Aunque la reina Isabel II había tomado la decisión hace años de no tener más perros corgis porque no quería que la sobrevivieran y, también le preocupaba tropezar con ellos… Con la pandemia, el aislamiento, el ingreso de su marido en el hospital y la crisis de Harry y Meghan, cambió de opinión y se llevó al castillo a dos nuevas mascotas. Las primeras que no fueron descendientes de Susan , su primer corgi , regalo de sus padres cuando cumplió los 18 años, la ‘matriarca’ de una saga que ha perdurado catorce generaciones.
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En tiempos difíciles, los perros ‘salvaron’ a la Reina. Y ellos son: Un corgi llamado Muick – inicialmente era ‘Charles’ como su hijo, el príncipe de Gales- que compró a un criador y ahora lleva el nombre de su lago favorito, en Balmoral; y un dorgi al que ha llamado Fergus, en honor a su tío materno, un héroe de guerra.
La reina estaba encantada
La diferencia entre corgi y dorgi está en que el primero es una raza pura y el segundo es un cruce entre un corgi y un daschund (perro salchicha). La variedad surgió cuando un corgi de la reina Isabel se cruzó con un dachshund de su hermana, la princesa Margarita en 1960; y les gustó tanto el resultado que continuaron con los cruces, terminando por ‘bautizarlos’ como Dorgis.
Cuando Muick y Fergus llegaron al castillo de Windsor lo revolucionaron todo y “la reina estaba encantada”, apuntaba una fuente cercana a los medios británicos. Le habían dado mucha alegría y energía a la “ancianita” Candy, el último perro (dorgi) que le quedaba después de la muerte de Vulcan el pasado diciembre.
Vida de reyes
Muick y Fergus han tenido una vida de reyes. Para Isabel II, sus corgis eran sus mejores amigos . A lo largo de su vida, luna de miel incluida, estuvieron más cerca de ella que, incluso, su familia.
Dónde estaba la reina, allí estaban sus perros. Vacaciones, viajes, reuniones importantes… A excepción del dormitorio real, porque al parecer sus ronquidos no le dejaban conciliar el sueño. Pero salvando este detalle, a los Queen’s Corgis se les permitía acceder a cualquier parte de las estancias reales y eran también los únicos privilegiados que podían desobedecer una orden de Su Majestad sin sufrir graves consecuencias.
Los lacayos en su misión más importante
La jornada canina real comenzaba a primera hora de la mañana. Y la Soberana estaba presente. Juntos esperaban la llegada de los lacayos para que éstos cumpliesen una de las misiones más importantes de la mañana: sacarlos a pasear y traerlos de vuelta a la estancia donde desayuna . Y siempre les caía un trozo de tostada.
Por la tarde, Isabel paseaba con ellos por los jardines antes de su comida diaria, mezclada con una cuchara y un tenedor de plata y servida en cuencos de metal y porcelana y, por supuesto, no compartían plato.
‘Manjares’ caninos
Los ‘manjares’ caninos son elaborados por un chef en las cocinas reales , con dietas adaptadas por el veterinario a las necesidades de cada uno. Y esto incluye una gran variedad de carne fresca cocida como solomillo, conejo, pollo, bistec o faisán; verduras y arroz; un poco de galleta, remedios homeopáticos y herbales y una salsa especial que, diferentes medios ingleses apuntan a que es una receta propia de la reina. Y, por supuesto, siempre que era posible, los alimentaba ella misma.
Cuando los perros no estaban con Su Majestad ni de paseo, había que buscarlos en su habitación donde vivían rodeados de juguetes -Papá Noel llena sus calcetines individuales de regalos- y dormían en canastas. Cestas individuales forradas con cojines y elevadas del suelo para que les protegiesen del frío y de las corrientes de aire.
Alfombra en movimiento
El mayor número de corgis que ha tenido al mismo tiempo la Reina fue de 13, a principios de la década de 1980. Diana , la Princesa de Gales, los llamó ‘la alfombra en movimiento’.
Desde entonces, se han asociado a la Soberana como sus palacios, sus tesoros o la corona. De hecho, aunque la reina había disfrutado de la compañía de perros de otras razas, los corgis siempre habían sido sus preferidos. Le ayudaban a relajarse y eran muy buenos acompañantes, aunque tenían mucho carácter y se lo demostraban. Aún estando muy bien adiestrados, la reina había sufrido el impacto de sus dientes al intentar separarlos. Aunque sólo una vez recibió puntos de sutura.
Un psicólogo impresionado
Es más, como las peleas no cesaban, se contrataron los servicios de Roger Mugford, un psicólogo de animales para poner fin a tanto desenfreno. El propio Mugford contó que había sido testigo de cómo la Reina les daba de comer. Rodeada por un semicírculo de perros silenciosos pero ansiosos, y llamando a cada uno por turno para su comida. Quedando muy impresionado, Isabel II le explicó que siempre había sido estricta al exigir buenos modales y que cada uno estaba obligado a esperar su turno: El mayor comía el primero y el más joven el último.
El cameo de Isabel II
Los ‘corgis reales’ han ganado fama en el mundo y han sido representados de muchas formas, incluyendo la moneda que se diseñó para su jubileo, en 2002… Pero sin duda, las imágenes que elevaron a los corgis al estrellato fueron las que se tomaron de Willow y Holly participando en la ceremonia de apertura de los Juegos Olímpicos de Verano, en 2012. Ellos, ‘saludando’ a James Bond (Daniel Craig) a su llegada al Palacio de Buckingham, donde la reina le encargaría una nueva misión. Un ‘cameo soberano’ con el que la reina cumplió el sueño de poder decir: “Buenas noches, señor Bond”.
Pero si los perros reales son bien tratados en vida, no podía ser de otra forma que también lo fueran cuando abandonan este mundo. Una tradición iniciada por la reina Victoria por la que, sean de caza o mascotas, son enterradas en el jardín. En Sandringham, como en otras residencias reales, el cementerio de mascotas está en un rincón, con lápidas conmemorativas y conmovedores tributos. La más llamativa la de Susan, para la que la reina elaboró un boceto, junto con una inscripción… “La fiel compañera de la reina durante 15 años”.