La Familia Real británica atraviesa un momento cuanto menos complicado: con Carlos III retirado por su enfermedad y los príncipes de Gales centrados en la recuperación de Kate, la reina Camilla se queda al frente de una institución que durante años no la aceptó. Irónicamente la mujer que Carlos III tuvo que esconder, ahora es la que lleva el peso de la agenda oficial y la que ha ejercido de anfitriona ante el resto de monarquías extranjeras en la misa que se ha oficiado este martes en memoria del rey Constantino de Grecia y a la que el príncipe Guillermo se ausentó por "motivos personales" a última hora. Esta historia está llena de casualidades y segundas oportunidades, ya que fue precisamente en el 60º cumpleaños del rey heleno cuando Isabel II levantó el boicot que había impuesto sobre Camilla.
Han pasado 23 años desde ese momento, pero fue allí donde comenzó todo lo que estamos viviendo ahora. Tras el horrible final de la década de los noventa, con el divorcio de los príncipes de Gales y la muerte de Diana, Camilla Parker Bowles era una figura innombrable dentro de la Familia Real, pero Carlos III tenía claro que ya no iba a hacer ninguna renuncia más. Así que mientras Isabel II hizo como si Camilla no existiera, su hijo metió en el juego a un equipo de relaciones públicas que idearon el modo de cambiar la opinión que el país tenía sobre ella. Fue una carrera de fondo pero evidentemente les salió bien.
Si en 1998 la reina Isabel II se negó a asistir al 50º cumpleaños de su hijo al saber que la fiesta había sido organizada por Camilla, en el verano del año 2000 su opinión había cambiado, igual que había comenzado a hacerlo la de los británicos y así fue cómo la soberana aceptó acudir a una fiesta en la que también estaría Camilla y ese fue el 60º cumpleaños del rey Constantino de Grecia. "Representa una victoria para la campaña del príncipe de Gales para lograr la aceptación de su amiga divorciada frente a las críticas", publicó entonces The Guardian, mientras que otros medios seguían usando una descripción menos amable: "amante". Una herida que reabrió el príncipe Harry con sus memorias en la que se refiere a ella constantemente como la "Otra Mujer", en mayúsculas como si fuera su nombre.
Para todos este "levantamiento del boicot", así lo llamó la prensa británica, se traducía en que el palacio de Buckingham abría la puerta a Camilla de cara al futuro, aunque el argumento seguía siendo el de que Carlos no tenía intención de casarse con ella. Evidentemente el equipo de relaciones públicas contratado por la pareja habían sondeando el terreno antes de lanzarse: Camilla había acompañado a Carlos en una gira por Escocia, ella no participaba en la vida oficial pero todos sabían que estaba acompañando al heredero y las reacciones no fueron malas. Es más, el viaje se calificó de éxito, por eso pensaron que era el momento apropiado para dar un paso más y el más ambicioso era el juntar en el mismo espacio a Isabel II y a Camilla, aunque esa noche se limitaron a estrecharse la mano.
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El gesto de Isabel II fue clave y año siguiente fue el príncipe Guillermo el que coincidió con ella en un acto hábilmente elegido, una fiesta de la Press Complaints Commisión, es decir, un lugar lleno de editores de periódicos ávidos de historias que contar. Evidentemente que el hijo de Diana de Gales aceptara estar con Camilla, entonces Parker Bowles, era clave en esa campaña que alcanzó su punto álgido cuando la soberana autorizó la boda que se celebró en abril del 2005, era insostenible que el hombre que como rey tenía que encabezar la Iglesia anglicana llevara treinta años con un relación sentimental sin oficializar.
Aún llegados a ese punto, tras autorizar una boda civil y oficiar una bendición religiosa en la misma capilla en la que se va a celebrar la misa por el rey Constantino, la Casa Real británica avanzaba con pies de plomo y dejaba claro que Camilla no iba a ser princesa de Gales -un título que le pertenecía al estar casada con el heredero pero que en señal de respeto no se usó hasta que llegó a manos de Kate- ni tampoco reina consorte. Fue lsabel II la que meses antes de morir levantó el último "veto"que quedaba sobre la mujer de su hijo y expresó por escrito que su deseo, el de la reina Isabel II, era que Camilla fuera designada reina consorte, se lo había ganado gracias a su leal servicio, un servicio que ahora resulta vital para la institución ya que nunca se imaginó un escenario en el que el rey y su heredero tuvieran que retirarse a la vez de la vida pública. Ahora Camilla es la cabeza visible de la Corona británica y de esta forma ha llegado su consolidación absoluta al frente del reinado de Carlos III.
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