El príncipe Friso de Holanda falleció el 13 de agosto de 2013, tras casi seis meses en coma, a consecuencia de un fatídico accidente de esquí que sufrió, en el mes de febrero, en Austria. Dejó una mujer, Mabel, por quien Friso había renunciado a sus derechos sucesorios, y dos hijas, Luana y Zaria. Su muerte sacudió a toda la familia, que había mantenido la esperanza de su recuperación hasta sus últimos días.
Durante estos años, su viuda ha conseguido aumentar su patrimonio de un modo considerable, llegando a alcanzar una cifra cercana a los 455 millones de euros. La revista holandesa Quote 500, en un ranking de fortunas, la sitúa como la número 121 del país. Todo ello gracias a su olfato para las inversiones bursátiles e inmobiliarias. Fue una de las primeras en poseer valores de la plataforma de pagos en línea Adyen, una empresa con sede en Holanda encargada de gestionar los pagos de grandes empresas, como Netflix o Spotify. Cuando vendió parte de esas acciones en 2018, se embolsó 43 millones de euros. Actualmente, vive de forma discreta en Londres junto a sus hijas, y está entregada a diversas causas benéficas.
La pasada semana, Mabel asistió a un instituto de La Haya junto a su suegra, la princesa Beatriz, con quien mantiene una excelente relación, a la entrega del Premio Príncipe Friso de Ingeniería. Un galardón que la madre y la viuda del príncipe fallecido crearon para premiar la excelencia en ingeniería y que reconoce a los ingenieros que destacan por su innovación, impacto social, experiencia y espíritu emprendedor. Una forma de honrar unidas la memoria del príncipe Friso, quien fue un apasionado tanto de la ingeniería mecánica como de la aeroespacial y destacó en las universidades más prestigiosas en estos campos. Este acto sirvió para comprobar la inquebrantable complicidad entre suegra y nuera.