La escuela para reyes por excelencia acaba de cumplir sus primeros cien años de vida. En 1920, Maximiliano de Baden, pretendiente al trono del extinto gran ducado de Baden, convirtió su castillo en Salem, a orillas del bucólico lago Constanza, en un internado para chicos y chicas. El príncipe contó con el apoyo de Kurt Hahn, un pedagogo de origen judío con ideas revolucionarias en materia educativa. Juntos crearon Schule Schloss Salem, considerado uno de los colegios más exclusivos de Europa y alma máter de royals como el príncipe Felipe de Edimburgo, la Reina Sofía de España, la princesa Irene de Grecia, la begum Inaara Aga Khan o el príncipe Ferdinand von Bismarck.
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“La libertad no es enemiga de la disciplina”. Inspirado en La República de Platón, Kurt Hahn desarrolló en Salem los principios de un novedoso método de enseñanza que consistía en dar libertad a los niños y fomentar el aprendizaje experimental. Básicamente, se los sometía a retos mentales y físicos para fortalecer su espíritu y liderazgo y para estimular su autoestima y sentido de la responsabilidad. Rápidamente, Schloss Salem se convirtió en la escuela predilecta para “liberar a los hijos de los ricos y poderosos del enervante sentido del privilegio”. Gracias a este método, el duque de Edimburgo y Doña Sofía forjaron un carácter estoico y responsable que, años después, les permitiría ser los mejores consortes de Europa.
El edificio donde operaba y sigue operando el internado era propiedad del príncipe Max de Baden, primo del rey Pablo de Grecia. El director del colegio era Jorge Guillermo de Hannover, hermano de la reina Federica. Para el duque de Edimburgo y su sobrina, Doña Sofía, todo quedaba en familia. Pero el día a día en Salem era duro y estaba lleno de obligaciones y sacrificios: levantarse a las siete de la mañana, ducharse con agua fría, hacer la cama, lustrar los zapatos, un trote rápido por los jardines del castillo antes del desayuno, comer poco, ayudar en las tareas de limpieza… Las tardes escolares se dividían entre trabajos manuales como construir pocilgas y cortar leña, y las actividades más entretenidas de navegación, rugby, servicio de bomberos o sesiones de música. Y los fines de semana había que elegir entre tres grupos de tareas: exploradores, granjeros o artistas. Doña Sofía descubrió así dos de sus grandes aficiones: la música y la fotografía.
‘Sufrir era bueno para el alma’
Felipe de Edimburgo, que nació príncipe de Grecia y Dinamarca, entró en Salem con doce años. “Se suponía que debías sufrir porque eso era bueno para el alma”, confesó el consorte de la Reina de Inglaterra en 2013. Su sobrina, la Reina Sofía, fue admitida con trece años. Llegó llorando de pena, porque no quería separarse de su familia, y se marchó de allí llorando, porque no quería dejar la escuela. “Fue muy útil ir a ese colegio. Daban mucha responsabilidad a los alumnos para que hicieran las cosas bien. Y luego, si no las hacías… ¡peor para ti!”, reconoció la madre de Felipe VI décadas después, tal como recogen Carmen Enríquez y Emilio Oliva en el libro Doña Sofía, la Reina habla de su vida.
“Todo debía hacérmelo yo, desde la cama hasta limpiarme los zapatos. Y cada semana nos tocaba una tarea colectiva, pelar patatas o servir la mesa”, recordó la Reina en alguna entrevista. Cada noche los alumnos hacían examen de conciencia, y eran ellos los que decidían sus propios castigos. Satisfechos con los resultados que consiguieron con Sofía, Pablo y Federica de Grecia también mandaron a estudiar a Salem a la princesa Irene.
Los alumnos de este internado tienen muchas oportunidades para liderar proyectos y ver el resultado de sus acciones. Todas las asignaturas y actividades giraban -y siguen girando- en torno a tres valores: “Compasión por los demás, voluntad de aceptar responsabilidades y tenacidad para perseguir la verdad”. Así es como Doña Sofía ganó confianza en sí misma y cultivó su espíritu de servicio. Según sus padres, los Reyes de Grecia, Schloss Salem ofrecía “el mejor sistema de educación para una democracia responsable”. Cien año después de su fundación, sigue acogiendo a los hijos de los ricos y poderosos que quieren “liberarse” del enervante sentido del privilegio.