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En la capilla de San Jorge, del castillo de Windsor, donde falleció el 9 de abril

Es el fin de una era, la Familia Real británica despide al duque de Edimburgo con un funeral íntimo, conmovedor y sin precedentes

Los mensajes de amor de Isabel II, un futuro Rey devastado presidiendo la procesión y el reencuentro de Guillermo y Harry


26 de abril de 2021 - 21:58 CEST

El  duque de Edimburgo  planificó durante casi veinte años los destalles de su funeral (‘Operation Forth Bridge’) y la Reina se ocupó de que la voluntad de su marido fuera cumplida. Un hombre con una vida excepcional que no quería ser despedido con honores de Estado: “Prefiero un entierro modesto, acorde con lo que soy, un viejo cascarrabias”. “Solo ponme en la parte trasera de un Land Rover y llévame a Windsor”, le había dicho a la Reina. En otras circunstancias, como se esperaba en los planes originales, hubieran asistido a la ceremonia 800 invitados, pero, con las restricciones de la pandemia, Isabel II también tuvo que elegir qué personas podrían acompañarlo en la despedida. Solo 30 familiares, en una pequeña procesión ceremonial y cada momento ensayado para honrar su memoria, reflejar su legado, el amor de los suyos y sus logros militares. Desde la música a las condecoraciones, pasando por su familia alemana… Felipe de Edimburgo contó quién era y lo que realmente le importaba con infinidad de toques personales.

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El día más triste de la Familia Windsor estuvo marcado por la soledad y las lágrimas de la Reina, quien se ocupó de que se cumplieran todas las últimas voluntades del príncipe Felipe
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Setecientos treinta miembros de las Fuerzas Armadas rindieron honores al duque con una espectacular coreografía militar, en el castillo de Windsor, el día de su funeral (17 de abril). También fue entrañable la presencia de sus dos ponis favoritos, ‘Balmoral Nevis’ y ‘Notlaw Storm’ (izquierda), al tiro de su carruaje (sobre el asiento, su boina, su fusta y sus guantes), listos para despedir a su jinete.

Listos para despedir a su jinete

Entre ellos, la pompa que emergió en el cuadrilátero del castillo: setecientos treinta miembros de las Fuerzas Armadas rindiéndole honores con una espectacular coreografía militar. Uniformes ceremoniales, guiones, banderas envueltas en crespones negros… y, también, la presencia de sus dos ponis favoritos, ‘Balmoral Nevis’ y ‘Notlaw Storm’, al tiro de su carruaje —sobre el asiento, su boina, su fusta y sus guantes—, listos para despedir a su jinete.

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El Land Rover fúnebre que él mismo ayudó a diseñar para transportar su ataúd, seguido de sus hijos, nietos y su personal más cercano.

Era el 17 de abril —15:45, hora española— cuando los restos del duque atravesaron la puerta de Estado del castillo de Windsor, tras ser velado durante ocho días en la capilla privada. Sobre el féretro, su estandarte con sus cuarteles, su gorra de almirante de la flota, su sable —fue un regalo de Jorge VI y con él cortaron su tarta nupcial— y la corona de flores blancas seleccionadas por Isabel II.

El duque planeó su funeral durante casi veinte años y los detalles incluyeron el Land Rover fúnebre que diseñó y el carruaje tirado por sus ponis favoritos

Sonaron entonces las salvas de honor de la Artillería Real y las campanas del College of St. George, antes de que las bandas comenzaran a tocar ‘Dios salve a la Reina’.

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Isabel II, la Reina y la esposa profundamente conmovida, con el brillo de las lágrimas en sus ojos. Al lado, la duquesa de Cambridge llevaba la combinación de joyas (diamantes y perlas) que Diana usaba en las cenas de Estado y que la soberana recibió por su boda.

Un Land Rover a medida

Es la Guardia de Granaderos —el duque fue su coronel durante más de cuarenta y dos años— la que se ocupa de llevar el ataúd hasta el vehículo fúnebre. Un Land Rover a medida que el duque ayudó a diseñar para su funeral, hace dieciocho años —los últimos cambios se realizaron en 2019—, pidiendo que se personalizara también el color, del verde ‘Belice’ al verde militar.

Kate recibió a la Reina a las puertas de la capilla, donde la familia, de luto, rindió honores al duque. Llevaba un tocado de redecilla y las joyas de Isabel II que tanto gustaban al duque y a Diana de Gales

En el cortejo, la banda de la Guardia de Granaderos abre la procesión hacia la capilla con tambores negros, seguida por una representación de todas las Fuerzas Armadas. Y, detrás, el príncipe de Gales y la princesa Ana liderando a su familia: el duque de York, el conde de Wessex, el príncipe Guillermo, Peter Phillips, el príncipe Harry, el conde de Snowdon, sir Tim Laurence… Y es la Reina, vestida de riguroso negro, la que cierra la procesión con un Bentley de Estado.

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La Reina a su llegada a la capilla.

Por primera vez en siete décadas, Su Majestad va detrás de su marido y la acompaña  Lady Susan Hussey , su dama de honor durante más de sesenta años. La baronesa tiene ochenta y un años, es madrina del príncipe Guillermo y una de las 20 personas que han permanecido a su lado durante su confinamiento en Windsor. Fue también la mujer que ayudó a Diana Spencer en el tránsito para convertirse en princesa de Gales. Y la única que fue testigo de las lágrimas de la Reina, que no lloró ante las cámaras, pero sí hizo uso de un pañuelo de su marido tras los cristales, minutos antes de abandonar su castillo, el corazón de la monarquía.

Por primera vez en siete décadas, Su Majestad quiso ir detrás de su marido en un coche de Estado
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El ataúd de roble del príncipe Felipe fue conducido desde la entrada estatal del castillo hasta la capilla de San Jorge (arriba) durante ocho minutos de solemne procesión. Lo acompañaron, entre otros familiares, sus hijos, Carlos, Ana, Andrés y Eduardo, y tres nietos, Guillermo, Harry (abajo, a la izquierda) y Peter Philips.

Las lágrimas del futuro Rey

La Familia Real viste de civil y de negro riguroso, los hijos y nietos de la Reina con chaqué y la princesa Ana con abrigo y sombrero, llevando sus condecoraciones en cuello, solapa y pecho. Todos con la Real Orden de la Jarretera , la más importante y antigua del Reino Unido, entre las medallas del Jubileo de plata, oro y diamante y otras distinciones.

Los príncipes Guillermo y Harry estuvieron separados durante la procesión, que fue liderada por el príncipe Carlos, un futuro Rey que no pudo contener las lágrimas en el último adiós a su padre

En estos primeros minutos, queda clara la distancia entre los príncipes Guillermo y Harry —los niños de Diana, que caminaron juntos en su entierro— y  la enorme tristeza del príncipe Carlos . Los hermanos caminaban erguidos, con la mirada puesta en un punto fijo y un rictus casi indescifrable, pero el futuro Rey mostraba un semblante que no habíamos visto hasta ahora. De hecho, a la salida de la capilla, recibió el consuelo de su nuera Kate: palabras, gestos y un beso en la mejilla para un hombre devastado… Más apesadumbrado que al día siguiente de la muerte del duque, cuando dijo: “Mi querido papá era alguien especial”, y más todavía que cuando salió a los jardines de Marlborough House para ver el mar de flores y las muestras de cariño de los británicos. Un momento en el que también tuvo que contener las lágrimas tras descubrir un Land Rover de juguete con la inscripción ‘The Duke RIP’.

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Isabel II con el decano de Windsor, seleccionó las flores blancas de la corona colocada sobre el ataúd: lirios, rosas, fresias, flor de cera, guisantes de olor y jazmín.

Una flota de Rolls-Royces

El ataúd del príncipe Felipe llegó a la capilla de San Jorge tras ocho minutos de procesión y fue recibido por un guarda de honor y una banda militar del Regimiento de los Rifles, que interpretó el Himno Nacional. Allí lo esperaban los otros miembros de la Familia Real que no participaron en el cortejo y llegaron a Windsor en una flota de Rolls-Royces. Todos visten de luto y, cabizbajos, le rinden homenaje a su paso. Entre las damas, destaca la elegancia sobria de la duquesa de Cambridge, que se acompaña también de joyas de la Reina muy especiales, y el vestido abrigo elegido por la condesa de Wessex, que combinó con ancho tocado.

Sobre el féretro fueron colocados su estandarte, su gorra de almirante, la espada regalada por Jorge VI para su boda y la corona de flores blancas elegidas por la Reina, todas con un significado
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Isabel II ha cumplido, este 21 de abril, noventa y cinco años y hace ochenta y uno que se enamoró del príncipe. La Reina se sentó en la segunda fila, a dos asientos del duque de York y frente a su heredero, el príncipe de Gales, y su esposa, la duquesa de Cornualles.

La figura solitaria y sombría de Su Majestad se adelanta para llegar a la quire de la capilla (siglo XV) acompañada por el decano de Windsor, el  reverendo David Conner . Isabel II ocupa su asiento de siete décadas, solo que ahora, por primera vez, el duque no está a su lado. Es un reflejo del vacío que siente con la muerte de su marido. La Reina puede comportarse “con extraordinaria dignidad y extraordinario coraje”, pero el funeral del duque de Edimburgo, en el castillo de Windsor, el sábado “será un momento de angustia” para ella, había dicho el arzobispo de Canterbury.

La Familia Real se reunió por primera vez después de un año, aunque Isabel II tuvo que elegir a los treinta seres queridos que asistirían al funeral, así como la disposición de asientos
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La entrada del féretro en la capilla de San Jorge.

El silencio

Los disparos de cañón marcan el inicio de un minuto de silencio en todo el Reino Unido. Mientras el mundo miraba —casi 14 millones de espectadores siguieron la retransmisión de la BBC en Reino Unido—,  la Reina, firme y frágil a la vez , inclinaba la cabeza en honor a su marido. Nunca se había visto tan sola.

La Reina llevó el impresionante broche de diamantes de Richmond de su abuela la Reina Mary, que usó en sus compromisos con el duque, en actos militares y en la boda de Harry y Meghan

Finalizado este momento, el sonido de cornetas, trompetas y gaitas anuncia el avance del féretro, aunque después de que suenen los silbatos marineros que se usan para trasladar órdenes en los buques de la armada. Un  homenaje de la Royal Navy  al ex lord gran almirante del Reino Unido, que también sirvió en la Marina Real británica durante la Segunda Guerra Mundial.

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Arriba, la Reina en el coro de la capilla, ocupando su lugar de siempre. Por primera vez, el asiento de su marido, que falleció el 9 de abril, con casi cien años, estaba vacío. Debajo, izquierda, los duques de Cambridge durante la ceremonia. Derecha, los condes de Wessex con sus hijos, Lady Louise y el vizconde James.

Nueve cojines con sus condecoraciones

Los Marines Reales portan el ataúd envuelto en terciopelo púrpura hasta el catafalco del altar, donde se habían colocado también las coronas de la familia y nueve cojines con las condecoraciones del duque de Edimburgo. El príncipe lo quería así y las dejó elegidas entre las 61 otorgadas por el Reino Unido y los países de la Commonwealth y las 53 distinciones de países diferentes: la Orden de la Jarretera, que le concedió Jorge VI, en 1947, y sus insignias personales para que sus raíces estuvieran presentes, la Orden del Redentor (Grecia) y la Orden del Elefante (Dinamarca), junto a sus alas de la Royal Air Force y el bastón de mariscal de campo.

La imagen que conmovió al mundo, en el último adiós al duque de Edimburgo: la Reina, sola y frágil, tras dejar una nota sobre el féretro: “En memoria del amor”, que firmó como Lilibeth
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Izquierda, el príncipe Harry, y derecha, el príncipe Carlos y la duquesa de Cornualles.

La reina recibe en pie el féretro

Isabel II, al igual que su familia, recibe el féretro de pie… A dos metros de ella, el duque de York, su hijo favorito; la princesa Ana junto a su esposo, el vicealmirante Sir Tim Laurence, y el duque de Sussex. Y al frente de Su Majestad, en el lado norte, el príncipe de Gales y la duquesa de Cornualles; la princesa Beatriz y su esposo, Edoardo; los condes de Wessex y sus hijos,  Lady Louise Windsor  y James, vizconde de Severn; los duques de Cambridge; la princesa Eugenia con su marido, Jack, y Mike y Zara Tindall. Completan la lista los tres queridos primos de la Reina, el duque de Gloucester, el duque de Kent y la princesa Alexandra, además de la honorable dama Ogilvy y la condesa Mount­batten de Birmania, una de las mejores amigas del duque. Asimismo, y por parte de su marido, asisten dos de sus sobrinos-nietos, el príncipe Felipe de Hohenlohe-Langenburg y el príncipe Bernardo de Baden (nietos de sus hermanas Teodora y Margarita), y su primo lejano el príncipe Donato de Hesse, actual jefe de la casa a la que pertenecieron sus hermanas, las princesas Sofía y Cecilia.

No hubo elogios ni lecturas

Siguiendo los deseos del duque, no hubo elogios, ni lecturas, ni sermones durante la ceremonia, aunque tanto el decano de Windsor como el arzobispo de Canterbury recordaron su vida “como una bendición para nosotros” y “su servicio, su coraje y fuerza de alma”. David Conner elogió su “amabilidad, humor y humanidad” y dijo que la nación estaba “inspirada por su inquebrantable lealtad a nuestra Reina”. Y Justin Wel­by agradeció “su fe y lealtad decididas” y su “alto sentido del deber e integridad”.

La duquesa de Sussex no pudo viajar al Reino Unido por su embarazo, pero envió una nota manuscrita y una corona, que se colocó cerca del altar, junto a las de la Familia Real
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El príncipe Harry.

La Reina, con las manos unidas en oración durante todo el servicio, no derrama una lágrima frente a las cámaras. Son imágenes que conmueven al mundo entero.

La música elegida por el duque

El ambiente que rodeó la ceremonia tuvo dos protagonistas destacados: el silencio solemne y la música, que, de principio a fin, estuvo presente en todos los actos fúnebres.  Toda seleccionada por el duque . Desde las piezas interpretadas por las bandas militares para recibir su féretro y acompañarlo en la procesión —entre ellas, las marchas fúnebres de Beethoven y el Himno Nacional— hasta una cantata de Bach y tres preludios de origen galés, que acompañaron su entrada en la capilla. Sin olvidar los guiños que hizo a las bodas de sus nietos Guillermo y Harry y a la princesa Diana von Rhosymedre, de Ralph Vaughn Williams, o las piezas interpretadas por el coro (cuatro voces), que emocionaron a sus familiares. Entre ellas, ‘Eternal Father, save strong’, De William Whiting, un himno religioso dedicado ‘a quienes están en peligro en el mar’, y ‘The jubilate in C’ y ‘Te Deum’, compuestas por Benjamin Britten a petición de Felipe de Edimburgo. Y una cuarta, el ‘Salmo 104’, cantada en su honor, por primera vez, en 1996, cuando cumplió setenta y cinco años.

El reencuentro de Guillermo y Harry como antes de que llegara Meghan: los dos hermanos abren un paréntesis y se dan una tregua, con la ayuda de Kate, en la triste despedida de su abuelo

En recuerdo a sus antepasados, el duque también incluyó la ‘Melodía de Kiev’, de Parratt, y un final conmovedor: el gaitero mayor del Regimiento Real de Escocia tocaría ‘El lamento’ antes de que las cornetas de los Marines Reales hicieran sonar ‘El último puesto’. Y los trompetistas estatales de la caballería interpretan la ‘Ultima batalla’, una última llamada a las armas del duque de Edimburgo, el consorte con más años de servicio en la historia británica… Y una última lectura (inabarcable) de sus títulos, distinciones y rangos militares.

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Abajo, la princesa Ana, la princesa Eugenia y la princesa Beatriz de York con su marido, Edoardo. Arriba, Guillermo, Kate y Harry como si el tiempo no hubiera pasado.

Con Isabel II al frente (y sola de nuevo), la Familia Real abandona la capilla por el pórtico Galileo con los acordes del ‘Preludio y fuga en Do menor’, de Bach, y el coro entonando el Himno Nacional, mientras el féretro del duque es bajado a la bóveda real, situada debajo del altar de la capilla de San Jorge, siguiendo también sus deseos. Allí fue enterrada su madre,  la princesa Alicia de Battenberg , en 1969, aunque, dos décadas después, fue trasladada a la iglesia de Santa María Magdalena, en Jerusalén… Sin embargo, no será este el lugar de descanso definitivo del duque: a la muerte de la Reina, sus restos serán trasladados a la capilla del Rey Jorge VI. Juntos también en el descanso eterno, después de setenta y tres años de matrimonio.

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Guillermo, Kate y Harry regresando al castillo.

Una imagen inesperada

No caminaron hombro con hombro en la procesión detrás del ataúd, no hubo intercambios de miradas o cercanía, pero  Guillermo y Harry sí buscaron la manera de encontrarse tras el entierro de su abuelo. Estaba previsto que la familia regresara al castillo en coches estatales, pero, en el último momento, el príncipe Carlos improvisó y pidió que los retiraran. Volverían a pie al castillo. La vulnerabilidad frente a la dignidad real y, sobre todo, la oportunidad de volver a construir puentes entre sus dos hijos. Entonces se vio a Harry  acercando posiciones con Kate  y a la duquesa de Cambridge, haciéndose a un lado con Sophie de Wessex para que los hermanos tuvieran la oportunidad de hablar solos. Una demostración de unidad en las circunstancias más tristes, después de no verse en trece meses. Y un primer paso, antes de la reunión familiar que tendría lugar a continuación en Windsor, después de que los medios británicos apuntaran al frío recibimiento con el que se encontró Harry a su llegada a Inglaterra.

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El futuro

Un país volcado con la muerte del abuelo de la nación y su Reina, quien pidió, mediante Palacio, expresar sus condolencias a través de la página web de la Casa Real para seguir las normas restrictivas de la pandemia. De ahí que el último adiós, solemne, íntimo y conmovedor, fuera compartido con todos los ciudadanos para que “el mayor número posible de personas puedan verlo, llorar con nosotros y celebrar una vida verdaderamente extraordinaria”.

La muerte del duque de Edimburgo marca el fin de una era y el inicio de un futuro impredecible. Habrá cambios en la monarquía y se celebrará una próxima cumbre real para decidir cómo van a apoyar a la Reina: al frente de ese futuro están el príncipe Carlos y su hijo el príncipe Guillermo.

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La Reina, al volante de su jaguar, con sus perros

Isabel II ha vuelto a sorprender al mundo con su coraje y su fuerza. Ha sido todo un viaje sin apenas dar un paso en falso en casi siete décadas. Las que lleva empuñando el cetro. Y sigue contando porque, aunque ha perdido al amor de su vida, seguirá siendo Reina hasta la muerte. Acaba de cumplir noventa y cinco años —sin celebraciones— y no hay nada mejor que mirar las imágenes.

Su Majestad no va a abdicar, aunque habrá cambios. De momento, y según The Daily Mail, vivirá en Windsor de forma permanente, solo regresará puntualmente al palacio de Buckingham y seguirá pasando el verano en el castillo de Balmoral y la Navidad en Sandringham.

Aunque ahora la vida pasa por la fortaleza de Windsor, con mil años de historia. El hogar donde tuvo que despedirse de su marido, después de vivir un año de confinamiento cogidos de la mano y compartiendo todos los planes. Y de ahí esta última imagen (abajo). Horas después del funeral del duque de Edimburgo, Su Majestad era fotografiada conduciendo su Jaguar, con un pañuelo en la cabeza y llevando a sus perros como compañía.