La Guerra de Independencia española, acontecida entre 1808 y 1814 no solo fue un dramático trance para la historia de España, sino que, además, causó un perjuicio de proporciones gigantescas a su patrimonio artístico. La ocupación de la nación española por parte de las tropas francesas y el consecuente reinado de José I de Bonaparte (1768-1844) hizo estragos en el capital pictórico y escultórico hispano que acabó siendo diseminado por tierras galas y europeas. El expolio sin embargo no solo se limitaría a obras maestras de Velázquez, Murillo o Zurbarán, sino que también alcanzaría de forma intensa a las colecciones de joyas reales que se atesoraban en los diferentes palacios españoles. Con este artículo comenzamos una serie dedicada a las alhajas más importantes del Reino de España.
Si hay un personaje al que se le pueda responsabilizar de forma directa del expolio de las joyas españolas durante La Francesada, ese es Joaquín Murat (1767-1815), Mariscal de Francia y Gobernador de Madrid en 1808. Además de las tropelías acontecidas durante la represión del Levantamiento del Dos de Mayo en la capital española, Murat, Duque de Berg, fue, como comandante en jefe de las tropas galas en la península, mano ejecutora del robo de innumerables piezas de joyería de incalculable valor. Si bien es difícil estimar el volumen de la colección existente en España antes del pillaje francés, varias fuentes apuntan a que el saqueo fue mayúsculo.
Así, el historiador Izquierdo Hernández, afirma que los franceses se hacen solo en el Real Monasterio de San Lorenzo del Escorial con brillantes y joyas por un valor estimado de cuatro millones de francos del siglo XIX. La esposa de Murat, Carolina Bonaparte (1782-1839) habría abandonado España en dirección a París con un tesoro cuyo valor ascendería a dieciocho millones de francos. El periodista Juan Balansó, en su biografía sobre Julia Bonaparte, ofrece una exhaustiva relación de los objetos robados, entre los que se encontrarían cinco millones de francos en diamantes y piezas excepcionales y únicas de la historia de la joyería, como son la perla La Peregrina o el diamante El Estanque.
Mucho se ha escrito de la perla “La Peregrina” hasta convertirla en una pieza de aura mítica y quizás en la joya más famosa y codiciada de la Historia. Su leyenda comienza, según algunas versiones, a comienzos del siglo XIV, cuando la perla en cuestión es descubierta en Panamá por un esclavo. En 1580 llegaría a manos de Felipe II (1527-1589), una vez que Diego de Tebes, Alguacil Mayor de Panamá, se la presentara al Monarca, de regreso a la metrópolis. La pieza ya llamó la atención de los cronistas de la época que alabaron su belleza y su tamaño fuera de lo común —“pocas parece haberse hallado en el mundo tan grandes ni tales” afirmó Bartolomé de las Casas de ella—. La perla pesaba, así lo refrendan los documentos de la época, 58,5 quilates. Desde ese momento y tras el pago de 9.000 ducados, La Peregrina comenzaba a formar parte de la historia de la Corona española.
La historia de La Peregrina está rodeada de misterio. Siempre se ha afirmado que es esta joya por la que la reina María Tudor (1516-1558), esposa de Felipe II, sentía un afecto extremo. Así se suele mencionar una pintura de la Reina inglesa, obra de Antonio Moro, en la que la Monarca luce una perla que recuerda a La Peregrina. Sin embargo, si la versión oficial de la llegada de la perla a Europa, ocurrida en 1580, es cierta, sería imposible que la reina María pudiera haberla poseído, una vez falleció mucho antes de que La Peregrina entrara a formar parte de la colección de joyas reales de la Casa Real española. Sea como fuere, no existen referencias fiables del paradero de la joya hasta el siglo XVII, cuando se cataloga por primera vez formando parte del llamado Joyel de los Austrias, en compañía del mítico diamante El Estanque.
Si La Peregrina es una de las perlas más espectaculares jamás vistas, El Estanque es probablemente uno de los diamantes más célebres. Fue comprado por Felipe II en 1580 en el gran centro del diamante en Europa, esto es en la ciudad flamenca de Amberes. La pieza, de nada menos que cien quilates y una transparencia natural casi inmaculada, costó unos 80.000 escudos. La piedra terminó siendo engarzada en un broche de oro, al que se le añadió una serie de decoraciones inspiradas en el mundo frutal, y como colgante, la mítica Peregrina. Todo el conjunto formó el Joyel de los Habsburgo. El joyel se convertiría en uno de los atributos propios de las Reinas de España y, así, lo lucieron —a veces también La Peregrina en solitario—reinas como Margarita de Austria (1584-1611), Isabel de Borbón (1602-1644) o María Luisa de Parma (1751-1819). Según algunas fuentes, la perla habría sido pasto de los fuegos en 1734 en el Alcázar de Toledo, si bien hoy en día se duda de la veracidad de este relato.
Es en el siglo XIX cuando la historia de La Peregrina da un giro radical. Con la llegada de las tropas invasoras francesas a España se produce la desaparición de la perla. El rey José I encarga un inventario de las joyas situadas en los reales sitios de España para ponerlas a disposición del Ministro de Hacienda galo, el Conde de Cabarrús (1752-1810). Ya en París las joyas, entre ellas por supuesto la valiosísima Peregrina, fueron entregadas a Julia Clary (1771-1845), esposa de José I. La reina Julia disfrutó poco de las alhajas, habida cuenta de que su matrimonio se desmoronó poco después. Mientras ella marchaba a Alemania, su marido, pertrechado con las joyas que de derecho pertenecían a la Casa Real española, ponía rumbo a los Estados Unidos a emprender una nueva vida.
Todo apunta a que José Bonaparte no se desprendió de las joyas españolas en su periplo americano. Está atestiguado que en su regreso a Europa, el antiguo Rey de España portaba aún La Peregrina y que tras su muerte pasó a manos de Hortensia de Beauharnais (1783-1837), Reina de Holanda y madre de Napoleón III (1808-1873). Éste, ávido de fondos para sufragar sus ambiciones políticas, se habría desprendido de ella vendiéndola a James Hamilton (1811-1885), Primer Duque de Abercorn. Sería la esposa de éste la que presumiría de esta pieza única.
Mientras en España, los diferentes monarcas que habían ocupado el trono intentaron recuperar la perla mítica. El caso más persistente fue el del rey Alfonso XIII quien llegó a negociar con una joyería londinense, R.G. Hennell & Sons, la adquisición de la pieza, si bien nunca llegaron a un acuerdo en cuanto al precio a pagar. Finalmente La Peregrina llegó a manos de un potentado americano. Décadas después, a finales de los años sesenta, la pieza volvió a ocupar los titulares de los periódicos cuando fue subastada en Nueva York. En esta puja participó también un representante de la Casa Real española, Alfonso de Borbón (1936-1989), pero sería el actor británico Richard Burton (1925-1984) el que acabaría ofreciendo la mejor oferta. El célebre intérprete regalaría la joya a su esposa, la también actriz Elizabeth Taylor (1932-2011), por su 37º cumpleaños.
Sin embargo el misterio de La Peregrina no se terminó en la subasta en la ciudad de los rascacielos. El Duque de Alba, Luis Martínez de Irujo (1919-1972), en nombre de la reina Victoria Eugenia de Battenberg (1887-1969), afirmó que la joya por la que se había pujado en la urbe norteamericana era falsa, una vez que la verdadera estaba en su posesión desde que casara con el Rey. Esta joya sigue a día de hoy perteneciendo a la Casa Real española, habiendo sido lucida por, por ejemplo, la reina Sofía en señaladas ocasiones. Mientras, la diva norteamericana aparecería en no pocas películas con la alhaja. En 2011, año del fallecimiento de Elizabeth Taylor, la perla fue de nuevo subastada por una cifra aproximada de 9 millones de euros.
Si de La Peregrina existe el misterio sobre su legitimidad, sobre el diamante El Estanque no se sabe actualmente su paradero. Unas versiones la situarían en tierras italianas mientras que otras la relacionarían con la familia imperial rusa, los Romanov. El enigma pervive aún hoy en día.