Pese a ser un personaje histórico de indudable relevancia, la figura del infante Jaime de Borbón y Battenberg (1908-1975), segundo hijo del rey Alfonso XIII, parece haber sido condenado a un cierto olvido. Prueba de ello es que, hasta la fecha, tan solo existe una biografía dedicada a su persona, la de José María Zavala publicada en 2006. Sin embargo, un simple repaso a la Historia de la España del siglo XX revela la importancia de este Infante de vida convulsa y trágica, quien, en otras circunstancias, podría haber llegado a ocupar el trono. Hoy repasamos pues la vida de don Jaime de Borbón.
Nace el infante Don Jaime -su nombre completo era Jaime Leopoldo Alejandro Isabelino Enrique Alberto Alfonso Víctor Acacio Pedro Pablo María de Borbón y Battenberg- el 23 de junio de 1908 en el Palacio Real de la Granja de San Ildefonso, siendo el segundo hijo del rey Alfonso XIII (1886-1941) y de la esposa de éste, la reina Victoria Eugenia de Battenberg (1887-1969), sobrina del rey Eduardo VII de Inglaterra (1841-1910). Los Soberanos españoles, además de a don Jaime, tuvieron otros cinco hijos, los infantes Alfonso (1907-1938), quien renunciaría al trono para así poder casar con una plebeya, la cubana Doña Edelmira Sampedro y Robato (1906-1994), Beatriz (1909-2002), María Cristina (1911-1996), Juan (1913-1993) y Gonzalo (1914-1934).
Tal y como mantiene su biógrafo, don Jaime adquirió con toda probabilidad una infección en el oído interno en el mismo momento de su nacimiento a resultas de la cual comenzaría a perder audición de manera progresiva hasta convertirse en sordo total a la edad de cuatro años después de una operación para intentar curar una mastoiditis. A partir de este hecho, de enormes consecuencias para su futuro, don Jaime comenzaría una lucha para superar su discapacidad, mientras sus padres se afanaban en vano en encontrar alguna solución médica que le permitiera recuperar la audición. El Infante, que desarrolló la habilidad de leer los labios, fue capaz con el tiempo de comprender hasta tres idiomas diferentes, además del español: el francés, el inglés y el alemán.
La tara de don Jaime no fue el único varapalo que tuvieron que afrontar los Reyes en cuanto a la salud de sus hijos. Poco después de nacer el príncipe heredero Alfonso, los médicos constataron que sufría de hemofilia, una patología genética de la sangre que a principios del siglo XX estaba considerada como de una gravedad extrema. Por un lado la enfermedad del Príncipe de Asturias, que llevaba una vida de práctico reposo, una vez que se temía que sufriera hemorragias externas espontáneas, y, por otro, las limitaciones físicas de Jaime fueron una fuente de preocupación no solo para la Familia Real, sino también para los monárquicos españoles, que temían, al menos hasta el nacimiento del príncipe Juan, de graves problemas dinásticos a la muerte del Rey.
No obstante, la infancia de don Jaime se puede calificar como feliz. Todos los testimonios hablan de su bonhomía natural y de su docilidad, que siempre fue muy apreciada por sus tutores, acostumbrados a la rebeldía natural de sus hermanos. Las mayores aficiones de don Jaime eran el deporte, en concreto la gimnasia y las largas caminatas campo a través, y las visitas a los museos, donde pasaba largas horas disfrutando de las piezas expuestas. Pese a que nunca tendría sentimientos religiosos pronunciados, don Jaime fue persona de fuertes convicciones morales que le llevaron a no rendirse nunca ante la adversidad y a superar sus limitaciones físicas.
Mientras, el escenario político en España se complicó hasta el punto que el 14 de abril de 1931 fue proclamada la II República y la Familia Real fue expulsada del país. Los miembros de la Casa Real se exiliaron en París donde, habida cuenta de la coyuntura política, el Rey decidió poner punto y final a las dudas sobre la continuidad de la dinastía. Curiosamente no sería la hemofilia la que serviría al Soberano a desposeer a su primogénito de sus derechos sucesorios, sino el hecho de que aquel se enamorara perdidamente de una acaudalada cubana, Edelmira Sampedro, mientras convalecía de una de sus muchas crisis hematológicas en una clínica de Lausana. Pese a que el Rey se mostró tajantemente en contra del matrimonio -se trataba, claro, de un enlace morganático-, el príncipe Alfonso acabó contrayendo nupcias con la hispanoamericana el 21 de junio de 1933, después de haber renunciado, por petición expresa de su padre, a la corona española apenas diez días antes. Don Alfonso terminaría divorciándose cuatro más tarde de Doña Edelmira, con la que no tuvo descendencia, y casaría en segundas nupcias con otra dama cubana, doña Marta Esther Rocafort y Altuzarra (1913-1993), de la que igualmente se divorciaría en 1938. Ese mismo año el Infante fallecería en Miami de una hemorragia masiva provocada por un accidente de circulación leve.
El rey Alfonso XIII era consciente de que, una vez eliminado del orden sucesorio don Alfonso, la Corona podría terminar en manos de don Jaime, al que, a causa de su sordera, consideraba como incapaz para hacer frente al reto de recuperar la jefatura de Estado, arrebatada después de 1931 por las fuerzas republicanas. El Soberano decide pues convencer a su hijo de la necesidad de su renuncia al trono para que éste pase a manos del príncipe Juan, completamente sano y, en opinión de su padre, más preparado para el desafío de restaurar la monarquía en España. Para ello organizó una reunión del don Jaime con una serie de consejeros -José Calvo Sotelo (1893-1936), el duque de Miranda (1876-1935), el conde de Riudoms y el marqués de Torres Mendoza- que lograron persuadirle. El Infante mandará de inmediato una misiva a su padre en la que "por el amor al pueblo español, y por el interés de que a éste, tan necesitado del restablecimiento de la Monarquía, para su paz y prosperidad, le alcance con las mayores seguridades de sucesión idónea" renunciaba a todo derecho de heredar la corona española. Don Juan se convertía así en Príncipe de Asturias y en legítimo sucesor de Alfonso XIII.
Una vez apartado de la línea sucesoria, el Rey decide casar a su hijo Jaime, ahora duque de Segovia, con la noble francoitaliana Emanuela de Dampierre (1913-2012), hija del Vizconde de Dampierre (1892-1975). El matrimonio, de carácter morganático, se celebró el 4 de marzo de 1935 en Roma. La pareja tendría dos hijos: Alfonso (1936-1989) y Gonzalo (1937-2000). Durante la Guerra Civil, don Jaime se ofrece para combatir al lado del llamado bando nacional, pero su padre se lo impide. Mientras, el matrimonio del Infante hace aguas, con sospechas de infidelidad por ambas partes. Finalmente en 1946 doña Emanuela abandonaría a don Jaime, llevándose a sus dos hijos con ella. El matrimonio sería de hecho anulado de forma legal ese mismo año.
Comienza en ese momento un periodo en el que don Jaime lleva una intensa vida social, repleta de gastos, y en el que intenta desdecirse de su renuncia al trono y aspirar a suceder a su padre en el trono español e igualmente reclamar sus derechos a la corona francesa para lo que se arrogó el título de duque de Anjou. Todos estos movimientos terminan por deteriorar la relación del Infante con su hermano, don Juan.
En 1947 el Infante conoce al gran amor de su vida, Carlota Tiedemann (1919-1979), una cantante de ópera alemana dos veces divorciada y once años menor que don Jaime. La pareja contraería matrimonio el 3 de agosto de 1949. Don Jaime, azuzado por su nueva esposa, continuará con sus reclamaciones monárquicas e reivindicará grandes sumas de dinero que, según él, le habrían sido usurpadas en el reparto de la herencia de su padre, fallecido en 1941 en su exilio romano.
La última parte de su vida, la ocupa el Infante en intentar que su primogénito, el duque de Cádiz, tuviera opciones para llegar al trono español –el hecho de que se permitiera a don Alfonso y don Gonzalo estudiar en territorio español en 1972 fue un momento de esperanza en este sentido-, una vez que el general Franco nombrara a su sucesor. Cuando en 1969 el elegido para este fin es el príncipe don Juan Carlos (1938) las aspiraciones del Infante se esfuman, si bien el Infante escribe ese mismo día una carta incendiaria contra la decisión de Franco.
El Infante muere de forma trágica el 20 de marzo de 1975 en San Galo (Suiza). Según la versión oficial, el hijo del rey Alfonso XIII habría sufrido una caída en plena calle mientras paseaba a su perro resultas de la cual habría sufrido una grave contusión en la cabeza que habría resultado, de hecho, fatal. Según la información manejada por José María Zavala en su obra Don Jaime, el trágico Borbón, el Infante habría sido en realidad agredido con una botella por su esposa, provocándole una fractura de cráneo que habría terminado con su vida tras varios días de agonía. En primera instancia los restos mortales de don Jaime fueron depositados en el cementerio de Bois de Vaux en Lausana. Diez años más tarde serían trasladados al Panteón de Infantes del Monasterio de El Escorial, en Madrid.