Tras instalarse en California hace más de un año, los duques de Sussex iniciaron, el pasado jueves 23 de septiembre, el primer viaje de su nueva vida lejos de la Familia Real británica. Su destino fue Nueva York. Allí, Meghan y Harry participaron durante el fin de semana en el Global Citizen Live, un festival musical benéfico. Pero antes la pareja visitó el One World Trade Center, donde homenajearon a las víctimas del 11-S, y, más tarde, se reunieron con Linda Thomas-Greenfield, la embajadora de Estados Unidos en las Naciones Unidas.
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Era la primera vez que aparecían en un acto oficial —ya no representan a la Familia Real británica, sino a ellos mismos— tras el nacimiento de la pequeña Lilibet, el pasado mes de junio. Este viaje ha levantado cierta polémica. Uno de los motivos ha sido el, según algunos medios, desmedido despliegue de guardaespaldas en la Gran Manzana para proteger al nieto de la Reina Isabel, como si de una gran estrella se tratase. Muy comentado ha sido también el abrigado estilismo de Meghan, teniendo en cuenta que el termómetro en Nueva York superaba los veinticinco grados. Si hay algo claro, es que los duques Sussex son los que ponen las reglas de su propia agenda.