El 29 de abril de 2011 Londres acogió un acontecimiento histórico: la boda real de Guillermo de Inglaterra, nieto de la reina Isabel II, hijo del heredero al trono británico y segundo, por tanto, en la línea de sucesión. Hacía 30 años que la capital británica no vivía un enlace de un futuro rey -el anterior se celebró en 1981 cuando el príncipe de Gales dio el 'sí, quiero' a la recordada Diana de Gales-. Este miércoles se cumplen nueve años de aquel momento, en el que los duques de Cambridge se convertían en marido y mujer.
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Dos días antes de ese aniversario, que los protagonistas festejarán junto a sus tres hijos, George, Charlotte y Louis, confinados en su residencia de campo de Anmer Hall, en el condado de Norfolk, el fotógrafo que les inmortalizó ha desvelado un detalle desconocido hasta el momento y que tiene que ver con las instantáneas oficiales que se tomaron aquel día en el salón del trono del Palacio de Buckingham y que venían a reproducir, con una similitud asombrosa, el posado que se tomaron los padres del príncipe Guillermo tres décadas atrás.
Fue Hugo Burnand el encargado de colocarse detrás del objetivo, disparar su cámara y fotografiar unas imágenes que, sin duda alguna, iban a pasar a la posteridad. La presión no era poca. Sin embargo, tal y como desvelaba recientemente, no lo tuvo fácil. Como en cualquier acontecimiento de esta magnitud, todo estaba programado y medido al milímetro. La estricta puntualidad en los horarios suele formar parte de la idiosincrasia británica, mucho más si se trata de la Familia Real. Por ello, Burnard había pactado con la duquesa de Cambridge, gran aficionada a la fotografía, un horario específico para cada toma. Ambos tenían en mente crear retratos de boda únicos, y para ello habían mantenido varias conversaciones antes del gran día.
"Teníamos solo tres minutos disponibles para la última foto, así que le pregunté a Catherine si podíamos hacer la toma de la que habíamos hablado anteriormente. Se volvió hacia William y dijo '¿qué piensas?'. Y él dijo 'vamos con ello'. Así que en tres minutos se sentaron en los escalones, Sarah Burton -la responsable del vestido de novia- colocó la cola, el príncipe se inclinó y los niños hicieron lo que sentían que era lo correcto en aquel momento. Fue una imagen muy espontánea. Ni el detalle de la mano apoyándose, ni otras cosas fueron dirigidas o planificadas, sino el resultado del buen ambiente entre todos", explicaba el fotógrafo, en relación a la instantánea de los Duques rodeados de sus pajes y damitas de honor.
Pese a que estuvo a punto de no tomarse por falta de tiempo, acabó siendo la favorita de Hugo Burnand. No en vano se planificó durante tres semanas. Tres días antes de la boda, comenzó la instalación de los equipos en el Palacio de Buckingham y los ensayos, para lo que el fotógrafo recurrió al personal de la Casa Real. Así cronometró y calculó los tiempos para que, a la hora prevista, una y media de la tarde de aquel 29 de abril de 2011, los Windsor estuvieran ya saludando desde el balcón. Una imagen que, a juzgar por las declaraciones del retratista, estuvimos a punto de no producirse.
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