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Beatriz de York celebra su cumpleaños en un momento clave de su vida

La hija de Sarah Ferguson y el príncipe Andrés acaba de contraer matrimonio con Edoardo Mapelli


Actualizado 10 de agosto de 2020 - 18:48 CEST

Beatriz de York ha crecido: de princesa a Princesa. El estirón mayúsculo no se debe tanto a la edad, a los 32 años que hoy cumple como recién casada, apenas tres semanas después de su enlace y en plena luna de miel, como a la madurez con la que se ha confirmado en un momento clave, coronavirus mediante. A contracorriente, la princesa Beatriz ha dado el paso decisivo y se ha casado con Edoardo Mapelli Mozzi no en la gran boda que había planeado originalmente, pero sí en una gran boda igual. La pareja se juró amor el 17 de julio en la Capilla Real de Todos los Santos en Royal Lodge en una íntima ceremonia, cumpliendo todas las medidas de prevención sanitaria, ante solo 20 invitados que fueron testigos privilegiados del esperado sí. 

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Sale a la luz la única foto de la boda de Beatriz de York en la que se coló un invitado

La corazonada de Beatriz de York en el último momento

El vestido de Beatriz de York: uno de los tesoros que esconde el armario de Isabel II

La princesa Beatriz se convertía nada más pronunciar sus votos en flamante esposa de Edo y en segunda madre de su hijo, Christopher ‘Wolfie’ Woolf, que fue el padrino más pequeño de la historia de la realeza. La nieta de Isabel II reinó con un vestido y una tiara de su augusta abuela y todos brindaron por la felicidad de los recién casados en un pequeño banquete de bodas que involucró a algunos invitados más en una carpa al aire libre adornada como el más bello cuento. Varios días después arrancaría su travesía como marido y mujer en algún lugar del sur de Francia. Su final feliz no ha hecho más que empezar y antes de lo pensado podríamos asistir a una nueva sorpresa de las suyas si la teoría es cierta: la pareja no quiere al parecer esperar demasiado (tanto tiempo como el que podría llevar reconducir la situación sanitaria) a darle un hermanito a Wolfie. 

Las alegrías colosales de este año convergen con hondas preocupaciones. La COVID-19, que se ha cobrado cientos de miles de vidas en el mundo, y el escándalo que rodea a su padre, que se ha cobrado la vida del propio Jeffrey Epstein y la oficial del príncipe Andrés, han sido motivos de tribulación en medio de los preparativos nupciales. La relación del príncipe Andrés con el caso Epstein sigue en el punto de mira. Nadie sabe cómo terminará todo. Así que la princesa Beatriz, que no estaba dispuesta a arriesgar la emocionante marcha nupcial del brazo de su padre, no esperó a casarse cuando todo pasara. Metió en caja fuerte su recorrido juntos hasta el altar, así como la presencia de sus abuelos, la reina Isabel y el Duque de Edimburgo, con los ajustes necesarios que garantizaran su seguridad, en la pequeña ceremonia secreta.

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La princesa Beatriz, que nació en una fecha de esas que no se olvidan, incluso de esas que parecen llamadas a ser recordadas en la historia (8-8-1988), sigue los pasos de su queridísima abuela, la reina Isabel, no solo vistiéndose de ella en sus nupcias, sino asumiendo su misma entereza ante las adversidades, 94 años de vida y 68 años en el trono la avalan. Siguiendo su consejo, ha respondido con “autodisciplina, determinación calmada y con buen talante” al desafío al que como novia real la retaba la crisis. Y cuando en 2016 perdió al que había sido su gran amor durante diez años, Dave Clark, y tras una cura de desamor de menos de un año se enfrentó a la bomba de su compromiso, hizo exactamente igual: temple real. No en vano, su antepasada la admirada reina Victoria, la abuela de Europa, con la que presume además de tener un cierto parecido físico, es su otro referente de fortaleza.

Siempre ha querido ser tan majestuosa como ellas dos. No hace mucho que la nieta de Isabel II arañaba algún que otro pequeño compromiso oficial a la Familia Real británica para poder ejercer su frustrado papel de Princesa, que en su caso es más vocacional que propiamente dinástico en un ya lejano noveno puesto de la línea sucesoria tras su padre. A diferencia de los Duques de Sussex que como descendientes directos del Heredero al Trono y como príncipes ideales a ojos de legiones de admiradores por el mundo entero atesoraban una codiciada agenda oficial repleta de citas y causas y escogieron inesperadamente una vida normal más parecida a la suya, la princesa Beatriz que no es ni tan popular ni tan preeminente en el orden de sucesión hubiera cambiado con gusto si le hubieran dado la elección la suya por una vida real  como la de ellos.

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Pero al final la princesa ha tenido la oportunidad de distinguirse como Princesa cuando, ironías del destino, precisamente renunciaba a serlo. Obligada por las circunstancias se enfrentó a la disyuntiva: de un plato de la balanza, su afán real; del otro, capturar su gran día, el momento más feliz de cuantos haya vivido, con menos resplandor pero en compañía de quienes realmente le importan. La decisión cayó por su propio peso y, por una vez, la Princesa no heredera reinó. Reinó en una boda real íntima como soberana de sus actos.

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