president eisenhower amp queen elizabeth at the st lawrence seaway© GettyImages

Dos secretos y un confidente: la Reina de Inglaterra y el presidente Eisenhower

Repasamos la bonita historia de amistad entre la monarca y el americano


8 de septiembre de 2022 - 10:37 CEST

Seis años después de su coronación, la  Reina Isabel II de Inglaterra  y su marido, el Príncipe Felipe de Edimburgo, se embarcan en un largo viaje oficial por Canadá. Sus hijos, los príncipes Carlos y Ana, de once y nueve años, respectivamente, permanecerán en el castillo de Windsor, al cuidado de sus institutrices, hasta el primer día de agosto, cuando está previsto el regreso de la real pareja, que planea tomarse unos días de descanso con los niños en Balmoral, antes de emprender un nuevo viaje oficial, primero a las islas del norte de Escocia, y después, al África Occidental.

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La Reina Isabel II en la base militar de Torbay, Terranova.

El 18 de junio de 1959, el avión de las fuerzas aéreas británicas aterriza en la base militar de Torbay, Terranova, donde se ha congregado un buen número de personas. A nadie decepciona la célebre, menuda e impecable figura de la Reina, cuando hace su aparición, vestida con un abrigo de verano de color verde menta, un sombrerito a juego y un espectacular broche de oro blanco y diamantes, saluda desde lo alto de la escalinata, y después desciende, regia, mientras se enfunda con maestría los guantes de seda.

No lo parece, no se adivina en ella el menor titubeo, pero la joven Reina teme no ser bien recibida por sus súbditos canadienses, entre los que ha prendido la llama nacionalista, la misma que ella espera sofocar con su visita.

Le tiembla un poco la voz en su primer discurso; comienza con un ligero carraspeo, sólo perceptible para la propia reina. Se abstrae del texto, que se sabe de memoria, y mientras lee, le ruega al dios cuya Iglesia encabeza, que su viaje transcurra sin contratiempos y que Felipe, por todos los santos, mantenga la compostura.

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La Reina vestida con un abrigo de verano de color verde menta, un sombrerito a juego y un espectacular broche de oro blanco y diamantes.

Las meteduras de pata del Duque de Edimburgo

La actitud de  Felipe de Edimburgo  estaba siendo en ese momento muy criticada por los tabloides, de los cuales se hizo eco toda la prensa europea; incluida una popular revista española llamada ¡HOLA!:

“El año anterior, Felipe no pasó más que seis meses al lado de la reina. El resto del tiempo lo invirtió en recorrer mares y tierras lejanas. El mundo entero tuvo la impresión de que no iban muy bien las cosas en el regio hogar británico. Tales rumores llegaron al punto de que, por primera vez en la historia del palacio de Buckingham , se consideró oportuno publicar un mentir diciendo: “No hay desacuerdo alguno entre el Príncipe y la Reina”. Se comprende que la Reina partiese un poco triste y que Felipe no se mostrase muy contento, pues contra él más que contra la reina, iban los ataques. Los canadiense son muy serios y muy demócratas y se sienten un poco molestos por las actitudes de gran señor displicente y burlón que muestra Felipe. No encontraron divertido, ni mucho menos, que remojase a los fotógrafos en la exposición de flores de Chelsea, como tampoco rieron la gracia de aquella anécdota que le mostró ‘regando’ a los niños hindúes que acudieron a admirarle durante su paseo por la India diciéndoles: “¡Así creceréis!”.

Piensan algunos que esas salidas que se permite el príncipe de vez en cuando son una expresión de su fastidio ante las críticas de que ha sido objeto a la vista de fotografías suyas en las que aparecía contemplando a una bella secretaria suya practicando el hula-hoop”.

Los aplausos y los gritos de bienvenida sacan a la reina de su ensimismamiento. Sonríe levantando los ojos al cielo y todavía pide una cosa más: que a lo largo del camino, encuentre aliados y amigos en los que confiar.

La indisposición de la Reina

Como era de esperar, el viaje resulta agotador. De camino a Quebec, recorren las ciudades de St. John, Corner Brook y Schefferville. La reina visita fábricas, hospitales, escuelas y lineas ferroviarias, pronuncia innumerables discursos, saluda a miles de personas, acude a cenas formales, a fiestas en su honor.

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Imagen del del yate real Britannia.

Por fin, en el puerto de Sept- Îles, Isabel y Felipe suben a bordo del yate real Britannia, que ha navegado las tres mil millas que separan Inglaterra de Canadá y los espera -un palacio flotante-, para emprender una larga travesía por el flamante Canal de San Lorenzo. Este paso marítimo de cuatro mil kilómetros de longitud, fruto de largas conversaciones diplomáticas, une el Atlántico y la región de los Grandes Lagos, permitiendo llegar buques de alto tonelaje hasta Chicago. Su inauguración, prevista para el 26 de junio promete ser un acontecimiento histórico, solo comparable al de la apertura del Canal de Panama o el Canal de Suez.

Isabel está exhausta; se derrumba en un butacón, ante la indiferencia de Felipe, experto marino, que allí se siente como pez en el agua. Visita el puente de mando, vocifera y ríe con los oficiales, bebe champán y se pasea por cubierta, mientras ella, encerrada en el camarote, sufre unos mareos horribles. Apenas prueba bocado durante la navegada, que se le hace interminable. Duerme mal, a trompicones, y no puede esconder del todo las bolsas cerúleas que se le han formado bajo los ojos.

Cuando finalmente desembarcan en Montreal, es un alivio abandonar durante unas horas el barco, para asistir al baile de gala que se celebra en el hotel Queen Elizabeth, construido el año anterior y bautizado en su honor. Lleva un vestido escotado, palabra de honor, con adornos florales bordados en tul y una fabulosa tiara sobre la cabeza. Las invitadas revolotean alrededor de la Reina, atraídas por el brillo de sus diamantes, hasta que los organizadores del banquete les ruegan a las distinguidas damas, que por favor, tomen asiento. Ella, impasible, conversa con el Cardenal Leger, arzobispo de Montreal, sin inmutarse por la aglomeración de curiosos que la asedian. Casi no puede respirar. El ambiente está tan cargado, que vuelve a marearse, el estómago protesta, siente náuseas. Pero ella no muestra el menor signo de debilidad. Sonríe mientras abre el baile. La orquesta interpreta un conocido vals. El Príncipe Felipe la siente fría, temblorosa y ella le pide que la saque cuanto antes de allí.

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La Reina Isabel II durante su visita a Canadá.

En las catorce estancias de la Suite Real, Isabel no encuentra un solo rincón donde refugiarse, hacerse un ovillo, ser un ser humano, una mujer. Hay demasiadas flores, demasiado perfume, el aire está viciado con tantos centros de rosas, tantos jarrones, tantos ramos.

Lo que la reina necesita es un aliado. Preferiblemente con unos hombros muy anchos sobre los que reclinar la cabeza. Su marido no entiende de fragilidades, él es un militar al que jamás permitieron quejarse. Y ella es su comandante en jefe.

De repente, un amigo

Llega la mañana del día histórico en el que su Alteza Real, la Reina Isabel II, ha de inaugurar el Canal de San Lorenzo. En el muelle la espera una bulliciosa comitiva. Saluda a las autoridades, formalmente, sin emociones, hasta que reconoce entre todas una voz familiar que la llama ‘querida’. ¿Cómo se encuentra, querida?, le pregunta el presidente de los Estados Unidos, Dwight Eisenhower, con una ternura que le hace recordar a su padre.

Eisenhower tiene setenta años, cinco más de los que hubiera cumplido el rey Jorge VI, los ojos claros, la sonrisa ancha, muy blanca y una responsabilidad comparable a la suya sobre la espalda.

En su discurso, la reina alaba el valor del general norteamericano en la segunda guerra mundial; lo describe como “uno de los grandes líderes militares que guio al mundo libre a través de la crisis más grave de la modernidad”. Después, como si de una excursión familiar se tratase, embarcan en el Britannia la Reina, el presidente de los Estados Unidos, el Primer Ministro canadiense y sus respectivos cónyuges. Isabel- abrigo de verano, sombrerito a juego y llamativo broche-, recupera la sonrisa a pesar de que la sola idea de hacerse a la mar le provoca náuseas.

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La Reina Isabel II y el presidente Eisenhower en el Canal de San Lorenzo.

Confía en que Felipe se cuidará esta vez de hacer el menor comentario sobre la innombrable Summersby. Cuando, dos años antes, fueron recibidos por el Presidente y su esposa Mamie en la Casa Blanca, el duque de Edimburgo estuvo a punto de preguntarle por “Irlanda”. O tal vez lo hizo, quién sabe, entre dientes, mientras brindaban con Champagne.

Es un secreto a voces. El escandaloso romance entre el general Eisenhower y la soldado irlandesa Kay Summersby, encargada de conducir su Cadillac durante los años de la guerra. Se rumorea que el presidente estuvo a punto de divorciarse de Mamie, después de treinta años de matrimonio, para casarse con su amante; dieciocho años más joven que él, fotógrafa y modelo ocasional, a la que consiguió la nacionalidad americana.

Afortunadamente se impusieron la cordura, la ambición política y la campaña presidencial y allí están ahora Ike y Mamie, disfrutando de la excursión en el Britannia como dos colegiales, bromeando y riendo, abuelos ya de cuatro preciosos nietos de los que no paran de presumir.

Un secreto de estado

Durante la breve travesía Isabel palidece, siente náuseas, teme que su estómago le juegue una mala pasada. Se aparta un instante del grupo y camina unos pasos por la cubierta, el viento contra la cara, la mirada perdida en el horizonte, evitando fijarla en el movimiento del agua. Sería terrible que se recordara este día por el mareo de la reina; que alguno de los periodistas que inmortaliza el momento, le tomara una fotografía vomitando por la borda.

Se siente frágil y sola. Entonces nota el peso de una mano en su hombro. Es cálida, grande, como la de su padre. “A mí puedes contarme tu secreto -parece decirle-, puedes confiar en mí, compartir conmigo el peso de tu corona”. Es el viejo Eisenhower, que la ha seguido hasta allí y ahora la contempla con sus ojos del color del mar.

Creo que estoy embarazada”, le confiesa la reina con una sonrisa tímida. “Por favor, no se lo cuente a nadie”, le ruega, señalando disimuladamente a los reporteros que apuntan sus cámaras hacia ellos desde la cubierta inferior.

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La Reina Isabel II y Felipe de Edimburgo junto al presidente Eisenhower y su mujer.

Será un príncipe inglés “Made in América”, piensa el presidente, pero no dice nada; solamente presiona con más fuerza los dedos en el hombro, e Isabel, que todavía no se ha atrevido ni siquiera a consultarlo con su médico, siente un alivio enorme, como el que se siente cuando se abre la ventana de una habitación cerrada.

“Venga a visitarnos a Balmoral, presidente”, le propone la reina a Eisenhower cuando termina el ceremonial. Y él le promete que irá, lo antes posible, aunque la primera dama- incapaz de subirse a un avión-, no quiera acompañarle.

Unos días después, la reina acusa el cansancio de tanto ajetreo y se cancelan algunos actos oficiales previstos. El enviado especial de la agencia France-Press reporta en un telegrama, que “se espera un feliz acontecimiento para dentro de unos meses”. El revuelo es tremendo. El desmentido oficial no tarda en producirse, pero Isabel y Felipe cambian sus planes y regresan apresuradamente a Inglaterra en avión, en lugar de cruzar el océano Atlántico a bordo del Britannia como estaba previsto.

El anuncio oficial del feliz acontecimiento

Nada más llegar a Londres, la joven reina, que ha cumplido 33 años en abril, se somete a un reconocimiento médico que confirma sus sospechas. La revista ¡HOLA! titula a toda página: “Isabel de Inglaterra espera su tercer hijo” y escribe:

© Archivo ¡HOLA!

Se espera que el príncipe llegue al mundo entre el 21 de enero y el 14 de febrero, según declaraciones del portavoz de la Corte, al margen del comunicado oficial. Este, facilitado el pasado día 7 por el Palacio de Buckingham venía redactado en el tradicional estilo y decía así:

“La reina no asumirá nuevos compromisos. Su majestad lamenta profundamente la decepción que su incapacidad de efectuar, este otoño, el anunciado viaje al África Occidental puede causar en sus súbditos de Ghana, Sierra Leona y Gambia. La reina ha sido examinada por sus médicos al regreso del Canadá. Se encuentra bien de salud”.

El presidente Eisenhower había sido informado de la esperada maternidad de la reina, con anterioridad al comunicado oficial de la corte. Dio la noticia en una reunión del consejo de ministros aquella misma mañana, pero no hasta tener noticia de que había sido anunciado oficialmente en Londres. Cuando llegó, a las nueve de la mañana, para asistir a la reunión del gabinete, preguntó a su secretario de prensa, James Hagerty, si los servicios de noticias habían dicho algo de ello. Y a la negativa de Hagerty contestó el presidente: “Está bien; cuando llegue la noticia tráigamela al consejo”. Llegó pocos minutos después. Hagerty informó luego a los periodistas de que tanto el Presidente como la señora Eisenhower se mostraban sumamente contentos”.

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El presidente Eisenhower con la Familia Real Británica en Balmoral.

Eisenhower visita a la Reina en Balmoral

Tras el anuncio del embarazo, Isabel y Felipe se trasladan con sus hijos Carlos y Ana al palacio de Balmoral, en Escocia; su residencia privada campestre, donde suelen dar largos paseos, cazar ciervos y hacer picnics al aire libre. El 29 de agosto, respondiendo a su cariñosa invitación, el presidente Eisenhower visita a la Reina. Pasa solo veinticuatro horas a su lado; un viaje exprés, en avión desde Londres, acompañado por su hijo John. Al caer la tarde, Isabel invita a Ike a recorrer la finca y los dos, a solas, suben a un coche de campo conducido por ella misma. Nadie sabe de qué hablan, tal vez de asuntos extremadamente importantes para el orden mundial, o tal vez de la ilusión de una joven madre ante el nacimiento de su bebé. Se encuentran con el príncipe Felipe y los niños en Glas-Allt-Shiel, un lodge a orillas del lago Muick, para tomar el té todos juntos.

© Archivo ¡HOLA!

Les sirven los tradicionales sandwiches, y también unos bollitos recién horneados, llamados  scones  . Es la primera vez que el norteamericano prueba el sabroso dulce con sabor a mantequilla, que se abre por la mitad para untarlo con mermelada de fresa y nata batida. Le gustan tanto, tanto, que ruega a la reina que le pase la receta; para que Mamie pueda hacerlos en casa. Pero la reina, muy seria, le responde que se trata de una receta secreta; guardada bajo llave en las cocinas del castillo desde tiempos inmemoriales. Lo que me pide, señor presidente, es que le revele un “Top Secret”, insinúa. Pero después ríe y le asegura que se la enviará por correo, siempre que le prometa que no la compartirá con nadie.

© GettyImages

Un secreto de familia

El día 24 de enero de 1960, tres semanas antes de dar a luz al príncipe Andrés, la reina recuerda su promesa, telefonea a Balmoral, toma nota… y escribe una carta de su puño y letra:

“Estimado señor presidente:

Al ver una fotografía suya en el periódico de hoy, asando codornices ante una barbacoa, me he acordado de que no llegué a enviarle la receta de los scones que le había prometido en Balmoral. Me apresuro a hacerlo ahora, con la esperanza de que el resultado le parezca satisfactorio. Aunque las cantidades están pensadas para 16 personas, cuando el número es menor, yo acostumbro a reducir la cantidad de harina y leche, pero empleo los demás ingredientes tal y como se especifican. Alguna vez he probado a utilizar miel de caña o melaza en lugar de solo azúcar y también quedan muy bien. Creo que es preciso batir la mezcla a conciencia durante la preparación y no dejarla reposar demasiado antes de cocinarla. 

Hemos seguido con sumo interés y gran admiración su formidable travesía por tantísimos países; creemos que en nuestros futuros viajes ya no podemos volver a afirmar que nos hacen trabajar demasiado. 

Recordamos con gran placer su visita a Balmoral y confío en que la fotografía sirva de recordatorio del día feliz que pasaron con nosotros. 

Con mis mejores deseos para usted y para la señora Eisenhower.

Atentamente,

Isabel R.”

© Recopiladas por Shaun Usher en su libro 'Cartas Memorables', editorial Salamandra

© Recopiladas por Shaun Usher en su libro 'Cartas Memorables', editorial Salamandra

© Recopiladas por Shaun Usher en su libro 'Cartas Memorables', editorial Salamandra

© Recopiladas por Shaun Usher en su libro 'Cartas Memorables', editorial Salamandra

© Recopiladas por Shaun Usher en su libro 'Cartas Memorables', editorial Salamandra

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Receta de ‘scones’

© Editorial Salamandra

Portada del libro ‘Cartas Memorables’, de Shaun Usher, publicado por editorial Salamandra

Incluye en el sobre, un menú con la receta mecanografiada y una fotografía en blanco y negro en la que posan Felipe, los niños, el presidente y ella misma, ante el castillo. El pie de foto que publica ¡HOLA! dice así: “El gesto de Eisenhower, al poner su mano sobre el hombro de la princesita Ana para esta foto, tan familiar, hace que el presidente norteamericano parezca el abuelo de la casa”.

*La carta manuscrita forma parte de las cartas recopiladas por Shaun Usher en su libro “Cartas Memorables”, de la editorial Salamandra.