Isabel II, fallecida a los 96 años de edad después de haber estado en el trono 70, poseía una de las colecciones de joyas más espléndidas del mundo, se calcula que está compuesta por más de 300 piezas y nadie se ha atrevido a calcular su valor. Muestra de que su joyero es extenso y poco conocido es que las últimas novias reales –Kate, Meghan y sobre todo Eugenia de York, a la que su abuela prestó una espectacular tiara repleta de esmeraldas- consiguieron un importante golpe de efecto el día de su boda eligiendo diademas que llevaban años sin verse. Tras su muerte, el destino de sus joyas (igual que el del resto de su herencia) no se hará público, sin embargo, teniendo en cuenta que el peso de la institución ha quedado en manos del rey Carlos III, en primer lugar, y del príncipe Guillermo a la retaguardia, lo previsible es que Camilla, la nueva reina consorte, y Kate, como princesa de Gales, tengan acceso a nuevas joyas.
Dejando al margen la colección de joyas de la Corona, que se emplean en la ceremonia de coronación y se custodian en la Torre de Londres, la soberana tenía en su colección personal distintos tipos de joyas, desde los broches, que era lo que más usaba en el día a día junto con los pendientes y sus inseparables collares de perlas de tres vueltas, hasta las grandes tiaras reservadas para visitas en el extranjero o cenas y ceremonias de Estado. A lo largo de los años y como suele ocurrir en todas las Casas Reales, las tiaras se reparten en función del peso oficial. De este modo, cuando Camilla entró en la Familia Real como duquesa de Cornualles, comenzó a tener acceso a grandes tiaras, entre ellas la Delhi Durban, una pieza de María de Teck; o la Greville, que es la que más ha llevado y era una de las favoritas de la Reina Madre, su predecesora en el cargo, ya que la madre de Isabel II antes de ser conocida como la Reina Madre fue la reina consorte de Jorge VI. Las joyas, en cierto modo, sirven para marcar los roles que cada una tiene dentro de la Casa Real. De hecho Camilla, acudió al primer servicio religioso en memoria de Isabel II con un broche que ella le regaló y que también había pertenecido a la colección privada de la reina madre.
Lo mismo ha sucedido con Kate, Isabel II le ha ido prestando joyas asociadas al título que llevaba, duquesa de Cambridge, o al que iba a llevar, princesa de Gales. Un buen ejemplo es la joya que eligió para ser inmortalizada en su primera pintura junto al príncipe Guillermo, el broche con dos perlas de gran tamaño que la reina Victoria encargó para su tía (entonces duquesa de Cabridge) en 1877. La mujer del heredero comenzó a llevar en ceremonias oficiales joyas con peso histórico como la Cambridge Lover's Knot, la favorita de Diana de Gales, o la tiara Flor de Loto, que también la lució la princesa Margarita. En esa categoría (de joyas que no se pueden llevar a diario) Kate también se ha puesto ya los los pendientes y la pulsera de la colección Emerald Tassel Parure, que mezclan oro y diamantes en forma de nudo cuyos extremos cuelgan y están rematados con esmeraldas; el collar de Cartier de platino y diamantes que le regaló a Isabel II el gobernante indio Nizam de Hyderabad y Bear como regalo de bodas; el collar nupcial de la reina Alejandra; o el majestuoso collar elaborado en la época victoriana que Kate llevó a la cena de gala en honor a don Felipe y doña Letizia en el Palacio de Buckingham. Además IsabeII ha prestado a Kate alguna joya de diario como el collar de cuatro filas de perlas con un broche central de diamantes que la mujer del príncipe Guillermo llevó al funeral del duque de Edimburgo y fue un regalo del gobierno japonés. Para el cortejo fúnebre y la ceremonia que se celebró en memoria de Isabel II cuando se instaló su capilla ardiente en el Westminster Hall de Londres, Kate eligió unos pendientes icónicos de princesa de Gales, los de perlas Collingwood, que en su día complementaron el recordado "vestido Elvis" de Diana de Gals, y que Kate ha llevado en momentos muy significativos institucional y familiarmente, por ejemplo, los eligió para las fotos oficiales del bautizo de Archie. Ese día, de luto y solemnidad, la mujer de Guillermo eligió un broche con forma de hoja del que poco se conoce, solo que Isabel II lo llevó en un viaje oficial en 1999 y que lo había cedido a Kate mucho antes de morir. Una muestra de las muchas sorpresas que guarda su joyero.
Joyas con significado institucional o joyas familiares
En este sentido, y aunque todas sean de lsabel II, cabe trazar una línea que divida esas joyas con significado institucional (algunas dentro de la Familia Real desde hace siglos y otras regaladas a Isabel II como jefa del Estado) de las joyas con significado familiar, como es el broche de oro y rubíes que el duque de Edimburgo le regaló cuando estaban a punto de cumplir las dos décadas de matrimonio, que ella llevó en la misa que se celebró en su honor el pasado marzo y que es poco probable que terminen en manos de mujeres que no hayan nacido dentro de la casa Windsor. Isabel II solo tiene una hija, la princesa Ana, así que entraría dentro de lo natural si alguna de esas piezas familiares termina en sus manos, en las de nietas (Zara Phillips, Beatriz y Eugenia de York, y Lady Louise de Wessex) o bisnietas de Isabel II, ya que no solo son las joyas de una reina, también son las joyas de un madre, de una abuela y de una bisabuela. Es curioso que hace unos días se preguntaban si Isabel II habría dejado alguna joya a Meghan, pero nadie se preguntaba si le habría dejado algo especial a Lady Louise, la única nieta que no contará con la presencia de sus abuelos el día de su boda. Sobre esto hay que recordar que dentro de la familia hay princesas destinadas a llevar joyas importantes durante toda la vida –como la nueva princesa de Gales- y otras solo el día de su boda, como es el caso de todas las nietas de Isabel II.
Tras la muerte de la longeva soberana lo previsible es que las grandes joyas, las que solo lleva la soberana o la destinada sucederle pasen a ser del nuevo rey (sobre todo teniendo en cuenta que la herencia de soberano a soberano está exenta de impuestos en virtud de una ley de tiempos de John Major), aunque esto no se confirmará ya que la herencia de Isabel II, si sigue los pasos de la del duque de Edimburgo, podría estar blindada casi hasta la eternidad o al menos durante muchos años. Lo normal es que a lo largo de los años veamos a Camilla, la nueva reina consorte, y a Kate, como princesa de Gales, llevar alguna de las joyas que hasta ahora solo llevaba Isabel II y entre ellas no solo hay tiaras, hay collares impresionantes -como el que está compuesto por 25 diamantes e Isabel II llevó el día de su coronación- y un sinfín de pulseras. Sin embargo, no se deben confundir las joyas a las que Kate ahora va a tener acceso como princesa de Gales con las joyas que pertenecieron a la anterior princesa de Gales. Tras su fallecimiento en 1996, Diana legó su colección personal a sus hijos y esas joyas ya las hemos visto en manos de Kate y también de Meghan. Ese es el caso de los dos anillos más significativos que tuvo Diana, el de zafiro de su compromiso con Carlos que lleva Kate; y el de aguamarina que se compró al divorciarse del príncipe, que es el que llevó Meghan en su fiesta de boda. A estas joyas, como es lógico, no les afecta la muerte de Isabel II.
Isabel II prestaba sus joyas (no todas) y reservaba sorpresas para las princesas de cuna
La que fuera jefa del Estado británico prestaba sus joyas, pero también se reservaba un gran número solo para ella, entre las que están la tiara de las Damas de Gran Bretaña e Irlanda, un regalo de la alta sociedad a la princesa María por su boda con Jorge V; la tiara de diamantes con los símbolos nacionales de Gran Bretaña, que llevaba cada año en la apertura del Parlamento y que se fabricó para la coronación de Jorge IV en 1821; la tiara de aguamarinas, un regalo del gobierno brasileño por su coronación y que Isabel II llevó, como gesto diplomático, en el año 2006 para recibir al Presidente de Brasil, pero también fue la elegida cuando don Felipe y doña Letizia fueron homenajeados en el Palacio de Buckingham en el 2017; o la tiara fringe, que tiene un enorme valor sentimental ya que originalmente fue el collar con el que se casó la reina Victoria. Después fue Isabel II, ya convertido en tiara, la que lo llevó hasta el altar; después la llevó su hija, la princesa Ana, y, en este nuevo milenio, solo se la ha prestado a Beatriz de York, quedando esta tiara marcada como una joya propia de las Windsor de nacimiento. A Isabel II, nacida dentro de la Casa Real siendo nieta de Jorge V, le gustaba usar las joyas para hacer esa distinción entre princesas por matrimonio y princesas de cuna; aquí pueden estar las sorpresas aunque tardemos en verlas.
Teniendo en cuenta el uso y la distribución que ha hecho Isabel II de su joyero a lo largo de los años, no es descabellado pensar en la posibilidad de que alguna de esas grandes joyas quede reservada para futuras generaciones, quién sabe si para la princesa Charlotte o incluso más lejos, pensando en que algún día (lejano, ya que el primero y el segundo en la línea sucesoria son hombres) vuelva a ser una mujer Windsor de nacimiento, la que se siente en el trono y se distinga, por tanto, de las joyas propias de una reina de sangre y no de una consorte.