La reina Alejandrina, símbolo nacional de Dinamarca
Junto a su marido, el Rey Cristian X, ocupó el trono danés durante 35 años
Probablemente sea Alejandrina de Mecklenburg-Schwerin (1879-1952), Reina de Dinamarca e Islandia, el miembro de las Casas Reales escandinavas que mayor cariño y admiración despertó entre sus súbditos no solo durante el siglo XX, sino a lo largo de la historia. Pese a ser de origen alemán y ser recibida con frialdad en primera instancia por los daneses después de que contrajera matrimonio con el, por aquel entonces, aún Príncipe y futuro Cristián X de Dinamarca (1870-1947), su valeroso comportamiento durante los años de ocupación alemana, al lado de su pueblo y encendidamente en contra del régimen nazi, la convirtieron en una de las figuras más emblemáticas de Dinamarca, hasta ser considerada, junto a su marido, como un símbolo de la nación. Mujer muy cultivada, gran amante de la música y de la fotografía, y abogada de los más débiles de la sociedad, la reina Alejandrina ocupa aún hoy en día un lugar de honor en la Historia danesa. Al repaso de su vida están dedicadas hoy, pues, estas líneas.
Nace la futura Soberana danesa e islandesa el día de Nochebuena de 1879 en la ciudad de Schwerin, al norte de Alemania, concretamente en el espectacular castillo de esa ciudad. La joven, que fue nombrada Duquesa en el momento de su bautizo, era hija del gran duque Federico Francisco III (1851-1897) de Mecklenbug- Schwerin, un título nobiliario teutón de gran relevancia, cuyos orígenes se remontan al siglo XVIII. La madre de Alejandrina era la gran duquesa Anastasia Mijáilovna Románova (1860-1922), hija del Virrey del Cáucaso, el gran duque Miguel Nicolás (1832-1909), y, por tanto, nieta del Zar Nicolás I de Rusia (1796-1855). Alejandrina fue la primogénita de este matrimonio – después vendrían el duque Federico Francisco (1882-1945) y la duquesa Cecilia (1886-1954) – que se caracterizó por no pocas polémicas – el Gran Duque apenas hacía vida conyugal, una vez que pasaba largas temporadas a orillas del Mediterráneo, en Cannes, donde podía vivir con libertad, mientras que la Gran Duquesa, una mujer muy infeliz, sería protagonista de un gran escándalo en 1902, ya viuda después de la misteriosa muerte de su marido, al dar a luz a un hijo de su secretario -. Pese al tumultuoso matrimonio de sus padres, la reina Alejandría siempre los recordaría con cariño y gratitud, una vez fueron ellos los que le inculcaron, sobre todo, el amor por la cultura, en especial la música.
Los ancestros de la duquesa Alejandrina la convirtieron, una vez llegada a la juventud, en una candidata idónea para desposar con los muchos príncipes casaderos de Europa. Uno de ellos sería el príncipe Cristián de Dinamarca, primogénito del rey Federico VIII (1843-1912) y de Luisa de Suecia (1851-1926). Pese a que Alejandrina era una joven tímida y algo retraída, las crónicas apuntan a que ya desde los primeros encuentros de la pareja, auspiciados por sus padres, los jóvenes parecieron congeniar. Finalmente, y para alegría de los progenitores de ambos jóvenes – la familia de Alejandrina no solo tenía gran abolengo, sino que además era muy poderosa desde un punto de vista económico, mientras que la Familia Real escandinava aportaba la influencia política e institucional – el compromiso entre ambos se anunciaría cuando Alejandrina apenas había cumplido los diecinueve años. El casamiento se celebraría el 26 de abril de 1898, en Cannes, lugar de residencia del padre de la novia.
Alejandrina, ya casada y convertida en Princesa danesa, se traslada a vivir a Dinamarca, donde es recibida con cierta frialdad – pese a que el pueblo danés regala a su Heredero y a su esposa el Palacio de Marselisborg, en Aarhus, residencia de verano de la Familia Real danesa desde finales de los años sesenta del siglo XX – al tratarse de una extranjera. Los recién casados se instalan en el Palacio de Amalienborg, actual Palacio Real, en Copenhague, aunque pasan largas temporadas en el Palacio de Sorgenfri, a las afueras de la capital danesa.
El cambio de país no parece afectar a la princesa Alejandrina, quien en poco tiempo logra dominar la lengua danesa, para admiración de los consejeros del Príncipe. Igualmente, la Princesa encontrará una nueva afición en el cuidado de los jardines de sus propiedades. En varias cartas de este periodo, Alejandrina se muestra enamorada y satisfecha con su vida en Dinamarca, en donde disfruta de su amor por la música, llegando a fundar varias sociedades destinadas a promocionar los conciertos y la educación musical entre los daneses.
En estos años la Princesa también se preocupa por los más desfavorecidos, una tarea que más tarde, en 1914, le llevaría a fundar la asociación Dronningens Centralkomité, cuyo objetivo sería el de asistir a las familias más pobres del país, apoyando la educación de los miembros más jóvenes e impulsando la integración laboral de los adultos. Muchos consideran hoy en día esta iniciativa de la futura Reina como el germen de muchas ONG’s contemporáneas.
Los Príncipes tendrían descendencia al año de casar. El 11 de marzo de 1899 nacía el príncipe Federico, quien se convertiría en Rey en 1947 y que sería sucedido por su hija mayor, la actual reina Margarita (1940), en 1972. En 1900 la princesa Alejandrina daría a luz a su segundo hijo, el príncipe Knud (1900-1976).
El momento crucial de los Príncipes llegaría en 1912, cuando el rey Federico – quien tan solo llevaba en el cargo seis años - moría de forma repentina mientras daba un paseo por el centro de Hamburgo. Aún conmocionado, su hijo es coronado en Copenhague como Cristián X de Dinamarca.
Fue el reinado de Cristián X y Alejandrina un periodo marcado por las dos guerras mundiales. En el primer conflicto, Dinamarca se mantiene neutral, pero las consecuencias económicas colaterales para el pequeño país escandinavo son de gran calado. Especialmente la Reina se convierte en estos años en una presencia constante al lado de los más pobres y los desempleados a los que no duda en ayudar con dinero perteneciente a su dotación como Monarca. La imagen de la Soberana comienza a engrandecerse a los ojos de sus súbditos.
Pero si hay un momento que se puede considerar como esencial en la biografía de la reina Alejandrina fue la Segunda Guerra Mundial, cuando Dinamarca fue invadida por el ejército alemán. Pese a ser de origen germano, la Reina no dudo en convertirse en una de las mayores enemigas de las fuerzas nazis, llegando a estar presente en las oficinas de reclutamiento animando a los jóvenes a incorporarse al ejército. En 1946, cuando el general alemán Kaupisch, jefe de las fuerzas de ocupación en Dinamarca, se reunió con el Rey, la Reina le mostró su repulsa de forma notoria, llegando a espetarle en público: “General, jamás hubiera pensado en saludar a un compatriota en estas circunstancias tan lamentables”, provocando la ira del militar nazi. Con gestos como éste, la Reina se convirtió en un símbolo de la resistencia contra la ocupación extranjera. Es conocido que los daneses en aquellos tiempos solían exclamar: ¡Qué Dios proteja a nuestra Reina, la única alemana a la que queremos!”.
El fin de la guerra supuso el reconocimiento público de los Reyes, que fueron aclamados durante días tras la liberación del país. El Rey, que en 1942 había sufrido un accidente de equitación muy grave que lo había dejado parcialmente impedido, muere el 20 de abril de 1947. La Reina, siempre humilde, se negó a llevar el título de Reina madre, dándole así todo el protagonismo a su hijo Federico. Los últimos años de la reina Alejandrina se caracterizaron por la tranquilidad, rodeada de la música que siempre amó, y el apoyo incondicional a su progenitor, el nuevo Rey. En sus pocas apariciones públicas el pueblo no se cansó de aclamarla y mostrarle su cariño más sincero. Murió la reina Alejandrina el 28 de diciembre de 1952. Sus restos mortales descansan junto a los de su marido en la cripta de la Catedral de Roskilde.