Beatriz de York no lo tenía nada fácil para casarse con Edoardo Mapelli Mozzi. La presión en torno al príncipe Andrés, retirado de la vida pública por el Caso Epstein, y la crisis sanitaria provocada por la COVID-19 vinieron a frustrar unos planes de boda que desde el principio eran complicados. Sin embargo, la Princesa ha dado una lección en todos los sentidos y ha salido vencedora contra todo pronóstico. Con la Reina de Inglaterra como aliada, Beatriz de York ha celebrado una Boda Real con todo el brillo de los Windsor y que pasará a la historia por su carácter excepcional.
El efecto sorpresa.
Desde que anunció su boda con el conde italiano, Beatriz de York fue cancelando uno a uno todos sus planes. Comenzó teniendo que cancelar la fiesta de compromiso para evitar la presión en torno a su padre y terminó aplazando la boda entera. Retomar esos planes no era nada fácil. Las invitaciones estaban enviadas mientras que las restricciones sanitarias en el Reino Unido impiden bodas de más de 30 personas. Con estas dos variables, una boda por sorpresa era la solución a todos sus problemas. Eso sin olvidar que ha evitado al príncipe Andrés, que apuesta por pasar desapercibido hasta que se aclare su situación, el aparecer en público.
Los detalles a los que solo accede una princesa de cuna
Nada fue elegido al azar. Todos y cada uno de los detalles escogidos venían a dejar claro que la novia era, y seguirá siendo, independientemente de lo que pase en torno a la figura de su padre, una Windsor de pleno derecho. Mientras que Kate y Meghan se casaron con una tiara de princesa, una de tantas que encierra el joyero real, a Beatriz su abuela le cedió una tiara de reina, una pieza a la que pocas tienen acceso. Ese “algo prestado” es una de las joyas más importantes, valiosas e icónicas del joyero real, con ella se casó la propia soberana y la única hija de esta, la princesa real Ana.
El vestido venía a confirmar ese mensaje. No se trata solo un precioso diseño vintage que hiciera las funciones del tradicional “algo viejo” que lleva una novia en señal de buena suerte; ese vestido de Norman Hartnell forma parte de la historia política e institucional del Reino Unido. Isabel II lo estrenó en un viaje de Estado en 1961 y lo llevó en 1966 en la apertura del Parlamento, uno de los actos con mayor relevancia institucional. Es decir, es un un vestido que está a la altura del manto armiño, de la corona imperial y del trono que ocupa la Reina en la Cámara de los Lores. Todo ello, celebrando a la vez, la boda real más económica de la historia reciente en la Casa Windsor, algo que podría tener varias lecturas en un momento de crisis y en el que los gastos en materia de seguridad por la boda de Harry y Meghan siguen siendo cuestionados.
El aval de la Reina de Inglaterra y del duque de Edimburgo
La presencia de la Reina y del duque de Edimburgo, que selecciona bien los eventos familiares a los que acude, en la boda de Beatriz es ahora más significativa que nunca. Isabel II quiso mimar a su nieta y, sobre todo, reforzar la figura de las hermanas York en un momento en el que su presencia se diluye tras la renuncia de su padre, que siempre intentó que sus hijas tuvieran un lugar como princesas en la Casa Real y unas atenciones similares a las de Guillermo y Harry, algo muy diferente a lo que hizo la princesa Ana con sus hijos, para los que no quiso ni título ni presencia oficial. Un lugar, el de Beatriz y Eugenia de York, que incluso se ha visto cuestionado por una “recién llegada” Meghan Markle, tal y como ha trascendido durante su juicio contra los tabloides británicos.
La lista de invitados no se ha hecho pública, pero dadas las restricciones la prensa británica apunta a que solo han estado lo más cercanos: Isabel II, el príncipe Felipe, el duque de York, Sarah Ferguson, Eugenia de York (que confirmó su presencia en las redes sociales) y Jack Brooksbank. Por parte del novio, sus padres, Nikki Shale y Alex Mapelli Mozzi, y el hijo del novio, Christopher (conocido como Wolfie) que solo tiene tres años. Es precisamente la presencia del pequeño la que también dejaba algunas preguntas en el aire. Es decir, ninguna princesa Windsor se había convertido en madrastra al casarse y esto hacía que muchos se preguntaran por el lugar que iba a ocupar el hijo del novio en la ceremonia. Esta incógnita en el rígido protocolo británico tambíén se ha despejado al hacer la boda a puerta cerrada, algo que llevaba (según la prensa del país) 235 años sin ocurrir.
Un escenario de cuento con flores de princesa
La boda se celebró en la Capilla Real de Todos los Santos en Royal Lodge de Windsor, el lugar en el que Beatriz pasó su infancia y el refugio de la familia York, también en tiempos de coronavirus. Se trata de una preciosa iglesia que la Reina adora por su privacidad y que queda reservada para citas muy excepcionales y familiares, como el funeral de la Reina Madre en el año 2002.
El precioso templo se cubrió de flores hasta arriba creando un escenario único que poco tiene que envidiar a los arreglos que se hicieron en el Castillo de Windsor para las últimas bodas. Otro detalle propio de una boda real es que la elección del ramo fue confeccionado siguiendo la tradición de las novias de la monarquía inglesa y despositado sobre la tumba del 'soldado desconocido' en la Abadía de Westminster.
El príncipe Andrés, ausente y presente a la vez
La discreción con la que se ha celebrado la boda no ha impedido que el príncipe Andrés acapare portadas y titulares. “¿Dónde está papá?” publicó en portada Sunday Mirror poniendo el foco en el algo evidente: el príncipe Andrés no sale en las fotografías oficiales que se han compartido hasta la fecha. Por otro lado, The Telegraph asegura que “el duque de York pudo acompañar a la Princesa hasta el altar”. En definitiva, Andrés ha conseguido estar con su hija y con su familia, que desde el principio cerró filas en torno a su inocencia, y evitar así apariciones en prensa.
Los otros momentos incomodos que también han quedado fuera de las cámaras
Igual que ocurrió durante la boda de Eugenia de York con Jack Brooksbank uno de los temas incomodos que revoloteaba en el aire es el encuentro entre el duque de Edimburgo y Sarah Ferguson, cuya relación se hizo trizas en los noventa y nunca ha vuelto a retomarse. Con esta discreta ceremonia en la que solo figuran cuatro protagonistas -los novios y los abuelos de la novia- también se pone punto y final a ese tema. Es de esperar que igual que Eugenia tiene una foto de boda en la que aparecen juntos su abuelo y su madre (una foto que tardó 26 años en producirse y por la que pocos apostaban), Beatriz de York conservará algo similar en su álbum privado.
Y por último, pero sin duda, relevante. Una boda Windsor tradicional hubiera dado pie a un nuevo encuentro en público de los duques de Sussex con la Familia Real o no. Es decir, la presencia o la ausencia de Harry y Meghan hubiera centrado buena parte de la atención mediática y habría hecho que todas las miradas estuvieran puestas en ellos. Algo que los novios también han sabido sacudirse de un plumazo. En este sentido, hay que recordar que durante la boda de Eugenia de York se rumoreó que Meghan estaba embarazada, una noticia que se confirmó solo tres días después y que para algunos medios británicos supuso un enfado para el "team York", ya que Meghan habría compartido la noticia con algunos invitados. En definitiva, Beatriz de York ha hecho magia con unas circunstancias que no le eran favorables.
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