La reina Isabel abre la Sesión sin manto de terciopelo y armiño y sin corona. También, por primera vez, se la ve sola ocupando el trono. Es una imagen insólita. La más extraña y solitaria apertura del Parlamento de su reinado.
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Aún en una ceremonia reducida por la pandemia, las tradiciones de siglos se mantienen: la toma del diputado como rehén, en el palacio de Buckingham; la búsqueda de explosivos en los sótanos con linternas (los alabarderos siguen el mismo ritual desde 1605), la dama de la Vara Negra golpeando la puerta para pedir a los Comunes que vayan a escuchar el discurso de la Reina… El desfile de pelucas y de ropas armadas en armiño… Pero la Soberana es práctica y viste de lila y amarillo con su sombrero adornado con flores primaverales para su primera salida, después de la muerte de su marido, el duque de Edimburgo.
A sus 95 años, Su Majestad se centra en lo esencial: las dos Cámaras reunidas, el discurso del Gobierno y la Corona Imperial, símbolo de su reinado, colocada a su lado sobre un cojín. No lejos de los otros símbolos del poder : La Maza Ceremonial (autoridad del rey); la Espada del Estado, que simboliza el deber del soberano de impartir justicia, defender a la iglesia y proteger a los desvalidos y la ‘Gorra de la Dignidad’ de terciopelo rojo con el borde ribeteado de armiño.
Después de casi seis décadas -el próximo año celebra 70 años en el trono -, la reina ha desistido de seguir llevándola sobre su cabeza. Desde 2017, ha ido alternando el sombrero con la Corona de Estado de Jorge IV -con sus ocho florones, 1.333 diamantes y 169 perlas-; y parece que ese va a ser el camino en el ocaso de su largo reinado. Difícilmente volveremos a verla caminando con ella en procesión a través de la Galería Real del palacio de Westminster.
La Corona Imperial y su prodigiosa historia
No sólo es la incomodidad a la hora de leer el discurso es el peso de la pieza , como explicó la Soberana a la BBC, en 2018, recordando su coronación.
Isabel II contó entonces que la pieza es más pequeña que la que llevaba Jorge VI, “muy incómoda” y que “afortunadamente, mi padre y yo tenemos la cabeza casi de la misma forma”.
“Una vez que te la pones, se queda fija, pero tienes que mantener la cabeza muy quieta y no puedes mirar hacia abajo para leer el discurso”
Explicando cómo había que llevarla, la Reina añadió que, “una vez que te la pones, se queda fija, pero tienes que mantener la cabeza muy quieta y no puedes mirar hacia abajo para leer el discurso. Tienes que levantar el discurso, porque si no lo haces, tu cuello se podría romper o la corona se podría caer. Así que las coronas son bastante importantes, pero tienen algunas desventajas”.
La pieza, realizada en oro, plata y platino fue rediseñada en 1937 para la coronación del padre de la Reina (Jorge VI), en base a la de la reina Victoria (1838) y adaptada para Isabel II.
Está forrada con terciopelo violeta adornado con armiño y solo sale de la Torre de Londres, donde es custodiada día y noche, una vez al año para dirigirse al Parlamento. Tiene una altura de 31,50 centímetros, le dan forma cuatro diademas, pesa cerca de dos kilos y se ha valorado (no oficialmente) en varios cientos de millones de euros, siendo la pieza más importante de la colección de joyas reales que, según diferentes estimaciones, alcanzaría los 4.000 millones.
Lleva engastadas 2.901 piedras preciosas; una de ellas, ligada a la historia de España y otras, legendarias como el diamante Cullinan II de 317, 4 quilates
La Corona Imperial lleva engastados 2.868 diamantes, incluido el Cullinan II de 317, 4 quilates; 17 zafiros -entre ellos, el de San Eduardo, y el Stuart-; 11 esmeraldas, 273 perlas, algunas atribuidas a la reina Isabel I (1558 –1603), y 5 rubíes, destacando el del Príncipe Negr
Esta piedra, que puede verse en el centro de la cruz pateé coronando el diamante ‘segunda estrella de África’, está ligada a la historia de España. Según la leyenda, el rubí, que mide cinco centímetros y tiene 150 caracteres, adornaba a una virgen del Monasterio de Santa María la Real de Nájera (La Rioja) y fue el precio que pagó el rey castellano Pedro ‘el Cruel’ a Eduardo de Woodstock (Príncipe Negro) por su apoyo militar. Aunque investigaciones más recientes apuntan a que fue robado al rey Bermejo de Granada y entregado, tras la victoria de Nájera. Cómo fue encontrado y cómo llegó a la Alhambra sigue siendo un misterio.