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El corazón como brújula

Con su empatía, Diana conectó con gente de todas las condiciones y demostró el increíble poder de la amabilidad para transformar el mundo


31 de agosto de 2021 - 9:03 CEST

El poder curativo del amor

Creo que la mayor enfermedad que padece el mundo en nuestros días es que la gente se siente poco amada; sé que yo puedo dar amor durante un minuto, durante media hora, durante un día, durante un mes. Me siento muy feliz de hacerlo”.

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Un cuarto de siglo después del diagnóstico que Diana hizo acerca de los males del mundo, sus palabras siguen resonando; hoy más que nunca, somos conscientes de que su sencilla receta es una cura eficaz.

Los sentimientos de dolor e impotencia que experimentó durante la infancia, y que más tarde se manifestaron a través de la bulimia y las autolesiones, generaron en ella una profunda reserva de empatía que más tarde volcó hacia los vulnerables. Desarrolló una sorprendente habilidad para reconocer a la persona más frágil de cualquier lugar al que llegaba, era un instinto natural. Diana solía decir que, si su vida hubiera ido por otro rumbo, podría haber sido una gran trabajadora social.

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Tras pasar un día visitando a los enfermos de cáncer en Pakistán, en 1996, Diana asistió a un acto de recaudación de fondos.

El que fuera su gran amor, Hasnat Khan, la llamaba ‘la bruja’ por su mágico don para comprender a la gente. Al tender la mano, al regalar una palabra amable, un abrazo, una caricia, el ángel mensajero de la Familia Real también se curaba a sí mismo. Dar amor era su poder y su misión en la vida.

Como algo muy personal, Diana sentía especial afinidad con “la gente que era rechazada por la sociedad”. Su amigo Roberto Devorik la recuerda consolando a pacientes con heridas terribles: “En un hospital de Argentina, la vi besar a víctimas de quemaduras graves y no lo hacía para que otros lo vieran, porque ahí no había cámaras. Ella no solo quería ser una Reina, quería dar amor y ayudar a los más necesitados”.

A través de los medios de comunicación, el público era testigo de su compasión hacia las personas desfavorecidas de tierras lejanas, sin embargo, Diana era igualmente solidaria dentro de su círculo de convivencia. Cuando alguno de sus amigos perdía a un ser querido, ella era la primera en ofrecer apoyo. Diana, la viuda del famoso fotógrafo Terence Donovan, recuerda que la primera Navidad sin su esposo, en 1996, recibió la inesperada llamada de la princesa, desde sus vacaciones en el Caribe. El principal asesor de la realeza, Patrick Jephson, comenta que la princesa era hábil para establecer contactos en las circunstancias más complejas.

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En el centro Lord Gage para ancianos en el este de Londres.

Poseía un talento especial para hacer sentir bien a los demás. Cuando asistía a una sesión de terapia con adictos, personas sin hogar o víctimas de la violencia doméstica, primero atendía al solemne discurso informativo del psicólogo a cargo y, cuando finalizaba, ella tomaba la palabra y rompía el hielo de inmediato.

En otras ocasiones, hacía que su silencio lo dijera absolutamente todo. En una visita a los campos de exterminio de Bosnia, la princesa visitó un cementerio donde se encontró con una madre cuidando la tumba de su hijo. Sin un intérprete presente, Diana hizo un suave ademán para secarle las lágrimas. No hubo palabras entre ellas, pero por un breve instante la afligida mujer se sintió menos sola en su dolor.

En el mismo viaje, se hizo amiga de dos adolescentes mutilados por minas terrestres, Malic Bradoric y Zarko Beric. Al encontrarse con el príncipe Harry años más tarde, cuando ya eran adultos, compartieron sus palabras de despedida. “No serán olvidados”, les dijo.

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En un centro de alimentación para refugiados en Zimbabue. Si bien ella difundía su mensaje de compasión por todo el mundo, nunca descuidó a quienes estaban en casa.

La ‘Di-Manía’

Cuando la joven princesa se embarcó en una gira de seis semanas por Australia y Nueva Zelanda, en 1983, con el príncipe Carlos y el príncipe Guillermo, que apenas era un bebé, la ‘Di-manía’ se extendía ya por todo el mundo. Cien mil admiradores acudieron a Brisbane, mientras que Sídney “se volvió loca por la delicada ‘rosa inglesa’ de 21 años”, escribió un periódico local. “Nunca habíamos visto esto en las giras reales. Es lo más parecido a la ‘Beatlemanía’”, dijo un abrumado agente de seguridad.

La frescura de Diana era seductora por sí sola, pero ella se esmeraba en ganarse a las personas. En Australia, cautivó a sus anfitriones aprendiéndose el himno nacional, Advance Australia Fair.

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Su calidez y falta de pretensiones cautivaron a un sinnúmero de fans. Arriba, su exitosa primera gira por Australia. Sobre estas líneas, un saludo tradicional ‘hongi’ en Nueva Zelanda. Arriba, derecha, una visita a la universidad Sultán Qaboos en Mascate, Omán. Abajo, una reunión con miembros de la comunidad de las Primeras Naciones en Canadá.

Dos años después, en 1985, los estadounidenses se deleitaron al verla brillar en la pista de baile de la mano de John Travolta, un recuerdo que el artista atesora como “un momento muy especial y mágico”: “Estábamos en la Casa Blanca. El escenario estaba preparado de tal modo que parecía que estábamos en un sueño. A media noche, me acerqué, toque su hombro… “¿Me concedería este baile?”. Ella se giró hacia mí e inclinó la cabeza al puro estilo Lady Diana. Estuvimos bailando durante 15 minutos. ¡Nunca lo olvidaré!”.

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Un ‘momento mágico’ con John Travolta.

Antes de ir a Japón, la princesa estudió el idioma con un profesor recomendado por su amigo el escritor y presentador de televisión Clive James. “Se dirigió a 125 millones de personas en su propia lengua, causando un impacto impresionante”, dijo.

Una inspiradora filántropa que se empeñó en abrazar a los desfavorecidos y a los oprimidos
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El enfoque de Diana hacia los menos afortunados formaba parte de su atractivo. Arriba, visitando el Centro de Ancianos de Mianpur, en Hyderabad, India. Debajo, charla con un oriundo en Zimbabwe y brinda palabras de ánimo a niños enfermos en Pakistán.

Su entrega era inspiradora. Dondequiera que iba, ella brindaba abrazos a los desfavorecidos y oprimidos, como la casta de los ‘intocables’ de la India, los enfermos de lepra en Indonesia y a las personas con VIH en Brasil.

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En Nepal, la primera gira tras su separación de Carlos.

El valor del ejemplo

Una vez más, la compasión que caracterizaba a Diana se puso de manifiesto cuando, sin guantes y con una cálida sonrisa,  tomó la mano de un joven paciente de sida . Esta conmovedora imagen quedó plasmada en la memoria colectiva, en el momento más álgido de una epidemia que provocaba mucho miedo, vergüenza y estigma en todo el mundo, fue una poderosa declaración de entereza y convicción: la reina de corazones confortaría a quienes lo necesitaran.

La histórica foto, tomada en 1987, trasciende hasta nuestros días, como un claro ejemplo de la habilidad que poseía la princesa para influir en la opinión pública al crear un poderoso mensaje de tolerancia, inclusión y compasión hacia los que a menudo son rechazados por la sociedad.

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Su visita a un albergue para niños abandonados en Brasil.

Los príncipes Guillermo y Harry se han volcado en continuar apoyando las causas que abanderó su madre, como la lucha contra el VIH y el sida, la falta de vivienda y la retirada de minas terrestres. Como miembro de la realeza, Diana estuvo comprometida con más de 100 organizaciones benéficas, contribuyendo a dar visibilidad a organizaciones como Barnardo’s, el hospital infantil de Great Ormond Street o La Misión contra la Lepra.

Casi 30 años después de aquel apretón de manos protagonizado por su madre, el príncipe Harry se sometió a una prueba del VIH en directo, a través de Facebook, para animar al público a hacerse controles periódicos de salud. En otro momento, el príncipe recreó la histórica caminata de su madre en un campo de minas terrestres en Angola. Ian Green, director ejecutivo de Terrence Higgins Trust, afirmó: “La princesa Diana fue una verdadera campeona en campañas para concienciar sobre el VIH, utilizando su plataforma para hacer todo lo posible por las personas que viven con la enfermedad. Aportó pasión a la causa e hizo cosas realmente notables. Es estupendo ver que el príncipe Harry ha continuado el legado de su madre”.

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Mientras tanto, Guillermo, que, junto a su hermano, visitó los refugios de CenterPoint para personas sin hogar cuando era un niño (foto izquierda), ahora es embajador de esta organización benéfica. Incluso, en una ocasión, durmió en la calle para poner en relieve su labor.

“Mi madre me mostró esa zona hace mucho tiempo”, dijo. “Me abrió los ojos y me alegro mucho de que lo hiciera. Es algo que me ha quedado muy presente”.

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Arriba, en 1987, la princesa estrechó la mano de un paciente con sida para contrarrestar el miedo y el estigma que existía entonces en torno a la enfermedad. Al lado, el momento en que la princesa consuela a una madre afligida, en un cementerio de guerra de Sarajevo. Abajo, su última gran misión, en 1997, Diana atraviesa a pie un campo de minas en Angola.

No es de extrañar que los hijos de Diana se hayan comprometido con el trabajo humanitario. Harry ha revelado que el bien que hizo ella es más grande de lo que el público conoce.

“Visitaba los hospitales por la noche para consolar a los enfermos, pasaba horas escribiendo cartas para apoyar y reconocer en privado el trabajo de otros”.

Diana se decía a sí misma: “Nada me hace más feliz que tratar de ayudar a las personas más vulnerables de la sociedad. Es una meta y una parte esencial de mi vida, una especie de destino”.

© Darren Fletcher Photography

Michael Stone, testigo de su labor humanitaria global

El impacto que tuvieron las acciones de Diana en la campaña contra las minas terrestres fue tal que, al mes siguiente de su muerte, la ONU introdujo el Tratado de Prohibición de Minas, lo que salvó incontables vidas.

En una charla para ¡HOLA! sobre su histórica misión de cuatro días en Angola, como representante de la Cruz Roja, Michael Stone comentó: “Diana decía que una imagen vale más que mil palabras, pero yo diría que vale más que un millón de palabras”. Que la persona más famosa del mundo se colocara junto a uno de los problemas más horribles del mundo tuvo un impacto sorprendente. “Caminar a través de un campo de minas despejado puso de manifiesto los peligros a los que se enfrentaba la gente común todos los días. Ella daba luz a las víctimas, no a sí misma”.