Dinamarca vivió este domingo una jornada histórica con la abdicación de Margarita II y la proclamación de Federico X. El día dejó imágenes únicas que todavía cuesta procesar porque nadie esperaba que la mujer que había sido soberana durante 52 años dejara de serlo en cuestión de dos semanas. El momento fue rápido y emotivo. Margarita II estampó su firma en su abdicación, después se levantó, lanzó un firme 'Dios salve al Rey', se giró sobre sí misma y se marchó con la ayuda de su bastón. Dejó una imagen inédita: a su espalda quedaba el presente y el futuro de la Casa Real danesa, es decir, el nuevo rey y su príncipe heredero, Christian, y ella se esfumaba, envuelta en pasado. Hay que ser muy "reina" para afrontar un momento así, Margarita II lo hizo acompañada por su amuleto de la suerte.
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Los rubíes pasaron inadvertidos sobre el traje magenta, pero la reina Margarita sabía que estaban allí y eso es lo único importante. La hasta ahora jefa del Estado llevó sobre la solapa el broche con forma de herradura que le regaló su padre, el rey Federico IX, el 27 de marzo de 1953, el día que el parlamento danés la designó princesa heredera. Ese broche, que según ella siempre le ha traído suerte, simboliza el triunfo de su primera batalla, ya que entonces dejó de ser una princesa de la corte danesa para convertirse en la princesa heredera.
Margarita II tenía por aquel entonces trece años y culminaba el proceso que inició su padre nada más ser proclamado, cuando expresó su deseo de reformar la Constitución para permitir la llegada de una mujer al trono, una reforma legislativa que implicó la aprobación por parte de dos parlamentos sucesivos y un referéndum. Tardó seis años pero lo logró y así la princesa Margarita desplazó en la línea sucesoria a su único tío paterno, el príncipe Knud, que hasta entonces había ocupado la retaguardia por la ausencia de sobrinos varones. El 14 de enero de 1972 cuando Margarita fue proclamada reina también llevó ese broche, en esa ocasión sobre su vestido de luto y con una gran pena por la muerte de su padre.
Este domingo fue distinto: el ambiente en las calles resultó festivo, los nuevos reyes fueron ovacionados y Copenhague registró un lleno absoluto. El único momento triste fue el adiós de la jefa del Estado que de un plumazo cerró una larga etapa de su vida y una era para el país. Se abre para la reina de 83 años un tiempo nuevo, uno para seguir creyendo en aquello que le ha traído suerte.