La madrastra no siempre acababa mal. Camilla escribió el cuento al revés con muchas lágrimas, pero ha encontrado un final inesperado y feliz para su vida y para su historia de amor. Quería ser una esposa de clase alta en el campo, con hijos y caballos, pero acabó siendo ungida con aceite sagrado de Jerusalén en una ceremonia solemne religiosa enraizada en la idea de que los reyes son ungidos por Dios. Todo salió al revés. A los 57 —ahora tiene 75— cambió su vida placentera por una de deberes en la que no habrá jubilación. Pero lo hizo por amor.
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En una ruptura con la tradición y demostrando la naturaleza diferente de una reina consorte, fue ungida en la frente en público por en el arzobispo de Canterbury. Welby dice: “Que tu cabeza sea ungida con óleo santo. Dios Todopoderoso, fuente de toda bondad; escucha nuestra oración en este día por tu sierva Camilla, a quien, en tu nombre y con toda devoción, consagramos nuestra Reina. Hazla fuerte en la fe y el amor, defiéndela por todos lados y guíala en la verdad y la paz; través de Jesucristo nuestro Señor. Amén”.
En una ceremonia mucho más sencilla, se le presentó a continuación la vara de la equidad y la misericordia con Paloma (1685), el cetro de la reina con cruz; y Camilla los tocó en lugar de sostenerlos como hizo la Reina Madre (1937). Y, al igual que el Rey, tampoco se puso el anillo soberano de rubí rodeado de diamantes que se hizo en 1831 para reina Adelaida.
“Reina en su corazón”
La Reina eligió para su coronación la tiara de María de Teck (1911), bisabuela de Carlos, con 2.200 diamantes, aunque haciendo modificaciones. Cambios que incluyeron que fuera redimensionada; que se eliminaran cuatro de sus ocho arcos desmontables, y se añadieran, en homenaje a la que fue Reina Isabel durante siete décadas, los diamantes Cullinan III, IV y V, que usaba como broches. Es la primera vez que se recicla la corona de una consorte para una coronación en lugar de crear una nueva, pero Camilla —con fama de cero pretenciosa entre los periodistas ingleses, con los que comparte risas y hasta un vino— lo tenía claro. Ni un gasto innecesario teniendo Carlos III la custodia de las joyas más fabulosas de la tierra.
La entronización de Camilla fue el momento en que Carlos y Camilla “se unen en su vocación conjunta ante Dios”. Tras el himno de ofertorio, reconocer el Rey las ofrendas de pan y vino, y cantar el Sanctus (Santo); se rezó el Padre Nuestro. La Sagrada Comunión fue recibida por el Rey y Camilla. Al mismo tiempo, se cantó el Agnus Dei (Cordero de Dios). Durante el Te Deum, los Reyes descendieron de sus tronos y entraron en la capilla de San Eduardo, un santuario de piedra detrás del altar mayor, en el que se cambiaron de túnica y volvieron a ponerse las coronas. El Rey, la del Estado Imperial, realizada para la coronación de Jorge VI, en 1937. Está engastada con 2.868 diamantes, 17 zafiros, 11 esmeraldas y 269 perlas.
Las más famosas de sus joyas son el Zafiro de San Eduardo , que, según cuenta la leyenda, fue enterrado con Eduardo ‘El Confesor’ y recuperado cuando trasladaron sus restos; y el Rubí del Príncipe Negro. Esta segunda es en realidad una piedra semipreciosa llamada espinela y se encuentra en el frente de la corona. También son legendarias las cuatro perlas que cuelgan en entre los arcos, que se cree que pertenecieron a Isabel I. La corona también incluye el diamante Cullinan II de 317,4 quilates.
El Rey volvía a ponerse la túnica de Estado y cambiaba de corona, Camilla se colocaba de nuevo la corona de la Reina María y estrenaba un nuevo manto confeccionado en terciopelo morado, a juego con el del Rey, que fue bordado a mano por la Real Escuela de Costura, de la que la Reina es patrona, con gran simbolismo. Reflejando su interés y el del Rey por el medio ambiente y el mundo natural, se incluyeron lirios de los valles, una de las flores favoritas de Su Difunta Majestad, y espuelas de caballero, las que más le gustan a Carlos III, junto a los helechos culantrillo. En el manto de dama, su flor favorita, el mirto, presente en todos los ramos de novia desde la Reina Victoria, incluido el suyo, en 2005. Asimismo, la túnica también presenta la cifra de la Reina, ‘CR’ (Camilla Regina), debajo de una corona, los emblemas nacionales y por primera vez los insectos (abejas y escarabajos), para resaltar el compromiso de Sus Majestades con la naturaleza.
Carlos y Camilla dieron a las flores un enorme protagonismo en invitaciones, ropa, emblemas y escudos, aunque la verdadera explosión de la primavera se vio en la abadía. En consonancia con su respeto por el medio ambiente, se mostró lo mejor de la campiña británica con más de 120 variedades procedentes de todo el Reino Unido, gracias al trabajo de Flowers from the Farm. Los arreglos fueron diseñados por Shane Connolly con técnicas sostenibles, destacando el bodegón de follaje que adornó el altar. En paralelo a las flores también se dio una enorme importancia a la música, que Carlos III escogió personalmente. Desde el himno de entrada a las piezas que sonaron mientras abandonaban la abadía portando el Rey el orbe y el cetro: el Himno Nacional, God save the King, seguido de la Marcha Nº. 4 de Pompa & Circunstancia, de Elgar; y la Marcha de los pájaros, de Parry. Un auténtico espectáculo de repertorio.