Simplemente diana
Un verdadero icono se caracteriza por su capacidad para reinventarse y abrirse a la posibilidad de vivir muchas vidas en una sola. En su momento, Diana se encontró ante un mundo de opciones para iniciar una nueva etapa. La pérdida del título de Alteza Real, consecuencia de su separación de Carlos, fue un duro golpe para el corazón de una joven cuya ilusión era servir a la Corona y vivir feliz para siempre junto a su apuesto príncipe. Sin embargo, con su retirada también se encontró con la libertad, atrás quedarían las reglas y las convenciones de Palacio.
Quienes rodeaban a la recién divorciada más famosa del mundo fueron testigos de cómo surgía en ella una confianza en sí misma y un poder renovados. Con apenas 30 años, Diana empezó a planear algo que nunca había tenido: una carrera. “Quería realizarse profesionalmente”, dice la autora de Superwoman, Shirley Conran. “Quería hacer algo por sí misma que demostrara que era una mujer capaz”.
Entonces se centró en las seis organizaciones benéficas que más le importaban: el Royal Marsden Hospital, el Great Ormond Street Hospital for Children, el English National Ballet, la Leprosy Mission, el National Aids Trust y el Centrepoint, que ayuda a las personas sin hogar.
Con sus amados hijos en el internado, cuyos días de vacaciones repartía con su exmarido, la princesa se vio con tiempo libre, por lo que en esos últimos años viajó incesantemente, atendiendo al llamado de su corazón a difundir valores como la compasión y la sanación a países como Estados Unidos, Pakistán, Angola, Bosnia y Sudáfrica, donde fue recibida cálidamente por el Presidente Nelson Mandela.
“Cuando ella estaba en casa, siempre había bullicio. Me parecía que empezaba a disfrutar de la vida. Era una mujer diferente, estaba madurando”, recordó Colin Tebbutt, un oficial de protección real retirado, que actuaba como su guardaespaldas en los compromisos públicos.
Atrás también habían quedado las brillantes tiaras y los suntuosos trajes. Subastó 79 vestidos en Christie’s, en Manhattan, y recaudó 3,25 millones de dólares para fines benéficos. En su lugar, se hizo con un armario lleno de camisas blancas y de color caqui, más adecuado para su última gran misión: librar al mundo del horror de las minas terrestres. Vestida así, el mensaje que enviaba era claro: soy una mujer seria y trabajadora.
Una mujer con aspiraciones renovadas que también esperaba encontrar el amor. Durante este periodo, fueron dos los pretendientes que entraron en su vida: el cirujano paquistaní Hasnat Khan y Dodi Al-Fayed , hijo del millonario egipcio Mohamed Al-Fayed. El primero, un discreto y carismático médico que, arrollado por la fama de Diana, se vio abocado a terminar la relación. Fue Dodi quien compartiría con ella su triste destino en París. Muchas de las personas de todo el mundo que admiraron a la princesa prefieren recordarla tal como era durante aquel último verano: una princesa moderna y plena de fuerza vital, volcada en hacer el bien.
La editora de moda Meredith Etherington-Smith, comisaria de la casa de subastas Christie’s, expresó: “Su figura era estilizada y magnética”, “no llevaba maquillaje, lo que dejaba al descubierto una verdadera piel de rosa inglesa. Su pelo quedó liberado de la rigidez de la laca, ahora volaba alrededor de su cabeza como un diente de león al viento”, dijo. Seguía siendo una princesa y la madre de un futuro Rey, pero también era simplemente Diana.
Su nueva vida de mujer empoderada
Había atesorado su matrimonio y la decepcionó; había estado orgullosa de su título y lo había perdido; había servido a la monarquía y se había sentido apartada. Decidida a no depender de los demás y a forjarse su propio camino, la nueva Diana demostraba una fuerza y una determinación que aún resuenan e inspiran a personas de nuevas generaciones.
“Pensamos en Diana como una princesa moderna y empoderada por la historia de su vida. De joven creyó en el cuento de hadas, pero aprendió que ser miembro de la realeza era mucho más que un cuento de hadas”, dice Arianne Chernock, profesora de Historia de la Universidad de Boston. “En la entrevista televisiva que concedió justo antes de su divorcio, su mensaje hacia las mujeres era que cuidaran de sí mismas, que dieran forma a su propio destino y que no se limitaran a ser un apéndice de un hombre”.
Diana se convirtió en toda una filántropa global y supo redirigir toda la atención posada en ella, hacia las nobles causas, como la de acabar con las minas terrestres o la de promover la alfabetización.
De niña, creía en los cuentos de hadas. Pero la vida la convirtió en una mujer fuerte, dueña de su propio destino
Para consolidar su red de apoyo para sus campañas, pasaba cada vez más tiempo en Estados Unidos, donde era admirada y celebrada por los ricos y famosos. No era raro que compartiera almuerzos con las editoras Anna Wintour y Tina Brown o con el editor Kay Graham. Un día podía estar recibiendo un premio de manos de Henry Kissinger por su labor humanitaria y, al otro, deslizándose en una pista de baile con el exgeneral Colin Powell.
Él recuerda lo divertida que era: “Ella me dijo: ‘Solo hay una cosa que debes saber. Voy a llevar un vestido con escote en la espalda esta noche. ¿Puedes lidiar con eso?”
Estaba creciendo ante los ojos del público. Todo el mundo notaba cómo la chica pálida y frágil se iba transformando en una mujer segura de sí misma, atlética, y disfrutando de la libertad de usar faldas más cortas o escotes más definidos.
Su nuevo y radiante aspecto también tenía algo que ver con un hombre al que Diana se refería como ‘Mr Wonderful’, el cardiólogo Hasnat Khan. Su relación amorosa fue romántica y feliz, con citas secretas en el club de jazz de Ronnie Scott, a las que Lady Di acudía utilizando peluca para no ser reconocida.
Ella intentó hacer una vida con Hasnat. Llenó su armario de shalwar kameezes e incluso llegó a visitar a su familia, durante un viaje a Pakistán en una de sus misiones de caridad. Pero el hombre, sumamente reservado y discreto, no sabía cómo lidiar con una vida al lado de la mujer más fotografiada del mundo. Finalmente la presión los empujó a separarse, sin embargo, él ha permanecido fiel a su memoria.
Cuando Hasnat salió de su vida, entró Dodi Al-Fayed, el hijo del dueño de Harrods, Mohamed. Durante las últimas semanas de su vida, mientras pasaba las vacaciones con él, en el yate de su familia, por la Riviera Francesa, Diana sentía que por fin había encontrado a un hombre que se sentía orgulloso y feliz de mostrar al mundo su adoración por ella.
¿Quién sabe cómo pudo acabar su historia de amor? Lo que está claro es que, durante ese último verano dorado, ella se encontraba en la cima de su belleza y totalmente empoderada. Había escrito un nuevo capítulo para sí misma, uno que nadie ha podido olvidar.
Un adiós desgarrador
Era tan querida que costaba trabajo creer que había partido para siempre. Millones de personas comparten el recuerdo de aquella conmoción, cuando se dio a conocer la terrible noticia. Era una mañana de verano, el domingo 31 de agosto de 1997. El mundo despertaba para enterarse de la tragedia: Diana, la princesa de Gales, había muerto en un accidente de tráfico en París. Solo tenía 36 años.
“Siempre nos sentiremos defraudados por el hecho de que nos la hayan arrebatado tan joven, pero, al mismo tiempo, debemos estar agradecidos de que haya vivido”, Charles Spencer
En pocas horas, las puertas del Palacio de Kensington fueron inundadas por un mar de flores que, en señal de duelo, fueron depositadas por una oleada de personas.
Los homenajes que le rindieron tanto dirigentes internacionales como estrellas y celebridades fueron tanto a nivel personal como público. Todos habían sido tocados por el espíritu de la princesa. Una semana después, los dos hijos de Diana, de quince y doce años, protagonizaron la tan inolvidable como desgarradora caminata de un kilómetro, siguiendo el cortejo fúnebre de su madre, camino a la abadía de Westminster. Junto a ellos, iban su tío, el conde Spencer; su padre, el príncipe de Gales, y su abuelo, el duque de Edimburgo. Detrás de ellos iban 500 representantes de las organizaciones benéficas a las que Lady Di había dedicado su vida y su corazón. “Que Dios te bendiga, Guillermo… Que Dios te bendiga, Harry”, gritaba una multitud congregada en las calles y conmovida hasta las lágrimas. Mucha gente en el mundo sintió “que ellos también habían perdido a alguien cercano”. “Fue un notable homenaje al legado de Diana”, expresó el conde Charles Spencer, hermano de Diana, en su emotivo discurso de despedida. Hoy, casi un cuarto de siglo después, seguimos valorando el poder e importancia del legado de la princesa de Gales.
Al día de hoy, son muchas almas las que siguen dándose la mano para celebrar y recordar a alguien que, en palabras de la Reina Isabel II, “fue un ser humano excepcional”, que “en los buenos y en los malos momentos, mantuvo su capacidad de sonreír y de inspirar a través de su calidez y amabilidad”. Para muchos, sigue siendo un ejemplo a seguir, su espíritu sigue vivo en su familia. Su actitud fresca y espontánea cambió para siempre lo que significa ser un miembro de la realeza.