Carlos III se enfrenta a la cuenta atrás para su coronación. Quedan noventa días para que el primogénito de Isabel II sea “ungido, bendecido y consagrado” en una milenaria y solemne ceremonia religiosa con la que se da por concluida su transición como Rey. Será a lo grande con todo el fasto y pompa de la que hace gala la monarquía británica. Una ceremonia que ya vivió, pero como espectador hace más de setenta años cuando con solo tres años vio cómo su madre se convertía en monarca. Antes, y aunque seguramente él no lo recuerde, el 6 de febrero de 1952, los Windsor vivieron una jornada negra con la muerte de Jorge VI que convirtió automáticamente en Reina a Isabel II. Ese día, Carlos III perdió por primera vez a su madre. La segunda vez fue el pasado septiembre cuando falleció tras una vida de servicio que la han convertido en una Reina de leyenda.
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El abuelo de Carlos III, Jorge VI, conocido en los círculos familiares como Bertie, no nació para ser Rey, pero la abdicación de su hermano mayor, Eduardo VIII después duque de Windsor, para poder casarse con Wallis Simpson, le puso al frente de un reinado que dejó huella. Ni su falta de preparación, sus inseguridades o su tartamudez fueron un obstáculo para convertirse, con la gran ayuda de su esposa, Isabel Bowes-Lyon (más tarde conocida como la Reina Madre), en un monarca que pronto aprendió que lo más importante que se espera de un Rey era que sirviera a su país.
- Carlos III da su primer histórico discurso navideño como Rey, marcado por el recuerdo a su madre
Una máxima, la del servicio a la patria y a la Corona, que hizo a los abuelos maternos de Carlos III ser muy apreciados entre los británicos. Supieron adaptarse a los nuevos tiempos al fin de un imperio y no se alejaron de su tierra durante la Segunda Guerra Mundial, convirtiéndose en un símbolo de la resistencia frente al nazismo. La Reina Madre no sólo daba apoyo moral a su marido, sino a todo un pueblo que veía a sus Reyes de su lado incluso durante los bombardeos. Nadie como la Reina Madre supo cómo motivar al monarca y modernizó la monarquía visibilizando y visitando a los colectivos e instituciones más afectados por el conflicto bélico: las tropas, los hospitales, los obreros de las fábricas…
Tras la Guerra, la salud de Jorge VI se deterioró y su cáncer de pulmón avanzaba sin tregua, a pesar de ello, nadie esperaba su fallecimiento, un trágico 6 de febrero de 1952, un día que Isabel II siempre tuvo marcado a fuego. La joven heredera perdía a su querido padre, su referente, una figura que la acompañó siempre en sus decisiones personales y oficiales, un progenitor cariñoso y entregado. Por si perder a un padre no fuera poco, en su caso iba ligado a asumir un desafío ímprobo: ser la Reina de una de las monarquías más importantes e influyentes del mundo.
Isabel II tenía 25 años cuando automáticamente subió al trono después de la muerte de su padre, como le ocurrió a Carlos III. Era una madre joven, con dos hijos: Carlos, de tres años y Ana, de año y medio. Pensaba que tendría varios años de cierta libertad, de tranquilidad, de vida familiar y de aprendizaje como princesa en Malta, donde su marido, Felipe de Edimburgo, servía en la Marina Real británica. No fue así, tan solo disfrutó de cinco años alejada de la primera línea institucional.
El día de su adhesión al trono, Isabel II dejó atrás todo para centrarse en su servicio a la Corona. Aunque el Reino Unido aún no lo sabía, ganó a una gran monarca con un reinado extraordinario, pero el joven príncipe Carlos perdió a una madre, algo que marcó su infancia y forjó su carácter. Isabel dejó de ser ‘mamá’ para convertirse en ' Su Majestad' y desde entonces fue inaccesible para sus hijos. La formalidad se impuso y el pequeño heredero arrastró las consecuencias de la falta de dedicación, atención, tiempo y cariño que él necesitaba. Unas atenciones que su hermana menor, la princesa Ana, mucho más resuelta y segura, nunca pareció echar en falta.
Suerte que la Reina Madre con un instinto especial para saber qué es lo que necesitaba cada uno de los miembros de su familia dio con la tecla y se convirtió en un referente para su nieto y heredero británico. Su abuela materna fue para Carlos un balón de oxígeno cada vez que regresaba a casa del duro internado en el que estaba matriculado. Recibió de ella mucho afecto, muestras físicas de cariño y comprensión y así la recuerda. “Para mí, ella significaba todo y temía este momento”, dijo en una entrevista sobre su abuela con motivo de su fallecimiento en 2022. Le inculcó su amor por la música y el ballet, le llevaba con frecuencia a ver espectáculos y esto sembró en él el interés por las Artes. Tanto es así la admiración y el gran amor por la Reina Madre que el actual monarca decicidó hacer de Clarence House, la última residencia oficial de su abuela, su hogar y permanecer en ella una vez convertido en Rey para dejar el Palacio de Buckingham como su lugar de trabajo destinado a los actos oficiales.
Ya de adulto y convertido en el príncipe de Gales con más años de servicio del Reino Unido, Carlos pareció 'reconciliarse' con sus padres y entendió que su trabajo y su posición estaban por encima de todo lo demás. Un trabajo, que en el caso de la reina Isabel fue de por vida, tal y como ella prometió en el día que cumplió 21 años. "Declaro ante vosotros que toda mi vida, independientemente de lo larga o corta que sea, la dedicaré a serviros y a servir a la gran familia imperial a la que todos pertenecemos", declaró entonces la monarca.
Los últimos años de Isabel II, Carlos de Inglaterra asumió en gran medida el peso de la monarquía.Sustituyó a su progenitora en inauguraciones, giras y actos solemnes. La desolación llegó el 8 de septiembre de 2022 cuando Isabel II falleció a los 96 años y así se refería a ella el nuevo Rey un día después de perderla para siempre: "Su Majestad la Reina, mi amada madre, fue una inspiración y un ejemplo para mí y para toda mi familia, y tenemos con ella la deuda más sentida que una familia puede tener con su madre: por su amor, cariño, guía, comprensión y ejemplo".