Los Países Bajos celebran hoy el llamado Día del Rey, en el que se conmemora el nacimiento del rey Guillermo Alejandro el 27 de abril de 1967. No obstante, el origen de esta importante fiesta nacional se remonta al siglo XIX. El 31 de agosto de 1885 se celebraba por primera vez en Holanda el Día de la Princesa, conmemorando el quinto cumpleaños de la princesa Guillermina (1880-1962). Tras la muerte del rey Guillermo III en 1890 y la ascensión al trono de la Princesa, la jornada pasó a denominarse Día de la Reina. En pocos años este día se convirtió en una auténtica fiesta popular en la que los holandeses cada año dan rienda suelta a su sentimiento patriótico y su cariño por la Familia Real, los Orange. En estas líneas repasamos la biografía de la reina Guillermina, la primera Reina de los Países Bajos y la Soberana que más admiración y afectó despertó entre los holandeses.
Guillermina Elena Paulina María nace el 31 de agosto de 1880, siendo hija del rey Guillermo III de los Países Bajos (1817-1890) y de la segunda esposa de éste, Emma van Waldeck-Pyrmont (1858-1934). La Princesa tuvo tres hermanos varones –si bien solo de padre, ya que eran hijos de la primera mujer del Rey, Sofía de Wurtemberg (1818-1877)-, pero todos ellos fallecieron antes que su progenitor. Guillermo Nicolás (1840-1879) y Guillermo Federico Mauricio (1843-1850) murieron anteriormente al nacimiento de la Princesa, mientras que su hermano Guillermo Alejandro (1851-1884) lo haría –a causa del tifus- cuando su hermana pequeña apenas contaba con cuatro años de edad. Desde el deceso del príncipe Guillermo Alejandro, la princesa Guillermina se convertía en Princesa de Orange y, por tanto, en Heredera de la Corona neerlandesa, tras una modificación de la Ley de Sucesión que abría la posibilidad a que las mujeres pudieran heredar el trono.
La infancia de la reina Guillermina fue convulsa. Ya desde 1888 la salud de su padre, el Rey, comenzó a quebrarse, sobre todo debido a una grave dolencia renal. La situación llegó a ser tan crítica que su esposa, la reina Emma, fue nombrada regente del país el 14 de noviembre de 1890. Sin embargo, este periodo de regencia apenas duró diez días porque el rey Guillermo III fallecía el 23 de noviembre. La corona pasaba así a su hija, la princesa Guillermina, que solo contaba con diez años de edad. Las cortes neerlandesas decidieron por esta razón nombrar de nuevo regente a la reina Emma. A partir de ese momento y hasta el 31 de agosto de 1898, año en el que la Reina cumplió la mayoría de edad, la reina Emma se desvivió en la educación de su hija.
Una vez que Guillermina de los Países Bajos se convierte en Reina de facto, su fuerte personalidad y su notable talento político comenzarían a hacer acto de aparición. Pocos meses después de su coronación estallaba la llamada Segunda Guerra de los Bóeres, en la cual el Imperio Británico se enfrentó a los colonos neerlandeses instalados en África del Sur. La Reina, apenas arribada en el trono, tomó apasionado partido por los colonos, poniendo todos los medios para que Inglaterra paralizara el conflicto –envió una célebre carta a la reina Victoria (1819-1901)- y se llegara a un acuerdo entre los bandos. La fama internacional de la Reina holandesa comienza a crecer.
No solo los asuntos políticos de más alto nivel ocupaban a la reina Guillermina. Al no tener hermanos, la Soberana tenía la obligación de, cuanto antes, dar un heredero al trono que garantizara la sucesión y la perpetuación de su dinastía. Para ello, era necesario encontrar un candidato idóneo que casara con la Reina. Varios candidatos fueron barajados por los consejeros de la Corte, entre los que se encontraba Federico Guillermo de Prusia (1880-1925). En mayo de 1900, tras haber asistido a la boda de una tía, la Reina pasa unos días de asueto en la localidad alemana de Schwarzburg en Turingia. Allí conoce a un joven príncipe teutón, el duque Enrique de Mecklenburg (1876-1934), con el que hace buenas migas. En octubre de ese mismo año se hace público el compromiso, celebrándose la boda el 7 de febrero de 1901. La Reina, en sus memorias, publicadas en 1959, recuerda con emoción aquel día, en el que el pueblo de Ámsterdam se lanzó a las calles a celebrar la boda de su Soberana, quien apareció en la espectacular Carroza de Oro, regalo de Ámsterdam a la Reina por su investidura en 1898.
El matrimonio de la Reina con el príncipe Enrique no fue, sin embargo, un camino de rosas. En noviembre de 1901 la Reina sufrió el primero de una serie de abortos. Al año siguiente la Casa Real anuncia que la Soberana vuelve a estar en estado de gestación pero poco después de cuatro meses la Reina vuelve a sufrir una pérdida, probablemente como consecuencia de un tifus. Durante este segundo aborto, la vida de la Reina pende de un hilo, lo que hace saltar todas las alarmas, una vez que el trono holandés habría recaído en caso de fallecimiento de la Soberana en un alemán, Willem Ernst, Archiduque de Sajonia-Weimar-Eisenach (1876-1923) y los Países Bajos se habrían convertido con gran probabilidad en una parte más del Imperio Alemán.
El de 1902 no sería el último aborto de la Soberana holandesa. En el verano de 1906 se produce un tercero. Finalmente a finales de 1908 el primer ministro Theo Heemskerk (1852-1932) anuncia que la Reina está de nuevo embarazada. Pese al pesimismo reinante y el miedo a que la Soberana volviera a sufrir un aborto, el 30 de abril de 1909 nace la única hija de Guillermina de Holanda, la futura reina Juliana (1909-2004).
A partir de la segunda década del siglo XX la reina Guillermina se muestra como una Reina comprometida con su país y con un carácter político muy marcado. Durante la Primera Guerra Mundial, durante la cual los Países Bajos se mantuvieron neutrales, la reina Guillermina no dejó que la independencia de su país fuera comprometida. Cuando en 1933 Adolf Hitler (1889-1945) llega al poder en Alemania, la Soberana es de las primeras voces dentro de Holanda que alerta sobre el peligro del nazismo. La Soberana se muestra desde un primer momento totalmente contraria a que Holanda se alíe con Alemania. Sería precisamente el estallido de la Segunda Guerra Mundial y la invasión de Holanda por parte de las tropas del Tercer Reich el 10 de mayo de 1940 los que convertirían a la Reina en una leyenda en su país. La Soberana abandona el país y se exilia en Londres –su hija y sus nietas son enviadas a Canadá-. Desde la capital británica comienza personalmente a coordinar la resistencia holandesa, a la que apoya con su enorme fortuna familiar –estimada en aquel tiempo en unos 16 millones de florines-. Hitler la define como “archienemiga de la humanidad”. Cada semana, la Reina pronuncia un discurso a través de las ondas de Radio Orange en la que anima a los holandeses a presentar resistencia a los ocupantes germanos. Aún hoy en día, las generaciones más veteranas de holandeses recuerdan con lágrimas de emoción en sus ojos las alocuciones de su Soberana y cómo su mensaje les hizo afrontar con esperanza y orgullo patrio las penurias de la guerra. En 1945, Holanda liberada y la guerra terminada, la reina Guillermina vuelve a los Países Bajos en olor de multitudes.
Tras el regreso a su país, la complejidad social y política de la situación en Holanda, lleva a la Reina, agotada tras cinco largos años de exilio, a plantearse abdicar en su hija. Esto termina ocurriendo en 1948. La reina Guillermina es la monarca que más tiempo ha reinado en la Historia de Holanda, casi medio siglo de mandato. Después de la abdicación la reina se retira en el Palacio Het Loo y prácticamente abandona la vida pública. Durante estos años, la Soberana se dedica a gestionar la fortuna de los Orange y a escribir sus memorias, que llevan el elocuente título de Solitaria, pero nunca sola (Eenzaam maar niet alleen en neerlandés). Una de las últimas veces en las que se puede ver a la ya Reina Madre es en la fiesta del 18º cumpleaños de su nieta, la futura reina Beatriz (1938). Guillermina de los Países Bajos muere el 28 de noviembre de 1962. El pueblo de Holanda se agolpa a las puertas del palacio Het Loo para despedirse de su querida Reina. Sus restos mortales descansan en el panteón de los Orange-Nassau en la Iglesia Nueva de Delft.