Llovía torrencialmente, pero Isabel II no cambió sus planes. Se levantó temprano y desafiando al mal tiempo puso rumbo en su Jaguar a los terrenos de Windsor para inspeccionar a los potros y al carruaje de su marido.
A sus 95 años recién cumplidos, la reina de Inglaterra se sigue encargando de que los caballos del duque de Edimburgo estén bien atendidos y cuidados. Es otra forma de seguir manteniendo vivo su recuerdo.
El carruaje verde, que el príncipe mandó construir en aluminio y acero hace ocho años y los ponis eran muy importantes para el príncipe; una parte muy especial de su vida, y la Soberana, viuda desde hace casi un mes, condujo hasta Great Park para ver como iba todo.
Bajo la tormenta y llevando una gabardina con capucha y uno de sus inseparables pañuelos de seda sobre la cabeza, la reina habló con los miembros del personal, dio órdenes e inspeccionó cada detalle. A veces, sonriente mientras caminaba por el césped evocando quizá una vivencia especial. Y, en otros momentos, cabizbaja y triste, recordando seguramente una de las voluntades del duque: que su carruaje y sus ponis Fell negros favoritos, ‘Balmoral Nevis’ y ’Notlaw Storm’, formaran parte de la procesión de su funeral. Que acompañaran su féretro a la salida del castillo de Windsor despidiendo a su jinete, con su gorra, la fusta, la manta y sus guantes colocados sobre su asiento, mientras los militares le rendían honores y la pieza musical I vow to thee, my country (“Te prometo a ti, mi país”) rompía el silencio.
Isabel II recibió su primer caballo (un pony Shetland) cuando tenía 4 años y ganó su primera carrera, como propietaria, cuando era una princesa de 23, en 1949… Han pasado nueve décadas, pero sigue tomando las riendas. Las de la Monarquía, las de su familia, las de sus caballos y, ahora, muy especialmente, los de su marido. “Estoy envejeciendo, mis reacciones se están volviendo más lentas y mi memoria no es confiable, pero nunca he perdido el puro placer de conducir un equipo por la campiña británica”, dejó escrito el príncipe en uno de los libros que publicó sobre el deporte.
Las carreras de carruajes le acompañaron hasta el último año de su vida. A él se le atribuyó el mérito de luchar para que las competiciones fueran reconocidas como deporte e incluidas en todos los Juegos Ecuestres Mundiales… Y todavía competía en sus ochenta, representando a Gran Bretaña en tres campeonatos europeos y seis campeonatos mundiales en total.
La reina vive el duelo sola, separada de su familia en los apartamentos privados de Windsor, el castillo donde residirá ya permanentemente. La fortaleza es el corazón de la monarquía, pero, ahora, más que nunca, su hogar y el lugar en el que están enterrados sus padres, su querida hermana Margarita, y su marido.
Sigue trabajando a distancia, a la espera de volver a reaparecer en Londres, con la corona imperial y su manto de armiño el 11 de mayo, y parece encontrar consuelo en sus aficiones de siempre. Al volante de su coche para tener ese momento de reflexión, en Windsor‘s Home Park, ahora en plena floración… Y paseando con sus perros: su dorgi, Fergus; y su corgi, Muick, que lleva el nombre de su lago favorito, en Balmoral. La residencia, donde el príncipe Felipe le pidió matrimonio en secreto, en el verano de 1946. Y, también, de Coyles of Muick, la colina escocesa, a la que todavía se escapan de la mano no hace muchos años.
Puede que ahora, con la llegada del buen tiempo, la veamos también montando a caballo en los jardines de su castillo. La última vez que fue fotografiada a lomos de uno de sus ponis fue a finales del año pasado. Otra manera de estar cerca de los recuerdos de una larga vida junto al duque. El príncipe que dejó instrucciones para todo. Entre ellas, que fuera su nieta de 17 años, Lady Louise, quien heredara su bien más preciado: su carruaje y sus ponis. La hija de los condes de Wessex se ocupará de seguir ejercitándolos, aunque la Reina no dejará de inspeccionar su legado asegurándose de mantener viva su memoria.