La salida del príncipe Harry y Meghan Markle de la monarquía británica sirvió como catalizador para la popularidad de los príncipes Guillermo y Kate, que por un lado apuntalaron su imagen de núcleo duro, comprometido y fiable, al lado de Isabel II y del príncipe Carlos, y por otro, vieron como la única pareja capaz de eclipsarles se retiraba de la vida pública al menos en el Reino Unido. Después llegó una pandemia que obligó a Isabel II y al príncipe Carlos a retirarse por precaución y fueron ellos los que ocuparon su lugar, poco a poco, su popularidad subió como la espuma y en el Jubileo de Platino dieron su golpe de efecto definitivo, convirtiéndose en los protagonistas indiscutibles de los cuatro días de fiesta que se celebraron en honor a Isabel II. Posicionados ya como la imagen de la monarquía del futuro, en ese "universo Cambridge" faltaba una alternativa a los Sussex y finalmente han encontrado una activa retaguardia que no compite en primera fila.
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La forma en la que Isabel II gestionó la presencia de sus familiares en el jubileo dice mucho de las intenciones de la institución de cara al futuro, de forma que los Windsor han quedado divididos en tres grupos: las piezas claves de la institución, que son el príncipe Carlos, la duquesa de Cornualles y los Cambridge; los que deben apoyar a esa primera línea pero de sin eclipsarla, es decir, la princesa Ana y los condes de Wessex; y por último, los que no tienen peso institucional y solo estarán presentes en actos de carácter familiar, es el caso del resto de nietos y bisnietos de la soberana británica, es el caso de los York y los Sussex.
En este escenario, los condes de Wessex -el príncipe Eduardo es el hijo pequeño de Isabel II y el duque de Edimburgo, por tanto, tío del príncipe Guillermo- se han convertido en la mejor alternativa a los duques de Sussex en el momento en el que la agenda oficial ha recuperado el volumen de antes de la pandemia y, de hecho, las apariciones y los viajes oficiales son constantes. En menos de una semana el príncipe Eduardo y su mujer han ido de Irlanda del Norte a Gibraltar, sin perderse ni un solo acto en honor a Isabel II. Una vez de vuelta en el país, el pasado lunes estaban en Windsor para la celebración de la Orden de la Jarretera en la que Camilla fue investida dama. En ese acto, Kate de azul y Sofía de rosa, mostraron sintonía y complicidad, cada una en su papel, cómodas en el puesto que les ha tocado y conscientes de que ese era el gran día de Camilla, la duquesa de Cornualles y mujer del futuro rey, que recibía una distinción que previsiblemente algún día lucirá Kate.
Especialmente significativo fue el detalle de que los Wessex desfilaran en la procesión real del Saludo a la Bandera, detrás de los Cambridge, y después saludaran desde el balcón del Palacio de Buckingham, sin embargo, no regresaron al balcón para la foto del domingo, la foto final que pasaría a la historia y que quedó reservada al núcleo duro. Si algo quedó claro con la salida de los Sussex es que para que la institución funcione la jerarquía debe ser clara y la popularidad debe rendirse a ella. De modo que la alternativa que han encontrado los Cambridge para apoyarse en el futuro, al menos hasta que George, Charlotte y Louis de Cambridge tengan edad para tener agenda oficial propia, es la más cómoda posible, un matrimonio – el del príncipe Eduardo y Sofia de Wessex-, que nunca han buscado estar en primera fila ni reclamaron para sus hijos el título de príncipe y princesa que les correspondía como nietos de la Reina. Eso sí olvidar que la condesa Sofia es la nuera favorita de la Reina y que con sus discreción y apoyo se ha ganado un hueco en una monarquía que apuesta –como el resto de las europeas- por concentrar las funciones oficiales en manos de unos pocos.
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