Todo parecía preparado para vivir una noche inolvidable, la selección inglesa conseguía por primera vez alcanzar la final del torneo continental y aunque se enfrentaba a la rocosa selección de Italia, los ingleses la disputaban en su casa en el mítico estadio de Wembley y al calor de los aficionados ingleses entre los que se encontraba el príncipe George, acompañado por los duques de Cambridge.
Y la alegría no tardó en llegar para que el joven, entusiasmado y exultante junto a sus padres, que también se apuntaron a la fiesta, celebrara el primer gol de los ingleses transcurridos los dos primeros minutos del partido.
Todo iba sobre ruedas, hasta que cuando faltaban veinte minutos, la selección italiana igualó el marcador. La expresión de George, y también la de sus padres, delató nervios, tensión y seriedad ante las ocasiones de los ingleses y de los italianos que no se transforman... No pudo ser. La contienda se prolongó hasta la tanda de penaltis y la suerte, además de la habilidad del guardameta italiano, acabaron con las esperanzas del joven George que consolado por sus padres veía y vivía con tristeza y desolación la derrota de los suyos.