Dinamarca se ha quedado huérfana de padre. Aunque el príncipe Henrik nunca ostentara el título de Rey y en más de una ocasión se sintiera relegado en el de Consorte, hoy el reino llora su pérdida sin discriminación alguna de tratamiento, con todo el énfasis soberano. Ha fallecido a causa de una infección pulmonar (la preocupación de un tumor en el pulmón de semanas atrás se disipó al resultar benigno), tras un ingreso hospitalario a su regreso de unos días de descanso en Egipto y después de un último traslado al palacio de Fredensborg para terminar sus horas al lado de la reina Margarita. Agotaba una larga vida de 83 años, pintoresca como pocas: de cuna francés, de cultura cosmopolita, de naturaleza alegre... De corazón danés.
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Quien piense que los capítulos más sorprendentes de su historia se ciñen a sus años en Palacio, se equivoca. Las aventuras empezaron para el príncipe Henrik el mismo 11 de junio de 1934, día de su llegada al mundo en Talence, Gironde, Francia, en el seno de una familia noble y viajera. El príncipe Henrik, hijo del conde André de Laborde de Monpezat y la condesa Renée de Monpezat, de soltera Doursenno, pasó así sus primeros cinco años en Vietnam, entonces conocido como Indochina francesa, donde su padre estaba a cargo de los intereses familiares en empresas industriales, negocio fundado por su abuelo en el cambio de siglo.
A su regreso al hogar, la residencia familiar le Cayrou en Cahors, comienza una formación académica digna de un príncipe y de su excepcional destino en la Corte Real danesa: recibió instrucción en casa, luego estuvo un curso en el internado jesuita de Burdeos, de vuelta en Hanoi (Vietnam) asistió a la escuela secundaria superior francesa, estudió Derecho y Ciencias Políticas en la Sorbona de París, mientras aprendía simultáneamente chino y vietnamita en la École Nationale des Langues Orientales y, no satisfecho aún, siguió estudiando las lenguas orientales primero en Hong Kong y después Saigón.
Las relaciones internacionales centran a partir de entoces su vida profesional. Y, llegado el amor, también la personal. La princesa Margarita estudia en Londres, donde él trabaja en la Embajada de Francia, y se conocen durante una cena con amigos. Pero la Princesa es difícil de conquistar y Henri debe procurar otro encuentro casual: compartir un automóvil con la Princesa de camino a una boda en Escocia, y lograr invitarla a cenar. El diplomático, que ha prestado servicios en el departamento de Asia en el Ministerio de Asuntos Exteriores de Francia antes de ser secretario de la Embajada francesa en la capital británica, enamora a la princesa Margarita y muda en Príncipe, otra rama de la diplomacia, tras la boda real en 1967.
Henri Marie Jean André Count de Laborde de Monpezat, luego Henrik de Dinamarca, recibe su mejor regalo de cumpleaños por adelantado, el 10 de junio, en vez del 11: el 'sí quiero' de su princesa ante los cientos de invitados que se han dado cita en la iglesia Holmens con el corazón acelerado y en el palacio Fredensborg con el brindis en alto por el futuro del matrimonio. Pronuncia su discurso de amor a la princesa Margarita en danés y abraza una nueva vida en el país nórdico, en la que se esfuerza por ser el primer danés: "No aprendí correctamente el idioma danés y probablemente haya afectado la forma en que las personas me han visto como persona. Muchos pensaron que no quiero ser danés. Es un fracaso de mi parte", señaló en su biografía.
Parten de luna de miel con los nombres falsos de Adam y Eva Mørk, pero aquel final feliz de cuento es sólo principio de felicidad ante la llegada de los hijos. Acunado por los Beatles, el príncipe Federico André Henrik Christian llega al mundo el 26 de mayo en los días revolucionarios del 68, cuando medio planeta contempla estupefacto el desarrollo de la Guerra del Vietnam y el otro medio celebra la primavera de Praga y el Mayo francés. El sueño del segundo hijo tampoco se hace esperar, el 7 de junio de 1969, en esos días de grandes hazañas en la luna, nace el príncipe Joaquín Holger Waldemar Christian.
Dicen que los hijos a veces separan más que unen, a la reina Margarita y el príncipe Henrik lo único que les ha separado es el inmovilismo de la institución monárquica (y ni siquiera), porque en todo lo demás han sido uno. De no ser por sus obligaciones con el reino, ambos se hubieran dedicado a las Artes a tiempo completo, su pasión compartida. El Príncipe tiene una variada obra como autor de libros de poemas, memorias, fotografías, recetas y como traductor, bajo el seudónimo de H.M. Vejerbjerg, ha traducido al danés entre otros 'Todos los hombres son mortales' de Simone de Beauvoir, junto a la reina Margarita, colaboradora en varios otros de sus trabajos como ilustradora.
Si el príncipe Henrik es un francés-danés, la reina Margarita es una danesa-francesa. Sus vacaciones en Caix le dibujan siempre su mejor sonrisa. Allí, en la tierra natal del Príncipe, los dos se sienten libres, anónimos, un hombre y una mujer sin títulos. Allí el príncipe Henrik es el cabeza de familia y tiene ojos para todos (mujer, hijos, nueras y nietos) y la reina Margarita es la feliz esposa que tiene ojos primero que nadie para su marido. Allí el Príncipe está en su reino y se muestra jovial, divertido, cariñoso. Un trocito de su amada Francia le acompaña de vuelta a la Corte Real danesa, los vinos de sus viñedos en el Château de Caïx, que riegan las Cenas de Gala en Palacio.
Se jubila en 2016 a los 81 años, lo que se malinterpreta como otra provocación del Príncipe, como cuando espetó que era aficionado a la carne de perro por sus tiempos en Vietnam. Aquel 1 de enero la reina Margarita anuncia su decisión en su Mensaje de Navidad: “Mi marido ha decidido que le ha llegado la hora de ‘relajarse’ o, en danés coloquial, de retirarse. Es su decisión y estoy profundamente agradecida por todo el apoyo, la ayuda y la inspiración que me ha dado a través de todos estos años. Espero poder continuar con todas mis tareas, siempre con su apoyo, aunque ya no me acompañe en el coche”.
La soledad de la reina Margarita se hace patente sólo días después en los solitarios trayectos en carroza de la soberana con motivo de las Galas de Año Nuevo y en su mirada perdida en el horizonte, sin la guía de su marido. Al año siguiente se anuncia la demencia del príncipe Henrik, que pone en evidencia que le fallaban las fuerzas. Que el Consorte que una vez quiso ser Rey, había sido si acaso un Príncipe incomprendido.