Diana de Gales, Reina de la Solidaridad
Era valiente en su apoyo a los que sufren, mostrando una empatía que pocos pueden igualar
Con verdadero frenesí, la emocionada niña del diminuto mono rosa le suplicó a su princesa de la vida real un regalo muy especial: un paseo lleno de diversión por la ciudad en el regio Rolls-Royce. Diana de Gales no se pensó dos veces la insólita demanda de su nueva admiradora y tomó en sus brazos a la gigantesca niña de tres años, apodada Primera Dama por el personal. En cuestión de minutos, las nuevas amigas circulaban alegremente alrededor de la casa de la abuela de la pequeña, un refugio de Washington D.C. para niños con VIH, un lugar donde, hasta entonces, la esperanza era escasa. Era un pequeño acto de bondad que trajo un rayo de luz a la vida de la pequeña paciente, y que derritió millones de corazones.
El tipo de acto que la princesa Diana repetiría tantas veces en todo el mundo, desde las leproserías de Indonesia hasta las unidades de socorro infantil de Harlem, y desde los refugios sin hogar de Gran Bretaña hasta los campos de minas terrestres de Angola. Brillando de solidaridad, sin ningún temor a contrariar el orden establecido, Diana de Gales continuó por todas partes sus muchas misiones. Levantó la moral, recaudó dinero, aplacó las lágrimas y, lo más importante, dio esperanza. Ella tocó a los intocables, abrazó a la paria e inspiró al mundo y, al salvar a los otros, se salvó ella misma también y se hizo poderosa. Incluso ahora, 20 años después de su trágica muerte, su legado sigue vivo, no sólo en las innumerables vidas que ayudó a salvar, sino también en el espíritu humanitario que transmitió a sus hijos, los príncipes Guillermo y Harry.
La solidaridad de Diana de Gales hacia los demás despuntó pronto. Su hermano, el conde Spencer, recuerda con orgullo haber sido “el primer beneficiario de la bondad de la princesa Diana hacia los jóvenes. Ella cuidó de mí como un bebé”. Y en donde realmente se constató fue en la escuela: “Era amable con los niños más pequeños de su colegio”. Más tarde, como princesa recién nacida, Diana creó su propia fundación tras su boda real en 1981 y donó su propio dinero a los necesitados. Por supuesto, al adoptar un papel de caridad, inicialmente hacía lo que se esperaba de la realeza, especialmente las mujeres, desde la época victoriana: la propia Victoria y su nuera, la princesa Alexandra, habían atendido regularmente a soldados heridos y enfermos.
La nueva familia política de Diana también era firme en su compromiso con las causas sociales, particularmente la princesa Ana. El príncipe Carlos, por su parte, a través de su fundación The Prince's Trust, ofreció capacitación y tutoría a jóvenes desempleados. Pero Diana de Gales con valentía e imaginación aportó algo diferente al campo: “No soy una figura política, ni quiero ser una. Pero vengo con el corazón”, dijo de su instintiva y personal labor humanitaria, que casi nunca seguía las reglas establecidas. “Diana no era una persona académica, pero era buena en muchas cosas”, dice el Conde Spencer de su humanidad única, una humanidad que fue construida sobre mucho más que la mera compasión. Michael Stone, comisionado por la Cruz Roja para guiar a la Princesa en su misión de minas terrestres en Angola, declaró a Hello!: “La compasión es un sentimiento de pesar por otro con un deseo de ayudar. Ella trascendió la solidaridad y fue más allá hacia la empatía, una capacidad de entender, quizás desde su propio sufrimiento, el de otro”.
La maternidad profundizó esa empatía. “Podía verla procesando las situaciones a las que se enfrentó en los campos de exterminio de Angola como una madre de dos niños pequeños”, explica Michael Stone de la misión de la Princesa, que vestía una armadura y una visera balística, en los terrenos minados potencialmente letales: “Se imaginaba en la misma situación que las madres de estos niños y había lágrimas en sus ojos”. El fotógrafo Arthur Edwards, que estaba cubriendo el viaje humanitario, recuerda vívidamente a Diana reuniéndose con Helena, una víctima de minas terrestres de apenas siete años, que estaba acostada boca arriba. Lo primero que hizo fue algo instintivo. Hizo que la niña estuviera decente, la cubrió. Era lo que una madre haría. Le preocupaba la dignidad del niña”.
En la televisión, Diana de Gales encontró un poderoso aliado para sus causas, porque era capaz de captar tanto sus palabras como su lenguaje corporal al relacionarse con las personas que conocía, poniéndose al mismo nivel. Por encima de todo, capturó su actitud solidaria, su entrega, cementando para siempre su imagen icónica como la Princesa que literalmente sentía su dolor. Ella misma era muy consciente del impacto de un gesto tal sin precedentes. La princesa Diana abrazó lo que hasta entonces eran causas impopulares, luchando contra el estigma que rodea a las personas que seropositivas en un momento en el que la sociedad estaba aterrorizada por la enfermedad y por el riesgo de contagio, y abrazó a aquellos que sufrieron el flagelo del sida y la lepra. Explicó en una ocasión que estaba “tratando de demostrar en una simple acción que ni están denigrados, ni nos rechazan”. En 1987, cuando se estrechó la mano con un paciente de sida en el Hospital de Middlesex de Londres, un destacado especialista dijo: “Un apretón de manos de ella es digno de cien mil palabras nuestras”.
Lejos de la línea del frente, Diana trabajó incansablemente para apoyar sus causas. Como podía. Y barrió la escena de la gala de caridad, convirtiendo los caducos actos solidarios de ojo seco en emocionantes acontecimientos hasta las lágrimas. El director ejecutivo de Barnardo, Sir Roger Singleton, fue testigo del cambio de primera mano, cuando se asoció al diseñador Bruce Oldfield para un baile benéfico en favor de su fundación: “Diana usó su poder como una varita mágica, sacudiéndola en todo tipo de lugares donde había heridas... Y en todas partes que la usaba, había cambios, casi como en un cuento de hadas”.
Como una verdadera princesa de cuento de hadas, tenía la humildad de reconocer que aquellos a quienes ayudaba también le daban mucho a ella. Sentía afinidad con los olvidados y los marginados, y su trabajo con ellos le daba un sentido de autoestima muy necesario. En declaraciones a Panorama de la BBC, dijo: “No eran conscientes del vigor que me estaban dando”. Diana de Gales pasó sus últimos meses ayudando a otros. Después de su viaje a Angola, se reunió con su amiga Madre Teresa (hoy santa Teresa de Calcuta) en Nueva York y visitó Bosnia. En junio subastó 79 de sus vestidos icónicos con los recaudó 290 millones de euros para el cáncer y el sida, y su corazón tenía todas sus esperanzas en seguir ayudando: “Nada me trae más felicidad que tratar de ayudar a las personas más vulnerables en la sociedad. Es una meta y una parte esencial de mi vida, una especie de destino. El que está angustiado puede invocarme, vendré corriendo, dondequiera que estén”.