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Los años dichosos

Al principio, Carlos y Diana se veían tan enamorados que nadie dudaba de la sinceridad de su amor. Su ascendencia aristocrática facilitó su integración en la Familia Real. Su frescura, su espontaneidad y su simpatía hicieron el resto


28 de agosto de 2021 - 18:03 CEST

El álbum fotográfico de la pareja revela cómo se desarrollaron los quince años de matrimonio de Carlos y Diana: de su felicidad como recién casados a su alejamiento final. Tan pronto como finalizó su luna de miel, Diana protagonizó compromisos y giras reales, tanto al lado del príncipe Carlos como en solitario.

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Las imágenes de la pareja, cariñosa, compartiendo una mirada cómplice durante su viaje de novios (arriba) o en el salón de su residencia principal, Kensington Palace, demuestran que al principio formaban un matrimonio bien avenido. Tanto Diana como Carlos se esforzaron para que sus hijos se mantuvieran al margen de las desavenencias que aparecieron más tarde entre ellos. El retrato familiar de Lord Snowdon (abajo, izquierda) refleja una idílica escena campestre.

La que fuera una impresionable joven sacó a relucir su espíritu de estrella. Su calidez natural y su franqueza transformaron el férreo protocolo de los compromisos oficiales y, en un momento dado, llegaron a parecer menos rígidos y formales. De todas sus fotografías, las más significativas son las de ellos como padres. En todas irradian alegría y orgullo compartido por sus dos hijos. Estas imágenes quedarán siempre como recordatorio de los mejores momentos de su unión.

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Carlos y Diana demostraron ser un gran equipo, planificando juntos sus actividades en su despacho de Kensington Palace (arriba) o veraneando con sus hijos en Mallorca con la Familia Real española (sobre estas líneas).

Durante su visita a Corea del Sur, en noviembre de 1992 (abajo), su infelicidad ya era palpable. Su separación se anunció al mes siguiente. Se divorciaron en 1996, después de 15 años de matrimonio.

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Al servicio de Su Majestad

E l primer fin de semana con la familia del novio suele ser una prueba de fuego para cualquier mujer, pero Diana logró desde la primera cita ganarse a todos. Cuando el príncipe Carlos la invitó a unirse a los suyos en Balmoral (en las Tierras Altas de Escocia), Diana dio sobradamente la talla. Si el viaje pretendía constatar su idoneidad como novia del príncipe, su éxito fue rotundo. Por supuesto, tenía la ventaja de haber crecido cerca de los Windsor. De hecho, Carlos había salido brevemente, antes que con ella, con su hermana mayor, Sarah. Debido a su posterior estatus oficial, fuera de la familia, a veces se olvida lo preparada que estaba Diana para la vida en la realeza. No solo había nacido en la finca Sandringham, propiedad de la Reina, sino que también había crecido en la casa señorial de Althorp. Como mencionamos previamente, su abuela, la baronesa Fermoy, era una de las damas de honor de la Reina madre, Isabel I. Como princesa de Gales, Diana sabía lo que se esperaba de ella, pero también aportó sus peculiaridades al papel. Sus suegros amaban su personalidad y entendían que estaba trayendo un brillo nuevo a la institución.

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Sin transgredir los mandamientos del protocolo, la princesa tenía un verdadero don para asumir con jovialidad los grandes eventos de la agenda real, como Trooping the Colour. Sobre estas líneas, ella y el príncipe Carlos, con los príncipes Guillermo y Harry en la ceremonia de 1985. A la izquierda, caminando tímidamente detrás de la Reina Isabel en la solemne Apertura Estatal del Parlamento en 1991. A la derecha, abajo, los originales ‘cuatro fantásticos’ -los príncipes de Gales y los duques de York- asisten felices a las carreras de Ascot en 1990.

Regia pero natural, logró que los grandes eventos, como Trooping the Colour o la Apertura Estatal del Parlamento, fueran mucho más cercanos al público. Su aparición en banquetes y galas siempre era una alegría.

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Ya fuera en la boda del príncipe Andrés (arriba) o bajo la lluvia con la Reina (izquierda), Diana siempre encajó con los Windsor. Abajo, charlando con su suegro, el duque de Edimburgo.

“A la Reina le encantaban su popularidad y el glamour que aportaba a la monarquía”, reveló un miembro del personal palaciego. La princesa daba rienda suelta a su sentido de la moda en Royal Ascot, la prestigiosa carrera de caballos, en la que ganaba todas las apuestas de estilo año tras año. Tampoco decepcionaba a los simpatizantes que se reunían cada Navidad frente a la iglesia local, en Sandringham. Tras las cámaras, Diana luchaba por sentir que encajaba en la realeza. Sus imágenes en momentos de ocio muestran el afecto que compartía con los Windsor. Si bien el príncipe Felipe podía parecer rígido y formal, para Diana era como su padre. Le escribió para apoyarla en los momentos más difíciles de su vida y cuidó de sus hijos después de su muerte. Ahora, el príncipe Felipe también se ha ido. Ambos, de forma distinta, aunque igualmente vital, contribuyeron al resplendor de la Corona.

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Abajo, a la izquierda, divirtiéndose en los Highland Games. Incluso después de su separación acudió a la misa de Navidad en Sandringham, en 1994, abajo, a la derecha.