Un salón de los más elegantes mármoles, majestuosas arañas de mil y un cristales, candelabros dorados de diez brazos, mesas vestidas de hilo blanco, menús con el organigrama real para cada comensal, centros de orquídeas rosas, bandejas repletas de exquisiteces... Guillermo y Máxima de Holanda recibieron con los brazos abiertos y todos los honores a sus queridísimos invitados, Felipe y Matilde de los belgas, que comenzaban ayer un viaje oficial a los Países Bajos de tres días. No escatimaron pompa y boato ni en la bienvenida oficial en la que pasaron revista a las tropas en la Plaza del Dam, ni en la posterior cena de gala que los soberanos holandeses brindaron en el Palacio Real de Ámsterdam a sus vecinos más cercanos entre los cercanos, velada con la que pusieron, más que el broche de oro, el broche de brillantes a la primera jornada de la visita.
Las damas reales se pusieron sus mejores galas y deslumbraron como verdaderas Reinas de diamantes. Para la ocasión, Máxima de Holanda rescató el vestido de Jan Tamineau que lució en la víspera de la Boda Real de Guillermo y Stéphanie de Luxemburgo, un palabra de honor en color burdeos y adornado con pedrería, que para los retratos oficiales acompañó con una estola a tono. Y sacó del joyero el fastuoso conjunto Mellerio al completo, al igual que entonces. La tiara, el collar, los pendientes y la pulsera de diamantes y rubíes, creados en 1889 por el joyero parisino Mellerio por encargo del rey Guillermo III para su joven esposa, la reina Emma. Máxima de Holanda, máxima como acostumbra.
Matilde de los belgas hizo gala de su dulzura, sin dejar de resplandecer. Vistió de estreno la noche con un vestido rosa empolvado de manga larga y escote barco del diseñador belga Pierre Gauthier. La esposa del rey Felipe coronó su atuendo con la pieza más relevante del cofre real, la llamada Diadema de las Nueve Provincias, regalo del pueblo de Bélgica a la princesa Astrid de Suecia, con motivo de su matrimonio en 1925 con el que se convertiría en Leopoldo III de Bélgica. Llevaba además algunas de sus otras joyas más apreciadas como el broche de diamantes, que perteneció a la reina Fabiola. Demostrando que menos también es más.
Los de Máxima de Holanda y Matilde de los belgas no fueron los únicos destellos de la noche. La princesa Laurentien, esposa del príncipe Constantino, vistió de Talbot Runhof y lució una extraordinaria tiara de diamantes -aunque las piezas centrales pueden ser sustituidas por rubíes-, que fue creada en 1890 por Royal Begeer en Utrech especialmente para la reina Emma. Mientras que la princesa Beatriz no quiso hacer ostentación, pero sí distinción con la tiara Bandeau, realizada por la reina Guillermina a partir de de diamantes que pertenecieron a su madre, la reina Emma, que combinó con chatotes y gargantilla a juego. La princesa Margarita, hermana de la antigua soberana, lució la tiara nupcial de Máxima de Holanda, solo que en lugar de estrellas como ella, optó por las margaritas que le dan nombre a esta diadema que perteneció a Sofía de Wurttemberg.
A la hora del brindis, volvieron a brillar los sentimientos de amistad. El rey Felipe destacó los lazos entre las Familias Reales de Holanda y Bélgica: "No es necesario que les recuerde cuán grande es nuestro agradecimiento hacia ustedes, no solo por su amistad con mi tío, el rey Balduino, como con mi padre, el rey Alberto", afirmó el soberano belga que subrayó asimismo el rol de la princesa Beatriz, antigua Reina, como nexo de unión entre las Casas Reales de estos dos países vecinos. "La amistad entre nuestras familias es más firme que nunca, gracias, sobre todo a usted, Princesa". Por su parte el rey Guillermo Alejandro alabó la buena convivencia de los dos países: "Estamos encantados de ser vecinos de un país como Bélgica". Mismos sentimientos que a miles de kilómetros de distancia de allí, en otra gala y en otro palacio, erigido en el siglo XV sobre el casco medieval de Guimarães, compartían los Reyes españoles y el Presidente portugués.