“Carlos es romántico y yo soy pragmático. Eso significa que vemos las cosas de forma distinta”. Con estas palabras el duque de Edimburgo aclaró hace muchos años lo que era un secreto a voces: el abismo que le separaba de su hijo mayor, el príncipe de Gales. Eran tan sencillo y, a la vez, tan complicado, tenían distintas maneras de ser. Todo ello con la presión añadida de que, a la tarea de educar a un hijo, al príncipe Felipe se le sumaba la labor de guiar al futuro rey. Sin embargo, este 17 de abril del 2021, en la capilla de San Jorge del castillo de Windsor, esa compleja relación se ha simplificado. Sentado frente al féretro del Duque no ha estado el Príncipe, ha estado el hijo, un hijo que lloraba la muerte de su padre.
Desde que puso un pie en el exterior del castillo para encabezar la solemne procesión funeral ha quedado claro: el príncipe Carlos estaba roto. Aquellos que hayan seguido su vida se habrán dado cuenta, es un hombre al que se le notan las cosas. Se le notó frialdad durante el anuncio de su compromiso matrimonial con Diana de Gales, igual que se notó la cercanía con la madre de Meghan Markle el día de la boda de los duques de Sussex, estuvo espléndido, saliendo de esta misma capilla, la de San Jorge, con Camilla de un brazo y Doria Ragland del otro.
En este sentido, quizá el príncipe Carlos sea el más transparente, por lo menos a través de una cámara. Mientras la princesa Ana, y los príncipes Andrés y Eduardo caminaban erguidos, con la mirada puesta en un punto fijo y un rictus casi indescifrable, el gesto de Carlos dejaba ver un semblante que no habíamos visto hasta ahora. Todavía más apesadumbrado que al día siguiente de su muerte, cuando quiso dedicarle un sentido homenaje. “Mi querido papá, era alguien especial”, y más que cuando salió a los jardines de Marlborough House para ver las flores y las muestras de cariño que los británicos habían depositado allí y terminó emocionado.
Sobre la relación padre e hijo mucho se ha escrito. El Duque nunca ocultó que la princesa Ana era su favorita, con la compartía más aficiones y una personalidad muy afín, mientras que con Carlos se vio obligado a ejercer una exigencia extra, dado el papel que tenía que desempeñar en la Familia Real. Algunos biógrafos reales han contado que si bien la forma de ejercer la paternidad del Duque resultó perfecta para la princesa Ana, porque nació siendo una “chica dura”, con Carlos no funcionó igual, porque él tenía una personalidad más sensible.
Durante la ceremonia, ya cubierto con la mascarilla negra, el gesto del príncipe Carlos era de profunda tristeza. En más de una ocasión, Camilla, la duquesa de Cornualles, se ha girado muy levente hacía él, pero los Windsor no son dados a mostrar afecto en público, así que la máxima ha sido la sobriedad casi hasta el estoicismo. Cuando el servicio religioso terminó, la pareja, como el resto de miembros de la Familia Real, regresaron al castillo a pie y entonces ya se pudo ver a Carlos coger un poco de aire. El mal trago había terminado, al menos el público.