Carlos III abrió oficialmente con todo el fasto y la pompa de la Monarquía británica la época carolina. Una nueva era para los Windsor, que siguen abrazando un pasado de 1.000 años sin perder de vista el futuro. Se convirtió en Soberano el 8 de septiembre de 2022, con el último suspiro de Isabel II y la ceremonia de Adhesión en Saint James, y fue coronado como Carlos III el 6 de mayo con la mirada de 300 millones de espectadores puesta en Londres. Un portavoz de Buckingham anunció “que será espectacular” y se cumplió. Analizaron las coronaciones de sus antepasados para quedarse con lo mejor; y volvieron a asombrar al mundo con una exhibición casi imperial que empezaron a preparar en 2016, bajo el nombre en clave Operation Golden Orb (Operación Orbe Dorado).
El momento más esperado llegó a las 11:20, hora española, cuando los soberanos salieron de Buckingham en dirección a la abadía de Westminster escoltados por 200 soldados, en un primer desfile en el que participaron más de 10.000 militares
La procesión del Rey
Carlos III y la Reina salieron por la Puerta Central del palacio de Buckingham a las 11:20, hora española, con la escolta del soberano (200 efectivos); el saludo de una guardia de honor acompañado de una banda de los Royal Marines y la lluvia, casi siempre presente en la historia de las coronaciones. Con la Reina Victoria, el tiempo “era misericordioso” —lo llamaron The Queen’s Weather—, pero Carlos III no fue tan afortunado; tampoco Isabel II, aunque estaba preparado: “ni un aguacero estropearía el día”, dijo palacio.
El monarca, heredero desde los tres años, abrazó oficialmente su destino con 74, y con su querida reina Camilla, a su lado
Los Reyes cubrieron la ruta de dos kilómetros hasta la abadía de Westminster en el carruaje de estado Diamond Jubilee . Aunque tirado por seis caballos de fuerza, con los juegos de arneses de gala, es un vehículo de última generación equipado con suspensión hidráulica, aire acondicionado, calefacción y ventanas eléctricas. Detrás de los cristales se les veía emocionados, casi empequeñecidos ante la grandeza de la procesión y el primer despliegue de militares. Mil doscientos con la Escolta del General de División garantizando la seguridad del recorrido entre cientos de miles de ciudadanos que esperaban bajo la lluvia a saludarlos. Un efectivo de todos los ejércitos del Reino Unido cada cinco pasos, destacando la Banda Montada de Caballería, que tocó ocho marchas a lo largo del recorrido; y los Foot Guards de la Guardia Real, con su típica chaqueta roja y el gorro de piel de oso.
Carlos III y Camilla utilizaron la carroza Diamond Jubilee tirada por seis caballos. Es un vehículo de última generación equipado con aire acondicionado, calefacción y ventanas eléctricas
Túnicas y vestiduras
Eran las 11:53 cuando llegaron a la abadía y empezaron a sonar las campanas de Westminster. Dentro los esperaban 2.200 invitados, incluidas sus familias, que entraron por orden de precedencia. Camilla fue la primera en salir de la carroza, seguida de Carlos III. Veíamos al fin sus vestiduras. El Rey, ataviado con la Túnica de Estado de su abuelo, Jorge VI (1937), de terciopelo carmesí cubriendo sus pantalones de la Marina Real, y la sobrecamisa ceremonial de seda inglesa bordada con bellotas y hojas de roble. Después de siglos, ni rastro de la gorra de estado de terciopelo y armiño, ni de los calzones de sus predecesores. A su lado, Camilla, ‘peleándose’ con la lluvia para no manchar sus zapatos blancos de Elliot Zed ni el vestido de seda blanca firmado por Bruce Oldfield. Era el modisto preferido de la princesa Diana —cambió su estilo y trabajaron juntos una década—, y por esas cosas del destino ha terminado por vestir a la Reina inesperada. “A Diana le aporté glamour y a Camila, confianza en sí misma”, declaró.
Guillermo vestía el uniforme de gala de la Guardia Galesa y Kate, que rindió homenaje a Diana y a Isabel II con sus joyas, un diseño en marfil con bordados en plata y cristal
Fiel a su estilo, Camilla llevó un vestido muy sencillo con pinceladas plateadas y doradas y estampado con flores silvestres combinados con los emblemas florales de las cuatro naciones del Reino Unido y el detalle más emotivo: los nombres de sus hijos y nietos bordados. También a sus perros, dos jack russell. Sobre el vestido, la misma Túnica de Estado de terciopelo carmesí que usó la Reina Isabel II para su Coronación. Un manto espectacular con cola de más de cinco metros y medio, con más de 3.500 horas de trabajo.
Fue la primera princesa de Gales en no llevar tiara: cambió los diamantes por un tocado de flores con hojas plateadas y de cristal, igual que su hija Charlotte, aunque el de esta en versión ‘mini’
Desfiles
Carlos III otorgó en su coronación papeles clave a líderes religiosos que no profesan el cristianismo. Nunca había sucedido en la historia de las coronaciones, pero para Su Majestad, cabeza de la Iglesia de Inglaterra y un hombre de fe inmensa que reza cada día, era muy importante presentarse como ‘defensor de la fe’ en general, además de ‘defensor de la única fe’ (anglicana). La idea estuvo clara desde el principio —por primera vez haría defensa de todas las creencias— y se reflejó con esta ‘procesión’ —al inicio y al final de la ceremonia— con la que representantes de las comunidades judía, suní, chiíta, musulmana, sij, budista, hindú, jainista, bahaí y zoroastriana abrieron el camino hacia la abadía de Westminster.
Kate no pudo disimular su orgullo al ver a su hijo George formar parte del cortejo real vestido con el uniforme diseñado para la coronación del Rey Eduardo VII en 1902
El padrino de George
Les siguió la Procesión de los Líderes Ecuménicos, la del coro y la de los Reinos, con representantes de los países que tienen como jefe de estado a Carlos III, acompañados por los gobernadores generales y primeros ministros, y portando sus banderas… Y la de las joyas y coronas, que fueron portadas también en desfile y colocadas en el altar.
El príncipe Harry acudió solo a la coronación de su padre. Al término de la ceremonia se fue directo al aeropuerto: ese mismo día cumplía cuatro años su hijo mayor, Archie
Volvió a sonar el himno I was glad —desde 1626 acompaña la entrada del Monarca—, que incluye el grito Vivat Rex! y comenzó el desfile encabezado por el marqués de Anglesey; el duque de Westminster; los condes de Caledon y de Dundee portando los estandartes de los acuartelamientos de los Royal Arms y de Gales, junto a Francis Dymoke, que llevó el real, un privilegio que ostenta su familia en todas las coronaciones desde 1066. Hughie, el multimillonario duque de Westminster, de 32 años, ahijado del Rey Carlos III, muy amigo de los príncipes de Gales y padrino del príncipe George, acaba de comprometerse con Olivia Henson, su novia desde hace dos años. Junto a él, el almirante Sir Tony Radakin, jefe del Estado Mayor de la Defensa, el conde de Erroll; el conde de Crawford y Balcarres y Edward Fitzalan-Howard, el duque de Norfolk, organizador de todo el evento.
Desfile de reyes
Entraron en la abadía por la Gran Puerta Oeste, que estuvo cerrada once días —del 25 de abril al 7 de mayo— para acondicionarla. Westminster es uno de los edificios medievales más importantes de Gran Bretaña y una de las iglesias más conocidas del mundo. Fundada como monasterio benedictino a mediados del siglo X, y con la capilla de su fundador San Eduardo el Confesor en su interior, es además el templo de enterramientos, bodas reales y coronaciones. El primero en sentarse en la silla del trono fue Guillermo el Conquistador, en la Navidad de 1066. El último, Carlos III. Entre uno y otro, 39 reyes coronados, a excepción de Eduardo V, el ‘niño rey’ presuntamente asesinado en la Torre de Londres, y Eduardo VIII, que abdicó en 1936.
La Reina Letizia formó parte de un espectacular desfile de elegancia junto con Felipe VI, que llevó el uniforme de gala de capitán general de los Ejércitos y las cuatro grandes cruces militares
Cinco pasos por delante iba el Rey con su séquito. El príncipe George llevando la cola de su túnica de majestad junto a Lord Oliver Cholmondeley, de trece años, hijo del Lord en Espera, el Marqués de Cholmondeley, y Rose Hanbury, íntimos amigos de los príncipes de Gales; Nicholas Barclay, de trece, nieto de Sarah Troughton, prima del Rey; y Ralph Tollemache, de doce.
Los cuatro vestidos con uniformes diseñados para la coronación del Rey Eduardo VII, en 1902: túnicas escarlatas decoradas con ribetes de encaje dorado y puños de terciopelo azul. Los futuros Reyes siempre han sido espectadores y no parte activa en las ceremonias de coronación de sus antecesores, pero George rompió un siglo de tradición.
Kate y Guillermo, en el séquito
Los príncipes de Gales y sus hijos más pequeños también se unieron al séquito del Rey. Guillermo llevaba el uniforme de gala de la Guardia Galesa. En el cuello, el puerro plateado; en el lado izquierdo, sus ‘alas’ de piloto, y en su pecho, las medallas de los jubileos de oro, diamante y platino de su abuela la Reina Isabel II. Además, del manto de la Orden de la Jarretera y el collar de la que es la orden de caballería más importante y antigua de Reino Unido.
Lady Louise se convirtió en la nueva estrella de los Windsor, el príncipe Andrés recuperó su sitio con el manto de la Orden de la Jarretera y su hermana, Ana, llevó uniforme militar
En cuanto a Kate, consiguió su objetivo, mantener en secreto su elección y sorprender con un conjunto ceremonial: bajo la capa de la Real Orden Victoriana llevó un vestido blanco con flores bordadas representando las cuatro naciones: una rosa inglesa, un cardo escocés, un narciso galés y un trébol irlandés. Las mismas que se estamparon en su vestido de novia, firmado también por Alexander McQueen. No era una elección fácil, pero Kate lo tenía claro: recurriría a la firma de moda que ha estado presente en los momentos más importantes de su vida para ella y para Charlotte. La pequeña princesa vistió también de blanco y llevó un tocado que era la miniversión de la de su madre, con hojas plateadas y de cristal, firmada por Jess Collett. Kate cambió la diadema de diamantes por la corona de flores en homenaje a los Reyes y se convirtió en la primera princesa de Gales en no llevar tiara. Sus joyas de la coronación, los pendientes de perlas y diamantes de Diana de Gales y el collar de festón de la Reina Isabel.
Detrás de ellos iba Camilla con sus nietos-pajes: los gemelos Gus —con el brazo en cabestrillo, tras un accidente— y Louis Lopes, de trece años, hijos de Laura Lopes; Freddy Parker Bowles, el más pequeño de Tom Parker Bowles, también con trece, y su sobrino nieto, Arthur Elliot, de diez. Y cerrando la fila, sus damas: su querida hermana, Annabel Elliot, y su amiga íntima, Fiona Shelburne, marquesa de Lansdowne. Es una de sus seis compañeras en el día a día, además de su secretaria privada y la madrina de su hija, Laura. La elección de Annabel y Lady Lansdowne fue la confirmación de que Camilla entendió que su gran día era un asunto de Estado, pero también un tema muy familiar. De ahí el papel que dio a todos los suyos, incluyendo a su exmarido, Andrew, que estuvo presente en la abadía. Divorciados desde 1995, siempre se llevaron bien. También estuvo en su boda con el entonces príncipe Carlos, en abril de 2005.
Rania volvió a coronarse como una de las invitadas más elegantes con un favorecedor vestido con escote-lazo y tocado, un complemento poco habitual en ella
“No vengo a ser servido, sino a servir”
A las once en punto empezó el servicio de dos horas, con el saludo al Rey del corista de la capilla real Samuel Strachan, de catorce años: “Su Majestad, como hijos del Reino de Dios, le damos la bienvenida en el nombre del Rey de Reyes”, a lo que Carlos III respondió: “En su nombre y según su ejemplo, no vengo a ser servido, sino a servir”. El soberano bajaba entonces la cabeza en posición de oración frente al altar mayor mirando el legendario mosaico, el pavimento Cosmati, que simboliza todo el cosmos en el Día del Juicio. Y sonó por primera vez una canción galesa, Kyrie eleison (Señor ten piedad), de Paul Mealor, una oración que se ha utilizado desde hace 1.600 años y que recuerda que ningún ser humano es perfecto.
El hombre que los coronó
Segundos después, tomó la palabra el arzobispo de Canterbury, Justin Welby, quien, como líder espiritual de la Iglesia Anglicana, presidió la ceremonia. Ostenta el cargo desde marzo de 2013 y, desde entonces, ha asistido a los servicios religiosos más importantes de la Familia Real británica. Desde los alegres hasta los funerales por el duque de Edimburgo e Isabel II. Welby, hijo del secretario privado de Churchill —no supo quién era su verdadero padre hasta 2017—, se licenció en Historia y Derecho, está separado y es padre de cinco hijos —una de ellos falleció en un trágico accidente de coche—. En 1989, tras sentir la llamada de Dios, comenzó a estudiar Teología en Durham.
Las princesas Victoria de Suecia y Mette-Marit de Noruega llevaron broches con los retratos de sus respectivos Reyes
Carlos Gustavo de Suecia, ya recuperado de su reciente operación de corazón, se encuentra en su mejor año: prepara los fastos en su reino para celebrar su medio siglo en el trono
En el teatro de la coronación
“Aquí les presento al Rey Carlos, su Rey indudable. Por tanto, todos los que habéis venido hoy a rendir vuestro homenaje y servicio ¿estáis dispuestos a hacer lo mismo?”, preguntó el arzobispo.
En el último año, Charlene, que ahora lleva el pelo más oscuro, ha recuperado su protagonismo en los actos oficiales, junto al príncipe Alberto
La coronación se convirtió en un desfile de originales tocados, como los de Charlene de Mónaco y Sofía de Liechtenstein
Y los ‘elegidos’ (representantes de diferentes órdenes con vínculos históricos con la Corona) repitieron la pregunta en los cuatro lados del teatro, a lo que la congregación y el coro respondieron: “Dios salve al Rey Carlos”, mientras sonaban las trompetas y el Rey se ‘presentaba’ al teatro girando hacia los cuatro lados de la abadía (los cuatro puntos cardinales). Westminster está construida en forma de cruz y es ahí donde se cruzan los brazos el espacio que se conoce como el ‘teatro de la coronación’, la parte más ‘visible’ de la abadía, por lo que la mayoría de los invitados —2.200— pudieron ser testigos de momentos irrepetibles.
Federico y Mary de Dinamarca representaron a la Casa Real danesa, ya que la Reina Margarita sigue recuperándose de su operación de espalda
El protocolo dictó durante nueve siglos que no se invitaba a jefes de Estado y que ningún otro miembro de la realeza debería estar presente en la coronación de un soberano británico, pero Carlos III actualizó la norma invitando a sus amigos coronados y representantes de las Monarquías de todo el mundo. Un despliegue real sin precedentes en años. Viajaron a Londres Reyes y príncipes de Europa, Asia y África, y si la lista no se hizo mayor fue porque no había espacio. De hecho, el número de aristócratas y políticos fue reducido de manera drástica para poder invitar a más de 800 personas del Servicio Nacional de Salud (los héroes de la pandemia), organizaciones benéficas y grupos comunitarios.
Juramento
Tras la presentación, el moderador de la Asamblea General de la Iglesia de Escocia entregó al Rey la Biblia, encargada especialmente y encuadernada en cuero rojo. Una presentación formal de la Sagrada Escritura que se remonta a la primera coronación conjunta, la de Guillermo III y María II, en 1689.
La Reina Matilde de los belgas se decantó por el rosa y coincidió con doña Letizia en la elección del color de su vestido
El arzobispo Justin Welby le pidió, entonces, que realizara el Juramento de la Coronación, que asegura que mantendrá la Iglesia Anglicana Protestante establecida, gobernará con las leyes acordadas en el Parlamento y ejercerá la justicia con misericordia durante su reinado, y que “se ha mantenido durante siglos y está consagrado en la ley. ¿Está dispuesto a tomar el juramento?”, a lo que, colocando la mano sobre la Biblia, el Rey respondió: “Estoy dispuesto (…). Prometo solemnemente que así lo haré (…). Así que ayúdame, Dios”. A continuación, hizo un segundo juramento, el de la declaración de adhesión.
Se escuchó entonces el himno Prevennos, oh Señor, de William Byrd, y, segundos después, Carlos III protagonizaba un momento único en la historia al ser el primer soberano en hacer la oración del Rey en voz alta: “Dios de compasión y misericordia, cuyo hijo no fue enviado para ser servido, sino para servir… concédeme ser una bendición para todos tus hijos, de toda fe y convicción…”.
Al histórico y solemne acontecimiento acudieron altos representantes de más de 200 países, convirtiendo la coronación en una cumbre irrepetible
Tras su oración sonó Misa a cuatro voces, de William Byrd, y empezaron las lecturas: el arzobispo leyó Colecta; el primer ministro Rishi Sunak fue el encargado de la lectura de la epístola Colosenses, tomada de la Carta de San Pablo y trata del servicio a los demás, y la decana de Chapels Royal, Sarah Mullally, un fragmento del Evangelio de San Lucas. Después, el clero femenino participó en una coronación por primera vez, mientras sonaban las dos partes del Aleluya de Debbie Wiseman, dando paso al sermón de Justin Welby. Minutos después, sonó el himno Veni Creator, que se cantó en inglés y, por primera vez, en galés, gaélico escocés y gaélico irlandés, y siguió a la canción la acción de gracias por el santo óleo, que el arzobispo recibió orando.
El aceite de crisma fue consagrado por el patriarca de Jerusalén y el arzobispo anglicano de esta misma ciudad tres veces santa. Está inspirado en el que usó la Reina Isabel II en su coronación, en 1953, a partir de una fórmula utilizada desde el siglo XVII. Se elaboró con aceitunas de dos olivares del Monte de los Olivos, uno de ellos vinculado al monasterio de María Magdalena, donde está enterrada la princesa Alicia, la abuela paterna de Carlos III.
Unción
Entre los invitados, estrellas de cine y de la música, como Katy Perry y Lionel Richie, que al día siguiente actuaron en el gran concierto en Windsor por la coronación
El Rey fue despojado de su túnica de Estado carmesí, símbolo de estatus y majestad, y se vistió con la Colobium sindonis (túnica de Sábana Santa). Prenda con la que se simboliza ser un humilde siervo de Dios y se hizo para la coronación de su abuelo, Jorge VI. Con la casulla puesta se sentó en la silla de coronación, que se utilizó por primera vez en la coronación de Eduardo II (1307), hijo de Eduardo I y Leonor de Castilla. Está hecha de roble báltico, mide dos metros de altura y reposa sobre cuatro leones dorados. Bajo la silla volvió a colocarse la llamada ‘piedra del destino’, que pesa 152 kilos. Eduardo I de Inglaterra se apropió de ella en el año 1296, cuando saqueó la abadía de Scone, llevándola a Londres. Y, después de siete siglos de promesas, la piedra se devolvió a Escocia en el año 1996, pero fue prestada y traída de nuevo a Londres para esta coronación. No hubiera tenido sentido usar la silla sin la piedra.
La ‘intimidad’ del Rey
Tras verter el aceite de la Ampulla (1661) en la cuchara de coronación, la pieza más antigua de las joyas de la Corona (1349), llegó el momento más sagrado de la ceremonia, en el que se mantuvo la tradición de la ‘intimidad’ por expreso deseo de Carlos III. En reconocimiento de la santidad del ritual, no se vio el momento en que el arzobispo de Canterbury ungió al Rey. El acto de consagración se desarrolló tras una pantalla de 2,6 metros de altura que presenta un árbol coronado por dos ángeles, bordado con los nombres de los países de la Commonwealth y enraizado en el monograma del Rey, CRIII.
Días antes de volar a Londres, los Reyes Guillermo y Máxima de los Países Bajos celebraron el décimo aniversario de su coronación
Cuatro caballeros de la Jarretera sujetaron la tela enmarcada mientras el arzobispo de Canterbury hacía las señales de la cruz con el santo óleo en sus manos, cabeza y pecho. Sonó en ese momento Zadok the Priest, el célebre himno que compuso Handel para la coronación del Rey Jorge II, en 1727, y que desde entonces se utiliza en esta ceremonia.
La Reina Camilla contó con la presencia de sus dos hijos y su exmarido, Andrew Parker Bowles, oficial retirado del Ejército británico
Investidura
Habiendo sido santificado, y tras orar arrodillado frente al altar mayor, el Rey fue vestido con la supertúnica de seda dorada y el cinturón de la espada en tela de oro con los escudos nacionales grabados en la hebilla. La prenda fue realizada para Jorge V (1911) y se usó para las coronaciones de Jorge VI e Isabel II. Inspirada en las vestimentas de la Iglesia primitiva y el Imperio bizantino, recuerda la naturaleza divina de la realeza. Sentado en la silla de San Eduardo y vestido con la supertúnica, se le presentaron las joyas con las que fue coronado. Algunas de las piezas e insignias se utilizan desde la época medieval, aunque la mayoría son una recreación de las destruidas por el Parlamento en 1649, tras la ejecución de Carlos I, y datan de la restauración de 1660. La presentación corrió a cargo de los miembros de la Cámara de los Lores, así como de los obispos principales de la Iglesia de Inglaterra.
Los Middleton arroparon a Kate en el que también era su gran día: con la coronación, ella y Guillermo se convertían oficialmente en príncipes de Gales
Las espuelas de oro, que simbolizan la caballería y las espadas (son cinco) se intercambiaron mientras sonaba el Salmo 72 (Salmo 71 en el salterio de la septuaginta griega) en honor a su padre, el duque de Edimburgo. La más significativa, la espada enjoyada de la ofrenda, portada, además, por primera vez por una mujer, Penny Mourdaunt. Es otro símbolo de las virtudes caballerescas y está ricamente adornada con diamantes, rubíes y esmeraldas. Y los armiños y los brazaletes de la Sinceridad y la Sabiduría decorados con emblemas nacionales .
Guillermo coloca la estola real
Tras la presentación de estas primeras piezas, y antes de recibir el orbe y los cetros, el príncipe Guillermo le colocó la nueva estola real y la baronesa Merron y los obispos, el manto imperial dorado, que representa lo que Dios le ha dado como soberano. La prenda conocida como palio o túnica dalmática se realizó para Jorge IV, en 1821, y fue usada por Jorge V, Jorge VI e Isabel II en sus coronaciones. Es la más antigua de las usadas durante la ceremonia, está inspirada en las que llevaron los monarcas Tudor y Estuardo, pesa cuatro kilos y está decorada con rosas, cardos, tréboles, coronas, águilas y flores de lis bordados con hilos de oro, plata y seda.
El duque de Sussex llegó de buen humor, intercambió risas con su tía, la princesa Ana, miró a su hermano de soslayo y fue cambiando de semblante
Reconoció el Rey el orbe del soberano; el anillo del soberano; el guante de la coronación, que se colocó en la mano derecha; el cetro con cruz y la vara con paloma. El orbe simboliza que el poder del monarca deriva de Dios. Está decorado con racimos de esmeraldas, rubíes y zafiros rodeados de diamantes de talla rosa e hileras de perlas y dividido en tres segmentos. Dos, en la parte superior, y un hemisferio inferior representando los tres continentes que se conocían en la época medieval. El anillo, símbolo de ‘dignidad real’ (1831), presenta zafiros y diamantes con rubíes talla baguette en forma de cruz y se pone en el dedo anular de la mano derecha, aunque Carlos III renunció a ponérselo.
Los Reyes cruzaron la abadía seguidos por sus ocho pajes: el nieto de Carlos III, el príncipe George, junto a los nietos y el sobrino de Camilla, vestidos con trajes ceremoniales
El Rey sí recogió el guante y se lo colocó en la mano derecha para ejercer la autoridad con mansedumbre y gracia. Con esta mano enguantada sostuvo el Cetro de soberano con cruz, que lleva el mayor diamante del mundo —la Estrella de África con 530,2 quilates—, entre esmeraldas, amatistas, rubíes, espinelas, zafiros y diamantes. Mientras que con la izquierda recibió el Cetro con la Paloma, que simboliza su papel espiritual.
La corona
Sosteniendo el cetro y la vara del soberano, se le presentó la corona de San Eduardo. Hay trece en la colección de joyas de la corona, pero ninguna más venerada que esta pieza de 1661, que es un reemplazo de la original (siglo XI), aunque se cree que fue creada tomando como base la propia corona de Eduardo ‘El Confesor’ (1042-66). Si bien no es una copia exacta, sigue el diseño original con cuatro cruces y flores de lis y dos arcos, con un pequeño orbe y una cruz en la parte superior, que representan la fe cristiana. También lleva capuchón de terciopelo y banda de armiño. De oro macizo, pesa 2,28 kg y está adornada con 444 piedras preciosas: rubíes, amatistas, granates, topacios, turmalinas y zafiros.
El príncipe de Gales se arrodilló ante el Rey, tocó su corona y le dio un beso en el “homenaje de la sangre real” y Carlos III, emocionado, le dijo: “Gracias, Guillermo”
El arzobispo de Canterbury recibió la legendaria corona, la bendijo y a las 12:00 en punto del mediodía (hora británica) la colocó sobre la cabeza del Rey, quien la llevaría durante el resto de ceremonia y por única vez en su vida. “¡Dios salve al Rey!”, proclamó. Y la congregación respondió: “¡Dios salve al Rey! ¡Dios salve al Rey!”. Las campanas de la abadía sonaron durante dos minutos, uniéndose a las trompetas y al saludo de armas. Por primera vez en la historia británica se disparó un saludo de seis cañonazos, a cargo de unidades de la Artillería Real a caballo, en el momento exacto en el que Carlos III fue coronado. Un saludo que se repitió en las bases militares del ejército británico y la Commonwealth, así como en los buques de la Marina Real. A continuación, el silencio, seguido de un himno escrito por el compositor inglés del siglo XVII Thomas Weelkes y, por primera vez, la Bendición, que suplica el amor, la protección, la gracia y la sabiduría de Dios sobre el Rey, fue compartida por líderes cristianos de todo el país.
Guillermo, de rodillas
El Rey se sentó en la silla-trono con su corona para tomar posesión de su reino y recibir los tres Homenajes. El primero, el de la Iglesia de Inglaterra. El reverendísimo Justin Welby dirigió entonces las palabras de fidelidad al Rey en nombre de la Iglesia. El segundo, el de la Sangre Real, conocido también como ‘palabras de lealtad’. El príncipe de Gales se arrodilló ante él pronunciando los siguientes votos: “Yo, Guillermo, príncipe de Gales, te prometo mi lealtad, fe y verdad. Te daré como tu señor de la vida y el cuerpo. Así que ayúdame, Dios”. Ya en pie, tocó la corona y besó a su padre en la mejilla. El rey, conmovido, asintió con la cabeza a su hijo y dijo “Amén” y “Gracias, Guillermo”.
Al Rey se le impuso la corona de San Eduardo, en oro macizo, y recibió el cetro de la Paloma y el de la Gran Cruz, con la Estrella de África el diamante más grande del mundo
Procesión de la coronación
A las dos de la tarde, hora española, los recién coronados se dirigieron al Gold State Coach para la procesión de coronación. El cómodo carruaje de ida sería sustituido para el regreso a Buckingham por esta histórica carroza de oro, de siete metros de largo y 3,6 metros de alto, que los estaba esperando a las puertas de la abadía con sus ocho caballos grises Windsor. Fue construida hace 261 años (1762), con una capa de pan de oro, y lleva paneles pintados de dioses romanos, querubines, y tritones.
Tras su coronación, los Reyes emplearon el carruaje más fastuoso de la Monarquía inglesa, con 261 años de antigüedad, para volver al palacio de Buckingham
Los precede en la procesión un desfile de 4.000 efectivos distribuidos en ocho bloques acompañados por 19 bandas de música. Entre los participantes, los Royal Watermen, herederos del oficio de remero real —hay 24 con deberes únicamente ceremoniales— cuando los Reyes viajaban por el Támesis. Y los guardianes de la Torre de Londres, los beefeater y los yeomen , que pertenecen al cuerpo militar más antiguo que existe en Gran Bretaña, creado en 1485 por Enrique VII, y acaban de estrenar uniforme.
La princesa Charlotte, que acaba de cumplir ocho años, se convirtió en una ‘mini Kate’ con una versión más sencilla del tocado floral que llevaba su madre
Detrás de la carroza real, la princesa Ana a caballo, como coronel de la Guardia Montada, ejerciendo como Gold-Stick in-Waiting, la persona a la que se le confía la seguridad personal del Rey. En el Reino Unido es respetada y querida porque siempre entendió su papel: sostener la Corona sin llevarla. Los seguían en la procesión de carruajes los príncipes de Gales y sus hijos, los duques de Edimburgo con Lady Louise Mountbatten-Windsor y el conde de Wessex y los duques de Gloucester con el vicealmirante Sir Tim Laurence. Completaron el séquito, ya en coche, el duque de Kent y la princesa Alexandra.
Ocho meses después, Carlos III regresó al mismo escenario en el que se despidió la Reina Isabel II con una sonrisa tras 70 años de reinado
Honores en Buckingham
Media hora después —14:30 hora española—, los Reyes entraban en Buckingham. Y tras un respiro de minutos se trasladaron a los jardines para recibir los saludos de honor de los participantes en el desfile y disfrutar de las notas de los 1.000 músicos de las 19 bandas. Y, finalmente, los Reyes y su familia aparecían en el balcón para ver el desfile aéreo. En este selecto grupo estaba la familia más cercana: los príncipes de Gales y sus hijos, el príncipe George, la princesa Charlotte, y el príncipe Louis; los duques de Edimburgo, y la princesa Ana con su esposo, el vicealmirante Sir Tim Laurence, pero no estará Harry.
Los Reyes agradecieron las muestras de afecto de la multitud que aguardaba su aparición, marcando el inicio de una nueva época en la Monarquía británica
Ocho meses después de su muerte, el pasado 8 de septiembre, Carlos regresaba al mismo escenario en el que se despidió Isabel II con una sonrisa, después de un reinado de 70 años. Finalizado el acto con las tropas, los Reyes se trasladaron hacia el balcón del palacio acompañados para el tradicional saludo a la multitud congregada ante el edificio, desde donde presenciaron el desfile aéreo.
El vestido de la Reina llevaba bordado en oro la corona con sus iniciales, sus perros, los emblemas florales de las cuatro naciones del Reino Unido y los nombres de sus hijos y nietos