Con el fallecimiento del duque de Edimburgo no solo se ha ido la persona de más confianza de Isabel II, también se va el último de una generación de consortes europeos que han sido testigo, siempre dos pasos por detrás de su mujer, de todos los movimientos políticos y las alianzas que marcaron el siglo pasado y forjaron este. Claus de Holanda, marido de la princesa Beatriz; Henrik de Dinamarca, marido de la reina Margarita; y Felipe de Edimburgo fueron tres hombres con un destino idéntico: vivir a la sombra de la jefa del Estado.
Por más vueltas que le diera el príncipe Henrik -y se las dio en público y en privado- el que se casa con una reina no se convierte en rey consorte, tiene que conformarse con el título de príncipe. Este deseo, el de recibir un título que estuviera a la altura del de su mujer marcó a este matrimonio hasta el final y muestra ese delicado equilibrio que se establece en una pareja que lidia (bajo los focos) entre el amor y el deber, la familia y el Estado. “No es ningún secreto que el Príncipe durante muchos años ha sido infeliz con su papel y el título que se le ha otorgado en la monarquía danesa”, aclaró Lene Balleby, directora de comunicación de la Familia Real, en el año 2017.El descontento de Henrik era de sobra conocido pero lo cierto es que cada uno a su estilo los tres consortres hicieron saber su disconformidad con el papel que la constitución que cada país les tenía reservado. El duque de Edimburgo, por ejemplo, emprendió su batalla personal con el fin de que su descendencia llevara su apellido y lo consiguió, pusó el Mountbatten por delante del Windsor. Muchos biógrafos reales apuntan a que la clave de este largo matrimonio fue esa: el hecho de que reina Isabel le dejara ser el jefe de la familia y ganar ciertas batallas, consciente de que muchas otras estaban irremediablemente pérdidas para él. Igual que había perdido su carrera militar, sus apellidos, sus orígenes, su religión y sus títulos extranjeros para arrodillarse -ante ella y ante la nación- y gritar alto y claro: “Me convierto en vuestro vasallo”.
Una mala carta de presentación
El más discreto siempre fue Claus, el diplomático alemán, quizá por la feroz oposición que sufrió desde el principio de su noviazgo con la heredera de los Países Bajos debido a su pasado en las juventudes hitlerianas. En Holanda, un país que había sufrido la ocupación nazi, esa era la peor carta de presentación, pero el Parlamento terminó aprobando un matrimonio con el que no estaba de acuerdo. El día que se casó con la princesa Beatriz, que tardaría 14 años en ascender al trono, se produjeron violentas manifestaciones en Ámsterdam bajo el grito: “Devolvednos las bicicletas”. Un lema bélico con el que recordaban el singular episodio de la II Guerra Mundial en el que los nazis confiscaron miles de bicicletas, el único medio de transporte para las castigadas familias holandesas, para llevarlas a distintos frentes.
Este rechazo también lo vivió el duque de Edimburgo, que contaba con numerosos detractores para su matrimonio con la heredera del Imperio. Muchos –en la Casa Real y en el Gobierno- lo veían como un príncipe huérfano en todos los sentidos. Se había criado solo, no tenía dinero ni reino, encima sus cuatro hermanas mayores se habían casado con príncipes alemanes próximos al nacionalsocialismo. En este sentido, es el único de los tres que tenía sangre real pero que no había nacido en una cuna de oro. El único que escondía un pasado de carencia y soledad tras una brillante carrera militar. Hay que recordar que Henrik de Dinamarca venía de una familia de comerciantes franceses que había hecho fortuna en la Indochina francesa (hoy Vietnam, Laos y Camboya) y que su padre le proporcionó excelentes colegios, viajes e idiomas. Mientras que, Claus de Holanda, hijo de aristócratas alemanes, llegó a los Países Bajos con una buena posición como funcionario de carrera del Ministerio de Asuntos Exteriores de la República Federal Alemana.
'Echaras de menos tu trabajo, pero hacer esto por ella es el mayor acto de patriotismo o de amor'
Tras la coronación de sus esposas, cada uno de ellos afrontó el reto de definir su papel dentro y fuera del palacio. El que lo tuvo más complicado quizá fue Henrik de Dinamarca, ya que al ser el primer consorte masculino en la historia del país nadie tenía muy claro cuál era su papel. Durante algunos años sí acompañó a la reina Margarita y ejerció de “anfitrión” cuando ella no estaba, pero cuando su hijo el príncipe Federico comenzó a desempeñar el papel de Heredero, él se vio de nuevo relegado en la jerarquía real, así que simplemente se fue. Comenzó a pasar cada vez más tiempo en su Francia natal, donde escribía poesía y cuidaba sus viñedos. Disfrutaba con cada visita que sus nietos le hacían al Château de Cayx en Cahors pero progresivamente fue renunciando a cualquier aparición institucional. Su última queja la puso con su muerte en febrero de 2018. El Príncipe dejó claro que no quería ser enterrado al lado de su esposa ya que él no era rey y como tal se negaba a ser enterrado en la catedral de Roskilde, tal y como es tradición entre los reyes de la Casa Real danesa. Sus deseos se cumplieron, ni recibió funeral de Estado ni reposa en la cripta real.
Claus de Holanda tenía otro carácter, nunca se mostró beligerante con el tema. En parte porque Beatriz era la tercera de una saga de reinas, es decir, los roles estaban bien establecidos, y, por otra parte, porque tenía otra forma de ser. Era un hombre silencioso, de enorme capacidad diplomática y de humor fino. Fue él mismo quien terminó confesando en público que había padecido varias depresiones y aunque no quiso profundizar en el tema, algunos apuntaron a que era un hombre extremadamente inteligente que se sentía atrapado en su papel y, en definitiva, poco útil. Un gesto de apariencia insignificante es la afición que tenía Klaus van Amsberg (este era su nombre antes de que se lo "holandizaran" cambiando la K por una C, igual que a Henri le añadieron esa K final) por todo lo relacionado con la ingeniera mecánica. Disfrutaba conduciendo su deportivo alemán de camino a trabajo por las calles de Ámsterdam. Cuando comenzó su noviazgo con la princesa Beatriz le advirtieron que esto tenía que cambiar, alguien que aspire a pertenecer a la Familia Real holandesa no puede dejarse ver conduciendo un coche de fabricación alemana. Una pequeña gota de agua en un vaso que en ocasiones se desborda. El príncipe holandés falleció en el año 2002, después de luchar con veinte años de Parkinson y otras enfermedades. Por aquel entonces la visión que tenían los holandeses sobre él era radicalmente opuesta a la de su llegada. Muchos lamentaron la perdida de un hombre al que describieron sencillamente como "una buena persona".
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La historia del duque de Edimburgo es la que más se conoce y más ahora que muchos le han descubierto a través del personaje de la serie The Crown. Esa conversación que tiene el rey Jorge VI con él, a final del primera capítulo de la primera temporada, deja las bases bien sentadas. En mitad de una cacería el Rey le recuerda que lo suyo no son ni los títulos ni el ducado. Le dice que su única función es amar y proteger a Isabel: “Echaras de menos tu trabajo, pero hacer esto por ella es el mayor acto de patriotismo o de amor”. A saber, si esa conversación fue así, pero desde luego resume en pocas palabras lo que fueron 73 años de matrimonio.
Con su fallecimiento se va el último de una generación de hombres que han vivido pendientes de quitarse de la foto en el momento preciso. El último de una vieja guardia que ha abierto el camino para otros, como Daniel de Suecia, y otros tantos que llegarán a una Europa en la que serán ellas las que lleven la corona: Victoria y Estelle de Suecia, Amalia de Holanda, Leonor de España, Ingrid de Noruega o Elisabeth de Bélgica.
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