esté exento de detalles en los que el nuevo monarca ya ha dejado su impronta. El último cambio se ha detectado en el banquete de Estado ofrecido a los emperadores de Japón, donde solo los ojos más habituados a contemplar estas fastuosas cenas han podido percartarse de que faltaba algo: la piña.
Parece una nimiedad, pero nada es producto de la casualidad en eventos tan meticulosamente medidos y coreografiados como un banquete de Estado. Nunca faltaba esta fruta tropical en los ofrecidos por Isabel II, tanto en el postre como parte de la decoración de las mesas. No es ni mucho menos un producto típico de las islas británicas y precisamente por su carácter selecto y su alto precio Carlos I comenzó agasajar a sus invitados con esta fruta en el siglo XVII como símbolo de riqueza y generosidad.
La tradición pervivió hasta nuestros días hasta que el pasado día 25 de junio, los comensales del Palacio de Buckingham notaron primero un cambio en la decoración y después en el menú. No había rastro de ninguna piña, pero sí se había puesto un enorme esmero en los detalles florales. Si normalmente los centros de flores de las mesas están especialmente cuidados, esta vez eran sensacionales. Así lo ha señalado a GB News, el líder del Partido Liberal Demócrata, Ed Davey, al que le llamaron poderosamente la atención la exquisita disposición de las rosas, procedentes de los jardines de Buckingham y del castillo de Windsor, y los arces japoneses que se escogieron como guiño a sus invitados. "Espero no estar revelando ningún secreto que no deba, pero las flores eran absolutamente preciosas. Creo que se gastó un poco más de dinero en ellas en lugar de en las piñas".
Tampoco el menú incluía la preciada fruta. Diseñado por el chef real, constaba de langostinos escoceses, rodaballo de Cornualles, huevos de codorniz, y de postre, bomba de helado con sorbete de melocotón. En lugar de un segundo postre, Carlos III apostó por unos petit fours (pequeños pastelitos típicos de la repostería francesa) con café y licores que propiciaban un ambiente más distendido para levantarse y charlar con los allí presentes. Según The Telegraph, el cambio podría responder a este interés por favorecer la conversación entre los invitados.
Se desconoce si esta decisión supone el destierro definitivo de la piña o ha sido una excepción, teniendo en cuenta que en el banquete de Estados ofrecido al presidente de Sudáfrica y al de Corea del Sur sí la degustaron. En cualquier caso, sería una decisión muy acorde con el compromiso del Rey con el medio ambiente y la lucha contra el cambio climático. La piña no es un producto de temporada y mucho menos de proximidad por lo que recurrir a ella en Londres implica dejar una huella de carbono innecesaria cuando existen otras alternativas.
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