Pese a ser la hija de la reina Isabel II (1830-1904) que consiguió protagonizar un matrimonio más ventajoso, la historia parece haber condenado a la infanta Paz de Borbón (1862-1946) a un relativo olvido. Mujer de fuertes convicciones, que la llevaron a no aceptar un matrimonio de conveniencia a diferencia de sus hermanas y a casar exclusivamente por amor, la vida de la infanta Paz se caracterizó por su enorme entrega a los más desfavorecidos, que sería recompensada con admiración y respeto por los ciudadanos de la tierra que la acogió tras contraer nupcias con el príncipe Luis Fernando de Baviera (1859-1949). Hoy repasamos pues la biografía de la infanta Paz de Borbón.
Nace Doña Paz – su nombre completo era María de la Paz Juana Amelia Adalberta Francisca de Paula Juana Bautista Isabel Francisca de Asís de Borbón y Borbón – el 23 de junio de 1862 en el Palacio Real de Madrid, siendo hija de la reina Isabel II y del marido de ésta, don Francisco de Asís de Borbón (1822-1902). Mucho se ha escrito sobre la cuestión de la paternidad real no solo de la infanta Paz, sino también de sus hermanas doña Pilar (1861-1879) y de doña Eulalia (1864-1958). Ya en la época se afirmaba que el padre de estas tres niñas habría sido en realidad el político onubense Miguel Tenorio de Castilla (1818-1916). Todo apunta a que la Soberana española habría mantenido un apasionado romance con Tenorio, quien era de hecho su secretario personal, y que llegado O’Donnell a la presidencia del Consejo de Ministros, decidió apartarle del lado de la Reina, al considerarle una influencia nociva para ella.
La infancia de Doña Paz transcurrió sin grandes sobresaltos, si bien la Infanta pronto descubrió sus tres grandes pasiones: la música, la pintura y los libros. Era la Infanta una niña enormemente simpática, reposada y muy apegada a su hermana mayor Pilar, a la que adoraba. Físicamente no era especialmente bella, de escueta estatura, ojos no especialmente grandes y una cierta tendencia al sobrepeso, si bien, según las crónicas, resultaba muy atractiva gracias a su cordialidad extrema y su evidente bondad.
El triunfo de la llamada Revolución de 1868 supone el exilio para la Familia Real, que se traslada a Francia, donde son recibidos y apoyados por Napoleón III (1808-1873) y, sobre todo, por la esposa de éste, la española Eugenia de Montijo (1826-1920). Este destierro, primero en Pau y más tarde en la capital del Sena, sirve a Doña Paz, al igual que a sus hermanos, para conocer mundo y culturizarse. Con la proclamación de la Tercera República en 1870 y el fin del Segundo Imperio Francés, la reina Isabel y los suyos tienen de nuevo que cambiar de país, eligiendo en esta ocasión tierras helvéticas. No sería hasta 1876, dos años después de que Alfonso XII (1886-1941) hubiera sido elevado al trono español, cuando las Infantas y la Reina pudieran regresar a su patria.
El primer gran varapalo en la vida de Doña Paz se produce en 1879, cuando, apenas una adolescente, la Infanta tiene que hacer frente a la trágica muerte de su hermana favorita, Doña Pilar, que fallece en agosto de ese año de una meningitis contando tan solo con dieciocho años de edad, y cuando aún no había podido superar la cruel muerte de su amado Napoleón Luis (1856-1879), hijo de Napoleón III y Eugenia de Montijo, a lanzazos durante la Segunda Guerra Anglo-Zulú, apenas dos meses antes. Una vez que Doña Pilar había sido más que una hermana para Doña Paz – recordemos que la reina Isabel era mujer poco cariñosa y más bien desabrida en lo que a sus hijos respectaba – el golpe para ésta fue descomunal.
Con el objeto de que Doña Paz abandonara el estado de tristeza en la que estaba sumida tras la muerte de su hermana, la Reina comenzó a buscar posibles candidatos con los que casarla. Doña Paz, que conocía lo muy infeliz que había sido su hermana mayor María Isabel (1851-1931), quien, obligada por su familia, había contraído matrimonio con Cayetano de Borbón-Dos Sicilias (1846-1871) – quien acabó con su vida descerrajándose un tiro en la sien en 1871 – se negó en redondo a que en su caso se organizara un matrimonio de conveniencia, casi siempre abocado al fracaso y a una segura insatisfacción. No obstante, la reina Isabel se reunió con su prima la infanta Amalia Filipina de Borbón (1834-1905) para discutir un posible noviazgo entre la infanta Paz y uno de sus dos hijos varones. doña Amalia era hija del infante don Francisco de Paula de Borbón (1794-1865), hijo a su vez del rey Carlos IV (1748-1819), y de Luisa Carlota de Borbón (1804-1844). En 1856, doña Amalia había casado con el príncipe germano Adalberto de Baviera (1828-1875), cuarto hijo del rey Luis I (1786-1868) y de Teresa de Sajonia-Altenburgo (1792-1854). La Reina y d+oña Amalia concertaron una visita de los dos príncipes de Baviera: Luis Fernando y Alfonso María (1862-1933) a la corte española ese mismo año.
Los jóvenes se conocen en Madrid y uno de ellos, Luis Fernando, se enamora perdidamente de Doña Paz. Ésta, consciente de la maniobra de su madre, se muestra muy reticente hasta que después de dos años de cortejo y convencida de las intenciones sinceras del príncipe alemán, por lo demás un hombre de indiscutible atractivo físico y de grandes cualidades intelectuales – era un eminente cirujano, además de un virtuoso del violín - la Infanta decide aceptar su proposición de matrimonio. Los jóvenes se casan el 2 de abril de 1833 en el Palacio Real de Madrid. Una vez unidos en matrimonio, la pareja se instala en el Palacio de Nymphenburg en Múnich, tierra natal del Príncipe.
Los primeros años de la Infanta, ahora Princesa de Baviera, en tierras teutonas no fueron fáciles. Acostumbrada a la luz y el clima madrileños, las largas temporadas de frío y lluvia bávaras hicieron mella en su carácter, si bien el nacimiento de su primer hijo, don Fernando (1884-1958) – luego llegarían dos más, don Adalberto Alfonso (1886-1970) y doña María del Pilar (1891-1987) - fue un estímulo muy positivo para Doña Paz, quien, no obstante, siempre echaría de menos su amada patria española.
Todas las crónicas resaltan en cualquiera de los casos la felicidad que reinó en el matrimonio entre Doña Paz y Don Luis Fernando quienes, por otro lado, huyeron de la pompa propia de las cortes centroeuropeas de la época y prefirieron una vida tranquila y modesta al lado de sus hijos. Doña Paz no solo se dedicó a promocionar el arte en aquellos años, sino que se volcó además en la ayuda a los más necesitados. Así, no dudó en trabajar como enfermera en el hospital en el que su marido ofrecía sus servicios de forma gratuita. Gran patriota, la Infanta fue responsable de la creación de una escuela, la Spanisches Paedagogium, destinada a niños españoles sin recursos.
Tras la Primera Guerra Mundial, durante la que tanto doña Paz como don Luis Fernando se desviven por los heridos, y la proclamación de la República en Alemania, los príncipes abandonan su palacio y viven sin grandes recursos en un piso de la capital bávara. Las obras de caridad de la pareja, sin embargo, continúan. La Infanta viaja habitualmente a España donde posee una bella finca en tierras conquenses, donde encuentra el sosiego. La Infanta mantiene contacto con toda su familia, que siempre la tuvo en la más alta de las consideraciones.
En tiempos de la Segunda Guerra Mundial, doña Paz es responsable de la liberación de innumerables prisioneros de los campos de concentración nazis, gracias a sus contactos diplomáticos. Mujer comprometida siempre con la paz, no dudó en poner en riesgo su vida y la de su familia para salvar la vida de muchos inocentes. Terminada la dramática contienda en 1945, los Príncipes regresan al Palacio de Nymphenburg. En 1946, la Infanta, con 84 años e innumerables achaques, sufre una caída en una de las escaleras del palacio. Después de varios meses encamada y con una salud muy deteriorada, la infanta Paz de Borbón fallece el 4 de diciembre de ese año. Sus restos mortales descansan en la cripta de los Wittlesbach de la Iglesia de San Miguel de Múnich. Su marido la sobreviviría tres años.