Los últimos días han sido de dudas constantes. El Palacio de Buckingham no confirmaba la presencia de Isabel II en esta misa de acción de gracias, en memoria de su marido, el príncipe Felipe, duque de Edimburgo, y tampoco incluía en los comunicados nada que hiciera suponer una opción o la contraria. En definitiva, hasta 24 horas antes no se ha hecho oficial la decisión y finalmente, Isabel II, la Reina que ha cumplido 70 años en el trono y está a punto de cumplir 96 años de edad, ha demostrado, una vez más, que es de acero. A pesar de sus evidentes problemas de movilidad, sobre los que ella misma ha hablado, la soberana británica no ha faltado al servicio religioso pero ha variado su protocolo habitual de llegada y lo ha hecho acompañada del brazo del príncipe Andrés, una elección cargada de significado en un momento especialmente delicado para su tercer hijo, ya que lleva varios años retirado de la vida oficial, fuera de la vida pública y acaba de cerrar un acuerdo millonario para no llegar a juicio por el llamado Caso Epstein.
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Como marca el protocolo, la Reina ha sido la última en llegar pero lo ha hecho entrando por una puerta lateral (Poets‘ Corner, sin cámaras y fuera del ojo público) en la que esperaba el Deán de Westminster, el reverendísimo David Hoyle, y el resto del clero de la abadía más famosa y antigua de Londres, la que acoge históricamente los servicios religiosos más destacados de la Familia Real británica. Este momento, sin duda, era el más esperado de la mañana ya que en las últimas semanas han circulado diversas de teorías en torno a su llegada. Algún medio británico apuntó a un traslado en helicóptero desde Windsor hasta Buckingham y otros valoraban la posibilidad de que Isabel II estuviera ya sentada en la abadía cuando llegaran el resto de los invitados, pero finalmente se ha optado por la puerta lateral con el fin de acortar su camino, un recorrido que ha hecho con bastón, a ratos de la mano de su hijo, y escoltada por un cortejo real que esta vez ha dejado menos espacio en torno a ella.
El protagonismo que ha tenido el príncipe Andrés en este homenaje a su padre ha sido totalmente inesperado pero un gesto inequívoco de que se apoyan mutuamente y de que para Isabel II el servicio de hoy era un asunto familiar. Hay que recordar que tanto la Reina como el príncipe Andrés, viven en Windsor, un motivo más para hacer este viaje juntos, sin olvidar que siempre se ha dicho que él era su favorito, igual que la princesa Ana era la favorita del príncipe de Edimburgo. Terminado el recorrido, como marca el orden de precedencia, la Reina se ha sentado al lado de su heredero, el príncipe Carlos, mientras que Andrés ha ocupado un lugar en primera fila a su hermano pequeño, el príncipe Eduardo.
Esta misa para honrar la vida y recordar al duque de Edimburgo estaba pendiente desde hace casi un año para el Reino Unido, las monarquías presentes y la Reina, que se ha emocionado y no ha podido evitar las lágrimas. La pandemia impidió que el pasado abril, cuando falleció el duque de Edimburgo, se celebrara un funeral multitudinario en su honor, aunque el despliegue fue épico, con una amplia representación de las fuerzas armadas, solemne, emotivo y de acuerdo a los deseos del Duque. Sin embargo, la situación sanitaria actual ha propiciado que se celebre esta misa con el objetivo de dar gracias por la vida y la la dedicación del duque de Edimburgo a la familia, la nación y la Commonwealth. En definitiva, un día para recordar y agradecer la llegada del príncipe Felipe a una monarquía que no siempre lo trató bien, pero que al final tuvo que reconocer la importancia de su papel y ahora de su legado. Es por esto que entre los invitados se encuentran también más de medio millar de representantes de las organizaciones a las que él sirvió, principalmente dedicadas a la juventud, al medio ambiente y a las fuerzas armadas.
La Reina ha vestido de verde oscuro en tributo a su marido, ya que era el color que le representaba, lo vimos en el coche que él mismo diseño para transportar su féretro el día de su funeral, y ha llevado el broche de oro amarillo, rubíes y diamantes que el príncipe Felipe le regaló en 1966, un diseño del joyero Andrew Grima. La soberana, que se ha emocionado en varios momentos durante el servicio religioso, ha estado muy pendiente de todos los detalles que han rodeado a esta ceremonia e incluso ha querido supervisar los arreglos florales, en blanco, azul y rojo, para que todo tuviera sentido, algunas flores inspiradas en la carrera como marino del duque de Edimburgo y otras que la pareja eligió para el día de su boda, aquel lejano 20 de noviembre de 1947.
La escena que hemos visto en esta mañana gris aunque de comienzo de primavera en Londres ha sido muy distinta a la del 17 de abril, cuando se celebró el funeral en la Capilla de San Jorge en el Castillo de Windsor, entonces, la imagen de Isabel II dio la vuelta al mundo y se convirtió en una de las imágenes del año. La Reina, entonces de riguroso luto, se sentó sola, sin el Duque de Edimburgo a su lado y alejada de todos sus seres queridos por imposición sanitaria. Este martes 29 de marzo ha estado más arropada que nunca, aunque la tristeza de sus ojos es la misma, quizá incluso más ahora que no se oculta tras la mascarilla. Isabel II conoció al príncipe Felipe cuando ella tenía 13 años, estuvieron 73 años casados, tuvieron cuatro hijos, ocho nietos, un número de bisnietos que no para de crecer y un montón de crisis a las que hacer frente.
Una longevidad legendaria y la mirada puesta en el futuro
Isabel II, que nació el 21 de abril de 1926, goza últimamente de una mala salud de hierro. Desde el pasado otoño los sobresaltos han sido casi constantes: primero fue hospitalizada por una gastroenteritis, después un dolor de espalda le impidio asistir a los actos por el Día del Recuerdo y el gran susto llegó el pasado 20 de febrero, cuando dio positivo en COVID-19. La soberana lo superó y decidió trasladar de forma definitiva su residencia del Palacio de Buckingham (en el centro de Londres) al Castillo de Windsor (a menos de una hora de la capital británica), donde precisamente reposan los restos mortales de su marido, el duque de Edimburgo, y del resto de sus seres queridos, como sus padres, el rey Jorge VI y la reina madre; y su hermana, la princesa Margarita. Por otro lado, también se han hecho evidentes unos problemas de movilidad que ella misma reconoció (aunque con una amplia sonrisa) en un de sus actos oficiales. Eso sin olvidar que ya desde el pasado otoño, concretamente en octubre de 2021, se sirve de un bastón con bastante frecuencia.
A estas alturas la longevidad de la Reina ya se ha convertido en algo legendario, pero obviamente no es eterna. Ella misma ha abierto el debate cuando aprovechó sus siete décadas en el trono, su reciente Jubileo de Platino, para mandar un mensaje a la nación con el organizar el futuro y expresar su deseo de que Camilla, la duquesa de Cornualles, llegado el momento sea Reina consorte en lugar de princesa consorte, como se había señalado tras su boda con el príncipe Carlos en el año 2005. "Siempre estaré profunda y humildemente agradecida por la lealtad y el afecto que seguís demostrándome. Y cuando, en la plenitud de los tiempos, mi hijo Carlos se convierta en Rey, sé que le brindarán a él y a su esposa, Camilla, el mismo apoyo que me han brindado a mí, y es mi sincero deseo que, cuando llegue ese momento, Camilla sea conocida como Reina consorte mientras continúa su leal servicio", un mensaje con el que la Reina despejó una de las ecuaciones más complicadas de cara al futuro.