La Duquesa de Cambridge parecía anoche una Princesa en todo su esplendor: de largo y con tiara. Coronó su primera cena de gala de Estado en el Palacio de Buckingham en honor al Presidente de China, Xi Jinping, y su esposa, Peng Liyuan, con una preciosa diadema digna de una reina. El solemne evento de alto perfil supuso un nuevo ejercicio de entrenamiento regio para la Duquesa, que algún día se convertirá en Reina consorte, y una nueva demostración de su buen desempeño oficial.
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La Duquesa de Cambridge llevaba la tiara de flor de loto probablemente en deferencia al país invitado, al igual que su vestido de color rojo de Jenny Packham. Pero es que además la joya en cuestión es muy de su gusto -elegante, sencilla, exquisita- y es muy posible que se trate de su favorita. De hecho es la única diadema que ha lucido después de su enlace y la única que ha repetido pese a que tiene tanto donde elegir.
La Duquesa de Cambridge viste de rojo y diamantes su primera cena de Estado
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Las joyas más bellas y deslumbrantes se encuentran en los cofres de la Familia Real británica, llenos de tesoros como la tiara Greville y la tiara de las Damas de Gran Bretaña e Irlanda, si bien a estas piezas impresionantes acompañan también algunas otras más pequeñas que brillan igual de brillante a pesar de su aspecto menos majestuoso. Una de ellas es precisamente la tiara flor de loto, también conocida como tiara papiro, que perteneció a la Reina madre.
Originalmente la tiara no era tal. Cuando Elizabeth Bowles-Lyon se casó con el futuro rey George VI recibió como regalo de bodas un collar de diamantes y perlas, que decidió reconvertir en la actual tiara flor de loto. Lució a menudo la diadema mientras fue Duquesa de York, pero una vez se convirtió en Reina comenzó a llevar algunas de las más importantes en su lugar. Así la reina Elizabeth acabó dando en 1959 la tiara a su hija menor, la princesa Margarita.
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La hermana de la reina Isabel le sacó mucho partido durante su juventud, pero en los años 70 y 80 la tiara apenas salió del joyero real. Hizo una reaparición puntual cuando el hijo de la princesa Margarita, el vizconde Linley, contrajo matrimonio en 1993. La novia, futura vizcondesa Linley, se la puso en su gran día.
Y nada más. Después desapareció de las citas de gala durante muchos muchos años sin que nadie supiera realmente si seguía en poder de los hijos de la Princesa o si había sido devuelta a la Familia Real británica a su muerte en 2002. Pasó otra década y, cuando ya parecía destinada al ostracismo de la cámara acorazada, de repente la tiara volvió a los salones de palacio protagonizando un nuevo momento de gloria. Una reaparición estelar de la mano nada menos que de la Duquesa de Cambridge.
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Hubo que esperar hasta diciembre del 2013, en la recepción diplomática anual, para que la Duquesa volviera a dejarse ver con una tiara. No había vuelto a lucir una desde su inolvidable Boda Real con el príncipe Guillermo. La Duquesa, blanca y radiante, coronó su vestido de novia con la tiara halo de Cartier de 1936 que le prestó la reina Isabel para que la llevara en el día más importante de su vida.
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Anoche volvió a ponerse de manifiesto la buena relación de la reina Isabel y su discípula con otro valioso (económico y sentimental) préstamo: el brazalete de boda del príncipe Felipe. El Duque de Edimburgo regaló a la soberana, entonces princesa Isabel, por su matrimonio una pulsera de brillantes engarzados en platino que pertenecían a su madre, la princesa Alice, al igual que los del anillo de compromiso. A este se suman los pendientes de brillantes chandelier de la Reina madre, que también lució en su estreno de la tiara de flor de loto, y otro brazalete de diamantes de la colección de la soberana británica que había sido reformado de una gargantilla de diamantes que perteneció a la reina Mary. El brillo de una reina.