De estudiar la historia a ser protagonista de ella. Ese es el camino que Kate Middleton ha recorrido durante los últimos veinte años, desde que, en 2001, coincidiera con el príncipe Guillermo en la Universidad St. Andrews de Escocia, donde ambos cursaban Historia del Arte. Hasta ese momento, la hoy duquesa de Cambridge, quien el próximo 9 de enero celebra cuarenta años, había tenido una existencia relativamente normal. La mayor de los tres hijos de Michael y Carole Middleton, una familia de clase media-alta en Reading, a una hora al oeste de Londres, disfrutó de una buena educación gracias al próspero negocio de organización de fiestas de sus padres. Esto le permitió asistir a esta exclusiva universidad. Allí, el destino tenía preparado para ella algo muy grande. Las princesas nacen, pero también se hacen. Y Kate es el perfecto ejemplo de ello.
A lo largo de estas dos décadas, la esposa del príncipe Guillermo ha demostrado estar preparada para el gran papel de su vida: el de Reina consorte de Inglaterra. Mientras llega ese momento, demuestra que sabe combinar como nadie la tradición de la monarquía y la modernidad de una mujer de cuarenta años, con preocupaciones y aficiones de alguien de su edad. Una mezcla que domina a la perfección y que demostró el pasado día de Nochebuena, cuando sorprendió a todo el mundo al tocar el piano durante la actuación de Tom Walker. El cantante interpretó For Those Who Can’t Be Here (Para los que no pueden estar aquí) durante el concierto navideño benéfico que la duquesa organizó en la abadía de Westminster. En 2011 se casó allí con el príncipe Guillermo. Este también ha sido el año de su consagración como fotógrafa: en febrero presentó su primer libro de fotografías, que se convirtió en un auténtico superventas en horas.
Desde su entrada oficial en la Familia Real británica hace diez años, la popularidad de Kate crece cada día gracias a su naturalidad y cercanía, que, junto a su poderosa sonrisa, son su arma secreta. Unas encuestas que gana mientras la institución lidia con algunos de los mayores escándalos de los últimos tiempos, véase la salida de los duques de Sussex o la caída en desgracia del príncipe Andrés por el caso Epstein. Sus compromisos institucionales y sociales no han decaído con la pandemia, un momento triste donde Kate se ha transformado en Kate The Great (Catalina la Grande): ha apoyado a los sanitarios, ha luchado por la defensa de la salud mental, se ha involucrado en la educación de los más pequeños e, incluso, el pasado junio, durante unos de sus actos, apareció con un paraguas de arcoíris que fue interpretado como un guiño a la bandera LGTBI.
Desde que conoció al príncipe Guillermo hace veinte años, ha demostrado estar preparada para ser la futura Reina consorte de Inglaterra
La Reina, su aliada
Pero, a pesar de la fulgurante carrera de Kate, la Reina sigue siendo solo una: Isabel II. La salud de la monarca ha sido protagonista este año. Por primera vez obedeció a los médicos, que le recomendaron que descansara. Y ha sido en los momentos de ausencia por parte de la soberana donde se ha vuelto evidente que la Reina cuenta con Kate, quien asume cada vez más responsabilidades. De hecho, el pasado diciembre ocupó una posición principal durante la tradicional ofrenda floral del Día del Recuerdo ante la ausencia de Isabel II. La relación entre ambas siempre ha sido exquisita. Tanto que, en 2017, la soberana le entregó la Orden de la Familia Real, y, en 2019, la nombró dama de la Real Orden Victoriana, el mayor título honorífico. También le ha otorgado otros dos poderes excepcionales: puede llamarla directamente sin tener que pasar por sus asistentes y acceder a sus joyas. De hecho, durante el recital navideño, la duquesa lució unos pendientes art déco que pertenecen a la colección de la Reina.
La popularidad de Kate crece cada día gracias a su naturalidad y cercanía, que, junto a su sonrisa, son su arma secreta
Durante estos años, tanto Kate como su marido han sabido construir una familia sólida, junto a sus hijos, los príncipes George (2013), Charlotte (2015) y Louis (2018), quienes representan la esperanza de la monarquía. Los duques de Cambridge intentan disfrutar de la vida junto a ellos, sin olvidar que un día tendrán una obligación más: ocupar el trono.