No hace falta ver el desarrollo de las pruebas en las pistas de los Juegos Olímpicos de Río de Janeiro ni mirar el marcador siquiera para saber el destino de los olímpicos holandeses. Basta tan sólo con volverse hacia al rostro de Máxima de Holanda que todo lo expresa: la desolación, la emoción, la alegría... La Reina, que puede ser que a veces asista a algunas de las competiciones con el corazón dividido igual que las otras damas reales de adopción (la australiana Mary de Dinamarca, la francesa Marie de Dinamarca o la alemana Silvia de Suecia) cuando su equipo se bate con el equipo de su país natal, se debe a su reino y vibra en los enfrentamientos de los deportistas de los Países Bajos como la que más, junto a su marido, el rey Guillermo, y sus hijas, las princesas Amalia, Alexia y Ariane.
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Da igual que sea gimnasia, hockey o hípica, no se pierden una de sus atletas, en el caso del rey Guillermo Alejandro desde el principio mismo de estos Juegos Olímpicos de 2016 y en el caso de la reina Máxima y las niñas (de 12, 11 y 9 años respectivamente) desde finales de la semana pasada cuando se unieron al soberano en Río. Tanto los Reyes como las Princesas animan entusiastas a los suyos con gritos, aplausos y saltos de alegría; viven con máxima tensión cualquier tropiezo en su carrera hacia la medalla, y no les falta nunca por supuesto una camiseta, una chaqueta, una bufanda de la equipación oficial o una prenda cualquiera naranja, el color del reino de los Orange, para dejar constancia de que su olimpismo es absolutamente parcial.
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Compiten los mejores y reúnen a espectadores de lujo: además de los Reyes de Holanda, a los Reyes de Suecia por ejemplo. La reina Máxima, que también ha hecho gala de su personal estilo durante su paso por la villa olímpica, coincidió ayer durante las pruebas de salto de hípica con el rey Carlos Gustavo, sentado dos gradas más allá, detrás suyo. La soberana, reina de los tocados, lucía un estiloso conjunto de camiseta negra y pantalón marrón jaspeado, que coronó con un sombrero de ipanema que se quitó ante el rey sueco. Le estrechó la mano y a continuación charló durante un rato antes de volverse de nuevo hacia el circuito para apoyar a los holandeses hasta la extenuación. Sin el éxito esperado en esta ocasión. Unas veces se gana, otras se pierde, aunque seguro que Máxima de Holanda demuestra buen perder y mejor ganar con una de sus sonrisas, sello de la casa.