Su nombre encaja perfectamente con su personalidad. Máxima de Holanda es una reina en estado puro que siempre está en su salsa. Ha saltado de un avión en paracaídas (lo hizo en la Escuela de Defensa Paralímpica (DPS) de Breda) porque quería saber qué se sentía, conduce camiones, excavadoras, barcos. Por supuesto, practica todos los deportes, incluso el buceo y las tareas de una granja tampoco le gana nadie.
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La reina consorte de los Países Bajos parece que se ha dedicado al campo toda la vida cuando la vemos moviendo una alpaca de paja con una horquilla, concentradísima pintando una valla a pincel o con una pared con rodillo. Máxima se entrega a todo.
En los Países Bajos es tradición que la Familia Real participe en todas las tareas en el día del voluntariado y la ahora princesa Beatriz ya le había dejado el listón alto a su nuera, pero la entrega de Máxima la hace única. Y no solo en su reino. En el mundo y en la historia.
La Reina se atreve con todo y los ciudadanos se sienten muy orgullosos de ella -cuando han tenido que criticarla también lo han hecho-, de su trabajo, de su papel en la familia, de su alegría y valentía. Desde que antes de su boda recorriera los Países Bajos “con una peluca negra y un gran mapa” “para practicar mi holandés” y comiendo en los bares a los grandes momentos estelares cuando sale a escena con todo el poderío de las joyas de la casa, tocados de ninfa, pamelas al estilo Hollywood… Máxima es máxima.