Eulalia de Borbón (1864-1958), hija menor de la reina Isabel II de España (1830-1904) no solo fue conocida por su posición dentro de la Casa Real española, sino también por dos aspectos nada habituales en las mujeres nacidas en el siglo XIX: por un lado su espíritu aventurero, que la llevó por todo el continente europeo y por las Américas hasta el punto de ser conocida como “La princesa andante” y, por otro, su vocación literaria que cristalizó en no pocos libros en los que, generando una nada desdeñable polémica, repasaba aspectos de su vida y de la de su egregia familia. En estas líneas repasamos su vida.
Nace la infanta Eulalia el 12 de febrero de 1864 en el Palacio Real de Madrid, convirtiéndose en la hija menor de la reina Isabel II y su marido, Francisco de Asís Borbón (1822-1902). A día de hoy los historiadores cuestionan no obstante la paternidad del marido de la Soberana, apuntando a que el padre de la pequeña Eulalia habría sido el político Miguel Tenorio de Castilla (1818-1916).
La infancia de la Infanta transcurre con normalidad hasta que cumple cuatro años, edad en la que el general Prim da un golpe de estado y la Reina es obligada a abandonar España. Isabel II se traslada a París, en compañía de su hija pequeña y de los infantes María Isabel (1851-1931), María de la Paz (1862-1946), María del Pilar (1861-1879) y Alfonso (1857-1885), el futuro Rey. En la capital gala la joven Eulalia es educada en el prestigioso Colegio del Sagrado Corazón. Será en este exilio en el vibrante París de la segunda mitad del siglo XIX donde la joven Eulalia comience a desarrollar su pasión por el cosmopolitismo y su amor por la literatura. Además la Infanta a lo largo de su vida llegó a hablar de forma óptima cinco idiomas.
La institución monárquica sería definitivamente restaurada en España en 1875 en la persona de Alfonso XII. En consecuencia, la infanta Eulalia regresa a Madrid. Acostumbrada a la libertad de la capital del Sena, donde podía vivir en un práctico anonimato, la joven Eulalia tiene que hacer frente en Madrid a la vida palaciega y protocolaria que, pronto, comenzaría a aborrecer. Además, Eulalia, se mostró poco interesada en las intrigas cortesanas que se desarrollaban en esos momentos en la capital española. Especialmente difícil le resultaba a Eulalia su relación con su hermana Isabel, mano derecha del Rey, y contraria a las veleidades bohemias de su hermana pequeña.
La tragedia golpeó con fuerza a la Familia Real española. Alfonso XII casa en 1878 con María de las Mercedes de Orleans (1860-1878). Lo que se prometía como una historia de amor propia de los cuentos de hadas, se quiebra apenas cinco meses después del sí quiero cuando la Reina muere de tifus. El Rey abatido, pero consciente de la importancia para la dinastía de lograr descendencia, vuelve a contraer matrimonio en 1879 María Cristina de Habsburgo-Lorena (1858-1929). Con la reina María Cristina Alfonso XII tendría tres hijos. María de las Mercedes (1880-1904), María Teresa (1882-1912) y Alfonso XIII (1886-1941) quien nacería meses después de que su padre hubiera fallecido, víctima de la tuberculosis.
Todos estos dramáticos acontecimientos afectaron de forma profunda a la infanta Eulalia. Especialmente la muerte del Rey sumió a la Infanta en un profundo estado de tristeza. Eulalia además se comprometió con su ya moribundo hermano en que, siguiendo sus deseos, se casaría con Antonio de Orleans y Borbón, Duque de Galliera (1866-1930). Poco amor aportó Eulalia a este matrimonio como ella misma reconoció en sus memorias. Tampoco Don Antonio fue un ejemplar marido, conocidas sus tendencias crápulas y derrochadoras. Aún así tuvieron dos hijos: Alfonso de Orleans (1886-1975) y Luis Fernando de Orleans (1888-1945). Doña Eulalia, quizás intentando evadirse de la infeliz vida conyugal, comenzó en esta época a viajar sin descanso. En representación de la nación española viajó, por ejemplo, la Infanta a Londres para asistir al jubileo de la reina Victoria, a París en 1889 para la Exposición Universal y a Chicago en 1893 para la World’s Columbian Exposition. Ese mismo año la Infanta visitaría Puerto Rico y Cuba, siendo así el primer miembro de la Casa Real española que visitaba los territorios de ultramar.
El matrimonio de la Infanta hizo aguas prácticamente desde un comienzo. En los mentideros de Madrid se hablaba de que la Infanta mantendría una relación extramatrimonial con un simple vendedor parisino de nombre Jametel. No habría sido el único. Según el periodista José María de Zavala, autor de la biografía una biografía de la infanta Eulalia, ésta habría mantenido un romance con Carlos I de Portugal (1863-1908) que habría durado más de diez años.
Don Antonio, por su parte, comenzó un idilio con una bella cordobesa, Carmen Jiménez Flores, a las que con no poca sorna se la conocería como “La Infantona”. Doña Eulalia, siempre adelantada a su tiempo y poco amiga de la hipocresía decimonónica, decidió en 1900 dar un golpe sobre la mesa, y pedir el divorcio a su marido. El escándalo en España fue mayúsculo. En los periódicos se habló sin mesura de incontables detalles íntimos del matrimonio de la Infanta que en la prensa fue considerada como una víctima de su marido, quien resultó retratado como un dilapidador de la fortuna familiar y como un adúltero compulsivo. Finalmente en 1902 se llegó a un acuerdo de separación.
La Infanta, en sus memorias, recuerda que el divorcio del Duque supuso para ella volver a ser “dueña de mí misma”. A partir de ese momento Doña Eulalia pudo dedicarse de pleno y con toda libertad –sus hijos ya estudiantes fuera del nido familiar- a su pasión viajera e igualmente a plasmar negro sobre blanco sus recuerdos y experiencias más variopintas. Así en las dos primeras décadas del siglo XX la Infanta recorrió Europa de forma profusa e incansable, periplo que plasmaría en su obra Cortes y países después de la Guerra, publicado en 1925. No sería éste el primero de sus libros. Antes habían aparecido dos títulos con tintes autobiográficos titulados respectivamente A lo largo de la vida y La vida en la Corte desde dentro.
En los últimos años la Infanta vivió entre su amado París y Madrid. Finalmente tras la Guerra Civil Doña Eulalia se instalaría en Irún. El general Franco le concedió una pensión vitalicia y la proveyó de chófer. La Infanta llevó una vida discreta, ocupada en la escritura y en el recuerdo de sus viajes. En 1957 sufriría un grave accidente doméstico que la postraría en una silla de ruedas. El año después Doña Eulalia de Borbón fallecía.