Fue obra del destino? ¿De Cupido? ¿O simplemente un romántico, pero predecible, desenlace dentro de un mismo círculo aristocrático? El secreto del más fascinante romance real del siglo XX es, probablemente, una combinación de todos estos elementos. Lady Diana Spencer nació en Park House, en Sandrigham, una de las más queridas fincas de la Reina. John, vizconde Althrop y padre de Diana, fue escudero de la Reina, como antes lo había sido de Jorge VI, quien, por cierto, solía jugar al tenis en casa de los Spencer. De niña, Diana y sus hermanos acudían en Navidad a la ‘Casa Grande’. Su abuela, la baronesa Fermoy, era confidente de la Reina madre. Por tanto, no fue extraño que se cruzara su camino con el del heredero al Trono. Las notas románticas de su encuentro apenas evidencian lo peculiar de su unión. Cuando el telón cayó cruelmente, y convirtió en drama este cuento de hadas, su historia trascendió más allá de la Casa Real y Gran Bretaña. Ella ya pertenecía al mundo.
La Reina y su familia fueron los primeros en acoger con entusiasmo a la ‘niña de Johnnie’. Luego, el público quedó irremediablemente hechizado. Floreció ante nuestros ojos. Vimos cómo ‘Shy Di’ (’Diana, la tímida’), que se ruborizaba a la menor ocasión, adquirió confianza en sí misma y se transformó en la inolvidable Reina de los Corazones, la mejor anfitriona de Reyes y Presidentes, sin haber perdido su sencillez. Su cabello dorado, sus luminosos ojos azules y su carácter dulce y encantador la convertían en la novia perfecta para un futuro Rey. Cuando al fin se anunció su compromiso con el príncipe de Gales, el conde Spencer, muy emocionado, reveló que su hija “iba a servir a la Corona como los Spencer lo habían hecho desde hacía generaciones”.
El novio aseguró que estaba “encantado y francamente sorprendido porque Diana está dispuesta a aceptarme”. Ella confirmó sentirse “emocionada e increíblemente feliz”, y agregó: “Con el príncipe Carlos a mi lado, no puedo equivocarme”.
Quienes vieron a Carlos y Diana en sus primeros días de matrimonio pensaban que estaban hechos el uno para el otro. “Allí había amor y felicidad genuinos”, asegura el exsecretario de prensa del Palacio de Buckingham Dickie Arbiter.
Diana irrumpió en la vida de los Windsor como un soplo de aire fresco e impregnó la vida palaciega de su encantadora energía. Esos rasgos que le resultaban tan naturales —presentarse simplemente como Diana, ir sin guantes o abrazar a los más necesitados— la convirtieron en una Windsor fascinante. De Australia a Canadá, de Argentina a Japón o Sudáfrica, la gente adoraba a Diana. Además, se transformó en la niña mimada del mundo de la moda, gracias a su exquisita ropa de diseñador y refinadas joyas. Nos conmovieron sus penas y nos maravilló esta estela que nunca se desvaneció. En 1981, en su gloriosa boda con Carlos, brilló con todo su esplendor. La ceremonia, seguida por 750 millones de personas de 74 países, fue, según el arzobispo de Canterbury, ‘de cuentos de hadas’. Hoy sabemos que el cuento de hadas no podía durar, pero la leyenda sigue brillando.
Un cuento real
Lady Diana Spencer era una adolescente alegre y divertida cuando el príncipe de Gales, de 29 años, se fijó en ella por primera vez. Esto sucedió durante la fiesta de caza de urogallos, celebrada en Althorp, en 1977.
“Recuerdo haber pensado: qué alegre, divertida y atractiva joven de dieciséis años”, dijo el príncipe Carlos más tarde. “Quiero decir, muy animada y llena de vida”.
No se volvieron a encontrar hasta tres años después. Pero, cuando coincidieron de nuevo en una barbacoa, un halo de amor flotó en el aire. En cuestión de meses, la prensa captó la foto de la tímida maestra escolar, cuya falda se transparentaba con el sol otoñal y dejaba adivinar sus esbeltas piernas. El mundo se quedó encantado con la imagen y así nació una estrella.
“Parecía una mariposa emergiendo de su crisálida, desplegando sus alas” Elizabeth Emanuel
El 24 de febrero de 1981, el Palacio de Buckingham hizo pública la noticia que los fans reales habían estado esperando: “La Reina y el duque de Edimburgo están encantados de anunciar el compromiso de su amado hijo, el príncipe de Gales, con Lady Diana Spencer, hija del conde Spencer y de la honorable Sra. Shand Kydd”. Mientras la pareja compartía su felicidad con el mundo, en una entrevista concedida en el Palacio de Buckingham y televisada por la BBC, Diana sonrió y mostró su exquisito anillo de zafiro y diamantes. Carlos de Inglaterra, como mencionamos antes, aseguró “estar sorprendido” por el ‘sí’ de Diana, la novia describió a su prometido como una persona “increíble”.
Unos meses después, el 29 de julio de 1981, Diana salía de su carruaje de cristal como una princesa de cuento de hadas frente a la catedral de San Pablo. El carruaje, de 1881, pertenecía a la Corona desde 1911, la fecha de la coronación de Jorge V. Tan pronto como Diana se encontró con su novio, vestido con su uniforme naval, la pareja se convirtió, ante los ojos del mundo, en la imagen de un inspirador amor real.
Elizabeth Emanuel , diseñadora del fastuoso vestido de tafetán de seda color marfil, que finalizaba en una cola de más de siete metros, describió a Diana saliendo del carruaje: “Parecía una mariposa emergiendo de su crisálida, desplegando sus alas y a punto de volar. Fue tan romántico… Eso fue lo que sucedió. Estaba emergiendo a un nuevo mundo y convirtiéndose en una hermosa princesa”.
La boda de Carlos y Diana sigue siendo un hito luminoso y el capítulo más inolvidable de su romántica historia
La pompa y boato de ese día lograron una audiencia de televisión y radio estimada en mil millones de personas. Cientos de miles de ciudadanos se agolparon, además, en las calles, del Palacio de Buckingham a la catedral, para poder ver a los novios.
Aquella boda sigue siendo un recuerdo precioso para millones de personas. La novia de Carlos aportó glamour y vitalidad a los compromisos oficiales, eventos estatales y giras por el extranjero.
La hermosa mariposa continuaría creciendo y extendiendo sus alas. Se transformó de la joven de rostro fresco que había robado el corazón de un príncipe a esposa, madre e ícono internacional que difundió alegría y compasión día a día. Su historia volaba hacia el futuro.
La boda del siglo XX
El 29 de julio de 1981, un total de 3500 invitados fueron testigos de la boda de Carlos y Diana. El vestido de la novia, el secreto mejor guardado en la historia de la moda, fue elaborado por David y Elizabeth Emanuel, en tafetán de seda color marfil, bordado con 10.000 perlas. La cola de casi ocho metros ondeaba sobre la espléndida alfombra roja mientras Diana caminaba hacia el altar. Los anillos fueron hechos en oro galés. Diana omitió la palabra ‘obedecer’ al pronunciar sus votos, mientras que Carlos inició una nueva tradición y esperó a besar a la novia en el balcón del Palacio de Buckingham.
La recepción tuvo lugar en el Palacio de Buckingham. Ahí se sirvieron 27 tartas de boda.