Las duras noticias del declive en la salud de la reina Isabel llegaron del lugar menos esperado, Balmoral, la residencia de verano en donde la monarca históricamente pasaba un par de meses al año y en donde apenas a principios de esta semana recibía a Liz Truss, nueva primer ministro de Reino Unido. Después de meses en el Castillo de Windsor, en donde se refugió desde el comienzo de la pandemia, dejando atrás el Palacio de Buckingham, que fuera su residencia durante las últimas décadas, la monarca había podido hacer el viaje a Escocia, en donde durante los meses de julio y agosto recibió la visita de sus familiares más cercanos. Fue precisamente en ese lugar que, en palabras de quienes la conocieron, era más feliz, ha partido una mujer excepcional, pilar de Reino Unido y admirada alrededor del mundo. Isabel II ha dejado un entrañable legado, lo que hace especialmente significativo que haya partido en aquel lugar en el que su corazón disfrutaba de pasar el tiempo con el Duque de Edimburgo. Precisamente fue en los terrenos de Balmoral en donde posó para aquella imagen con la que ella quiso agradecer los mensajes de condolencia ante el fallecimiento de su amado príncipe Felipe, demostrando los lazos que tenía con aquellos terrenos. Pero, ¿qué hace tan especial este lugar?
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Se trata de la residencia de descanso de la reina Isabel, en la que solía refugiarse durante los veranos, alejada de los reflectores y entregándose a la vida familiar. El espectacular castillo se encuentra en el Valle de Dee en Aberdeenshire, a seis millas de Braemar en Escocia. De los 6,350 acres que conformaban originalmente su terreno al ser comprado por la Reina Victoria, ahora la residencia cuenta con 50,000 acres en lo que se ha convertido en un verdadero espectáculo de la naturaleza. En esta propiedad se encuentran los parques de Ballochbuie y Caledonian, así como el lago de Muick de agua dulce, convirtiéndola en una zona protegida por el Lochnagar Wildlife Trust desde 1974.
La romántica fotografía que la Reina compartió con el Duque de Edimburgo en Balmoral
Así se comenzó la leyenda de este castillo
La historia de este lugar es una especialmente significativa para la Familia Real británica, y es que está ligada a una de las parejas más memorables entre los antepasados de la realeza europea. Todo comenzó cuando la reina Victoria cayó rendida ante los escenarios de Escocia, lo que la llevó a decidir comprar una residencia en el lugar. Su amado Alberto, sentía que las verdes montañas del país eran similares a las de su natal Coburg, en Alemania, lo que traía nostálgicos recuerdos de su hogar. Fue así como la pareja rentó el Castillo de Balmoral, contando con que este lugar tenía ya sus propias conexiones con la realeza, pues en la Edad Media fue la residencia de cacería de Roberto II, Rey de Escocia.
No fue sino hasta 1852 que la reina Victoria lo compró por una suma de 31,000 libras esterlinas de aquel entonces, dinero que según cuentan las leyendas provenía de la herencia que le había dejado John Cambden Neild. En su testamento, el excéntrico millonario dejaba establecido que esa suma de dinero tenía como destino el uso personal de la monarca y qué mejor que ocuparlo en la compra de una residencia que se convertiría en un verdadero símbolo en su vida. En su diario de 1852, Victoria escribía: “Una muy significativa fortuna se me ha heredado inexplicablemente por el señor John Camden Neild. Él sabía que no la despilfarraría”. Y vaya que no lo haría, pues sin saberlo, estaría estableciendo el que se convertiría en el refugio de sus sucesores en la corona.
Curiosamente, la pareja real decidió demoler el castillo del siglo XV y construir uno nuevo que se completó en 1856, bajo el diseño de Alberto en colaboración con el arquitecto William Smith. Desde entonces, Victoria se referiría a él como “Mi amado paraíso”. Desgraciadamente, en 1861, ante la muerte de Alberto, Victoria se recluiría y elegiría Balmoral como su refugio ante la soledad. Cuarenta años después, ante la muerte de la Reina Victoria en 1901, este terreno se dejó en su testimonio a Eduardo VII y a todos los monarcas británicos que le sucedieran, entre ellos, Isabel II.
Las alegrías más especiales de Balmoral
Aunque el bisabuelo de la Reina -el sucesor de Victoria- no era muy afín a la naturaleza del lugar, su hijo, Jorge V escapaba constantemente a este destino, fomentando un amor por el castillo y sus alrededores en su hijo, quien se convertiría en Jorge VI, el padre de la reina Isabel. Algunos de los momentos más importantes en la vida de Isabel II se vivieron entre las paredes de este castillo. Desde aquellos recuerdos de relevancia histórica, posando cuando apenas era una bebé con sus padres y abuelos, dando testimonio de tres generaciones de monarcas juntos, hasta los momentos más mundanos en los que enfundada en su falda de tartán y con su infaltable suéter tejido, se adentraba a las tareas del hogar con su querido Duque de Edimburgo encargándose de la parrilla. El mismo Tony Blair contaba sorprendido cómo la Reina se había encargado de recoger y lavar personalmente todos los platos de la comida que compartieron durante su visita a esta residencia real, en una charla con The Guardian, dejando claro cómo eran las cosas en esta residencia.
Las imágenes de sucesión no se detendrían en la infancia de Isabel II, pues en ese mismo lugar posaría con su padre y con un jovencísimo príncipe Carlos, y décadas más tarde, haría lo propio con el príncipe William, hasta hace un par de años, que en una fotografía con la mayoría de sus bisnietos, aparecía con el príncipe George, convirtiendo esta residencia de descanso en un punto de encuentro familiar, pero también histórico. Hay quienes se refieren a Balmoral como un santuario para la Familia Real, en donde la Reina fue más abuela y bisabuela que monarca, en donde fue más esposa que Reina y en donde fue más jinete de sus amados caballos que uno de los íconos mundiales más sobresalientes de la historia. “Pienso que Granny es más feliz ahí”, decía la princesa Eugenia hace algunos años en el documental Our Queen At Ninety, cuando se celebraban las primeras nueve décadas de vida de la monarca hace apenas unos años, lo que sin duda da consuelo a sus familiares, al saber que partió en el lugar que tanto amaba.
Cuentan quienes saben que fue precisamente en Balmoral que el príncipe Felipe comenzó a pensar seriamente en matrimonio con la entonces princesa Isabel. Después de algunas visitas para pasar el verano con la familia, en el viaje que hizo en 1946, las cosas eran más claras y el futuro era ya latente. Tal vez, eso sería un presagio, pues sería Balmoral el lugar en el que la pareja, que fue cómplice hasta el último momento, viviría sus momentos más felices. Fue en los terrenos de Balmoral, que Isabel y Felipe vivieron su luna de miel, situación que se repetiría décadas después con Carlos y Diana.
Tal como sucedió con la reina Victoria, a lo largo de los años, Isabel II encontró en Balmoral un refugio, lejos de la mirada pública. Con su infaltable mascada sobre la cabeza, no era raro verla caminando por los terrenos del lugar o si se salía con la suya, montando a caballo en los terrenos. La simpática anécdota cuando algunos extranjeros la confundieron con una vecina de la zona y le preguntaron si había visto alguna vez a la Reina, ha hecho sonreír a más de uno, como muestra del buen humor que la monarca tenía siempre con un comentario sagas.
Los momentos más duros de Balmoral
Si en ese castillo se han vivido momentos felices, también es ahí en donde la Reina encontró consuelo en algunos de los momentos más duros de su vida. Ante la partida del duque de Edimburgo, Isabel II no dudó en querer pasar su verano en aquella residencia en la que la pareja fue tan feliz. No por nada la Reina Victoria escribía en su diario en 1842, “Todo parece respirar libertad y paz, y hace que uno se olvide del mundo y sus tristes disturbios”.
Fue precisamente en Balmoral en donde la reina Isabel, el príncipe William y el príncipe Harry se enteraron del fallecimiento de la princesa Diana. La noticia que llegaba la madrugada del 31 de agosto desde París tendría un impacto inmensurable en la vida de los Duques, por lo que su abuela tomó la férrea decisión de que los chicos permanecieran en el que históricamente era considerado un refugio, antes de tener que enfrentar al mundo en Londres. Una vez más, más abuela que monarca, Isabel II se olvidó de protocolos y tomó las decisiones que fueron mejores para sus nietos, que enfrentaban la pérdida más dura de su vida, y que ahora la pierden a ella.
Aunque parecía poco probable ha sido, incluso, poético el que la Reina partiera en este lugar tan significativo. A pesar de que su vida pública se vio siempre ligada al Palacio de Buckingham, en Sandringham encontraba un rincón personal y en Windsor no tenía los mejores recuerdos, Balmoral fue siempre su oasis personal, en donde más que una monarca era Isabel. Fue ahí en donde se ha dado la pérdida de uno de los íconos más grandes de nuestro tiempo y ha marcado para su familia un hito más para el recuerdo.