El 19 de mayo de 2018 el mundo miraba hacia Windsor. El segundo hijo de Carlos de Inglaterra y Diana de Gales daba el 'sí quiero' a Meghan Markle en la capilla de San Jorge en una ceremonia que movilizó a la sociedad británica y que transmitió la imagen de un auténtico cuento de hadas. El príncipe Harry había escogido como esposa a una actriz estadounidense, una elección que escandalizó a los guardianes de la tradición, pero que entusiasmó a los que la veían como un símbolo de la apertura y modernidad de la Monarquía británica. Sin embargo, en el camino hasta el altar no hubo solamente rosas y las espinas amenazaron con enturbiar un enlace que tenía todos los ingredientes para ser de ensueño.
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Con Meghan todo eran novedades y la pareja capeó como pudo las reticencias de quienes pensaban que no encajaría en una institución un tanto anquilosada a la hora de adaptarse a los nuevos tiempos. Procedía de un mundo, el del cine y la televisión, que era casi la antítesis de la vida en Palacio. Además, era de Estados Unidos y de origen afroamericano. Aunque estas cuestiones acabaron siendo asumidas con naturalidad por la mayor parte de una ciudadanía que, en pleno siglo XXI, entendían que su Monarquía no podía quedarse atrapada en los mimbres del pasado, la polémica apenas había empezado. El siguiente frente que tuvieron que batallar aún sigue abierto y se llama Thomas Markle.
Los Markle, historia de un desencuentro
La relación de la duquesa de Sussex con su padre ha sido siempre la piedra en el zapato para la pareja. Una mala relación retransmitida, muy a pesar de Meghan, como si de un reality se tratase debido a las filtraciones a la prensa que ha hecho el que fuera director de iluminación en Hollywood. Durante los meses anteriores al enlace, se esperaba que Thomas, que está separado de la madre de Meghan y reside en México, llegase a Reino Unido una semana antes de la boda para conocer a su yerno, ya que solo habían hablado por teléfono, y al resto de la Familia Real. Sería él también el que acompañase a su hija al altar en su gran día. Sin embargo, así como la presencia de su madre, Doria Ragland, estaba más que confirmada, la de su padre comenzó a ser objeto de todo tipo de especulaciones alimentadas tanto por él como por sus hijos Samantha y Thomas, fruto de una relación anterior.
La tensa situación estalló tras unas fotografías pactadas con un paparazzi en las que aparece Thomas Markle, de 73 años, tomándose un café y ojeando un libro cuyo título es Imágenes de Gran Bretaña, un volumen ilustrado que como se indica en la portada hace un recorrido por la historia del país, en otra se le podía ver haciendo deporte sobre una bicicleta estática y en una tercera, tomádose medidas en una sastrería mexicana. Su hija Samantha se confesó como la responsable de haber organizado el falso robado. “La mala prensa que está recibiendo mi padre por supuestamente haber acordado posar en esas fotos es totalmente mi culpa”, afirmó en un programa matinal del canal ITV británico. “Los medios de comunicación estaban injustamente haciendo lo posible para que mi padre pareciera un villano, así que le sugerí que se hiciera fotos que dieran una visión positiva de él para su beneficio, pero también para el beneficio de la familia real", explicó justificándose. Su otro hermano, Thomas Markle Jr., también protagonizó un polémico episodio al enviarle una carta al príncipe Harry a través de la revista In Touch advirtiéndole de que no se casase con Meghan.
A pesar de este escándalo, el padre de la que fuera protagonista de Suits aún mantenía su intención de asistir a la boda e incluso se mostraba arrepentido asegurando que las fotos le parecían "estúpidas" y "sobreactuadas". Sin embargo, la presión tras este desagradable episodio acabó pasándole factura y una operación de corazón acabó por impedir que volase a Reino Unido para ver a su hija convertirse en duquesa de Sussex. La reacción de Meghan fue emitir un escueto comunicado con el que esperaba zanjar la polémica de una vez por todas: "Lamentablemente, mi padre no estará en nuestra boda. Siempre me he preocupado por él y espero que pueda tener el espacio que necesita para centrarse en su salud. Me gustaría también dar las gracias a aquellos que nos han enviado generosos mensajes de apoyo. Por favor, sabed cuántas ganas tenemos Harry y yo de compartir con vosotros este día tan especial para nosotros". Lo que no sabía por aquel entonces es que dos años más tarde un juicio contra dos tabloides británicos resucitarían esta historia sacando a la luz los mensajes que intercambiaron los novios con Thomas antes de la boda.
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Solo faltaban cuatro días para el enlace y aun era una incógnita quién acompañaría a la novia al altar. Una de las opciones era que lo hiciese su madre, ya que era la encargada de ir con ella en el coche hasta la capilla de San Jorge, otra era que los novios recorriesen juntos el pasillo, como ya hicieran Haakon y Mette-Marit o Guillermo y Máxima de Holanda. Finalmente, fue Carlos de Inglaterra el que le prestó el brazo para ir con ella hacia el altar. Aunque en un principio, el Palacio de Kensington explicó en un comunicado que había sido la duquesa de Sussex la que pidió el favor a su suegro, el príncipe Harry reveló posteriormente en un documental de la BBC con motivo del 70 cumpleaños del príncipe de Gales que había sido él el que lo hizo. "Le pedí que lo hiciera y creo que sabía que iba a llegar ese momento, e inmediatamente dijo 'sí, por supuesto, haré lo que Meghan necesite. Y estoy aquí para apoyarte", fue la respuesta del heredero al trono británico.
Y así fue como una radiante Meghan Markle bajó del coche en el que llegó a la capilla con su madre y caminó sola la mitad del recorrido, donde la esperaba el príncipe Carlos. El hijo de Isabel II no dejó de hablarle durante todo el camino hasta el altar para tranquilizarla, según explicó tiempo después la duquesa de Cornualles. Al final del pasillo estaba un exultante Harry, cuyas miradas de devoción hacia su futura esposa forman ya parte de la memoria colectiva. La ceremonia transcurrió entonces entre la pompa y la grandeza que caracterizan a las bodas reales y la intimidad y complicidad que evocaba cada gesto de los novios.
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