En apenas unos días, este jueves, 15 de septiembre, la reina Letizia soplará las velas de su cincuenta cumpleaños , dando así la bienvenida a una nueva década. El tiempo pasa, los años van dejando huella, pero Doña Letizia, podemos decir que ya ha hecho historia.
La primera soberana sin sangre real de nuestro país sigue siendo una incógnita, y en estas líneas nos remontamos al pasado, a su infancia, a los comienzos. Cuando Letizia era una niña.
Para celebrar su cincuenta cumpleaños, desarrollamos en estas líneas dos de los momentos más especiales en la infancia de la Reina: la primera vez que recibió un sueldo y los veranos familiares recorriendo Europa.
Desde su infancia, Letizia se mostro como una pequeña curiosa. En su ADN venía impresa su vocación al periodismo, a contar historias. Por ello, cuando aún era una niña, iba a la radio, al programa que hacía su abuela Menchu Álvarez del Valle, Coser y cantar, y pasaba entre aquellas cuatro paredes horas y horas, rodeada de micrófonos y máquinas de escribir. Se empapaba de todo e incluso llegó a participar en un programa matinal infantil, llamado El columpio. En él, no solo comenzó a ensayar sus primeros guiones, sino que ¡era la jefa del programa!. No cabe duda de que ya mostraba esa determinación que le acompañaría en su papel como reina.
El momento culminante fue en 1984 cuando, con solo diez años, realizó sus primeras prácticas en la radio. Aquella fue la primera vez que recibió un sueldo y fue el primer paso que dio en su carrera periodística.
Otro recuerdo muy especial en la vida de la Reina sin duda son los veranos de su infancia, cuando se subía al coche y, junto a su familia, cruzaba la frontera de España, y se aventuraba a conocer lugares como Francia, Holanda, Bélgica, Italia, y muchos otros. Así pasaban un periodo de sus vacaciones estivales. Viajando y descubriendo Europa, recorriendo miles de kilómetros a bordo de un Lada todoterreno y, posteriormente, en un Ford. Aquellos viajes marcarían la infancia de la reina, y crearían recuerdos familiares que le acompañarían toda su vida.
Además del turismo europeo, la familia Ortiz no se olvidaba de las grandes maravillas que esconde nuestro país, y eran amantes de hacer excursiones locales, como visitar las grutas del Naranco o Aldea de San Miguel, un pueblo cerca de Valladolid, aunque la mayor parte de las vacaciones se escapaban a la playa de Santa Marina, en Ribadesella.