Hace aproximadamente una semana, supimos que el príncipe Harry y Meghan Markle habían hecho un movimiento estratégico en el marco de su nueva vida alejados de la Familia Real británica: habían comprado en secreto una residencia familiar en Montecito, en el condado de Santa Bárbara, a 140 kilómetros al noroeste de Los Ángeles. Aquí se instalaron los duques de Sussex el pasado mes de julio, aunque la noticia no trascendió hasta pasado un mes. Se hizo público, por ejemplo, que era la misma zona que habían elegido otras celebrities como Ellen DeGeneres, Ariana Grande, Gwyneth Paltrow y Oprah Winfrey.
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Lo que ha supuesto toda una sorpresa es conocer la inquietante y curiosa historia de esta casa. Al parecer, se trata de una propiedad que sirvió de alojamiento, durante cerca de cuatro décadas, a Stanley McCormick, un hombre que sufría de graves trastornos mentales, entre ellos esquizofrenia. Su familia decidió recluirlo en este lugar a fin de intentar que se curara. Para ello contrató a un científico y llegó a instalar incluso un pequeño laboratorio en el interior de la residencia para lograrlo. La esposa de Stanley, Katherine, vivía con él, y también se esforzó por hacer de la finca un auténtico hogar.
Así, convirtió la casa en una suerte de santuario. Plantó un huerto de limoneros y plantas tropicales importadas de Japón, y construyó un campo de golf de nueve hoyos y un teatro en el que se llevaban a cabo representaciones en directo. La historia de Stanley McCormick, que falleció en 1947 -veinte años antes que su esposa-, dio pie a una novela llamada Riven Rock, nombre con el que se conocía a la finca. Esta terminó dividiéndose en parcelas que se vendieron por separado, una de las cuales acabó en las manos de Harry y Meghan por un precio estimado de 12 millones y medio de euros.
La nueva residencia de los duques de Sussex cuenta con nueve habitaciones, 16 cuartos de baño y una casa de invitados totalmente equipada -con dos dormitorios y baños independientes-, así como piscina, gimnasio, cancha de tenis, sala de cine, área de juegos, garaje para cinco coches y casa para el té. Rodeada de espacios verdes, rosaledas, cipreses y olivos centenarios, dispone de biblioteca, oficina, spa con sauna seca y húmeda, un pub british, bodega, terrazas con vistas panorámicas y una chimenea prácticamente en cada una de las habitaciones.
Pero Harry y Meghan valoran, por encima de todo, la enorme privacidad con la que cuenta este enclave. Se encuentra en una calle de acceso cerrado, algo fundamental para la pareja, sobre todo después de los problemas a los que hicieron frente en Beverly Hills, en la propiedad del productor Tyler Perry. En esta residencia, de 90.000 metros cuadrados divididos en ocho habitaciones y doce cuartos de baño, los drones sobrevolaban continuamente el terreno tratando de captar imágenes del matrimonio y de su hijo Archie.
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