Cada uno de los seis hijos que el rey Cristián IX de Dinamarca (1818-1906) y la reina Luisa de Hesse-Kassel (1817-1898) engendraron en su matrimonio, acabaría casándose con miembros de otras dinastías reales. Así, por ejemplo, la hija mayor de la pareja, la princesa Alejandra (1844-1925), terminaría siendo Reina de Gran Bretaña, a través de su enlace con el rey Eduardo VII (1841-1910) mientras que la princesa Dagmar (1847-1928) se convertiría en zarina al contraer matrimonio con el emperador Alejandro III de Rusia (1845-1894). Gracias a los ilustres enlaces de todos sus retoños, el rey Cristián ha pasado a la Historia de hecho como “el suegro de Europa”. En estas líneas repasamos la vida de la hija menos conocida del Rey escandinavo: la princesa Thyra (1853-1933), que se convertiría en miembro de la Casa de Hannover al casar con Ernesto Augusto (1845-1923), Duque de Cumberland y pretendiente al trono en el exilio. Esta es su historia.
La princesa Thyra de Dinamarca nace el 29 de septiembre de 1853 en el Palacio Amarillo de Copenhague. Antes que ella habían llegado el príncipe Federico (1843-1912), la princesa Alejandra, la princesa Dagmar y el príncipe Jorge (1845-1913). Después, concretamente cinco años más tarde, nacería el benjamín de la familia, el príncipe Valdemar (1858-1939). La infancia de la pequeña Thyra discurrió felizmente, si bien desde los primeros años inculcaron sus padres en ella, de igual modo que en sus hermanos, la idea de que como miembro de una Casa Real tenía una responsabilidad con su dinastía, en este caso la Casa de Oldenburgo, que implicaba que en su elección de pretendientes debería tener siempre en cuenta el futuro de la estirpe y su influencia estratégica en Europa.
Si en el caso de sus hermanos mayores esta aspiración se cumplió de manera afortunada, en lo que respecta a la princesa Thyra su consecución sería mucho más compleja. Por un lado, cuando la Princesa llegó a la edad de merecer el número de príncipes solteros en el continente era bastante escaso. Si bien esto no preocupaba a la joven Thyra, quien estaba por aquel entonces más interesada por el arte y por cuidar de su hermano pequeño, al que adoraba, la reina Luisa se mostraba intranquila sobre el porvenir de su ya única hija por casar. La Reina, que descartaba que Thyra pudiera igualar el éxito de sus dos hermanas, introducidas ya en las familias reales de dos de las potencias más importantes de la época, comenzó a devanarse los sesos en busca de un candidato ideal. Sin embargo, un grave problema haría acto de presencia.
A los oídos de la reina Luisa había llegado el rumor de que la princesa Thyra, mujer de carácter en extremo romántico, había tenido un flechazo con un oficial de la Caballería danesa, de nombre Vilhelm Frimann Marcher (1841-1872). No obstante, conociendo las veleidades de su hija, la Soberana había quitado importancia al asunto, considerándolo un simple amor de juventud, platónico y pasajero. No sería hasta el verano de 1871 cuando la realidad golpearía, implacable, a la Familia Real danesa: la princesa Thyra estaba embarazada de Marcher.
La conmoción de los Reyes fue mayúscula. El posible matrimonio de su hija con el futuro padre de la criatura estaba descartada, al tratarse de un caso de matrimonio morganático, algo impensable en aquellos tiempos. Hacer público el embarazo habría supuesto un auténtico escándalo en Dinamarca, que habría afectado al prestigio de la familia. Por ello, y gracias al consejo del hermano de la Princesa, Jorge I de Grecia, se decidió tratar el asunto con el mayor de los secretos y que la Princesa diera a luz en la lejana Atenas.
En agosto de 1871 la reina Luisa y la princesa Thyra inician su viaje a la capital helena, haciendo creer a la opinión pública danesa que se trataba de unas vacaciones a la milenaria tierra cuyo trono ahora ocupaba uno de los hijos del rey danés. El traslado a Grecia fue largo y tuvo varias paradas, primero en Rumpenheim, tierra natal de la familia de la reina Luisa, y más tarde en Corfú, donde se encontraba la residencia de verano de la Familia Real griega. Finalmente la Reina y su embarazada hija llegaban a Atenas en noviembre. El plan era que la Princesa pasara allí, en un estado de práctica reclusión, los últimos meses del embarazo, para, una vez nacido el bebé, que sería entregado en adopción a una familia griega, regresar a Dinamarca y reiniciar la búsqueda de un marido regio.
Quizás intoxicada por mensajeros de la Familia Real la prensa danesa anuncia en los días previos al parto que la princesa Thyra ha sido víctima de un supuesto brote de ictericia que la impide abandonar su residencia ateniense. Finalmente durante la Navidad de 1871 la Princesa da a luz a una niña. Una grave depresión hace mella en la Princesa, que no soporta la idea de desprenderse de su pequeña. El regreso a Dinamarca se pospone a marzo del año siguiente. Durante el desplazamiento la Princesa cae enferma de tifus y el regreso a Copenhague se retrasa hasta junio. Finalmente, la princesa, débil y triste, llega a su ciudad natal. Su amante, al que la Princesa nunca más vio, muere ese mismo año, ahorcándose, incapaz de superar la culpa y el amor, imposible, con la hija del Rey.
La reina Luisa no cejó en su empeño de que su hija casara con algún miembro de las casas reinantes europeas. Se pensó en el rey Guillermo III de los Países Bajos (1817-1890), descartado por su avanzada edad, y en el príncipe Arturo del Reino Unido (1883-1938), cuya candidatura tampoco acabaría fructificando. Finalmente, la reina Luisa creyó haber encontrado el pretendiente ideal, el duque Ernesto Augusto de Cumberland, hijo del rey Jorge V de Hannover (1819-1878). Pese a que no se trataba de una familia reinante, el estado de Hanover había sido conquistado por Prusia en 1866, el Duque poseía toda la alcurnia y la prosapia necesarias para convertirse en marido de una hija del rey escandinavo.
Todo el mecanismo de la Familia Real danesa se pone en funcionamiento con el objetivo de que la hija casadera despose. La princesa Alejandra, Princesa de Galés, temerosa de que su querida hermana se convierta en una solterona, organiza una cita secreta entre Thyra y el Duque. La amabilidad y simpatía del Duque –en menor medida su físico- dieron sus resultados, y la Princesa acabó enamorándose de él, para satisfacción de su madre. En diciembre de 1878, la pareja contraía matrimonio en la capilla del Palacio de Christianborg. Habida cuenta de que los Hannover vivían en el exilio, los recién casados se instalaron en Gmunden (Austria), donde engendrarían a seis hijos: María Luisa (1879-1948), Jorge Guillermo (1880-1912), Alejandra (1882-1963), Olga (1884-1958), Cristián (1885-1901) y Ernesto Augusto (1887-1953).
Sin embargo, pese a la felicidad del matrimonio y de las satisfacciones de la maternidad, la Princesa, convertida ahora en Duquesa de Cumberland, no deja de pensar en el drama de su juventud y en el paradero de su primera hija. La Duquesa es víctima de varias depresiones, que se acrecientan con el fallecimiento prematuro de dos de sus hijos varones. El Duque jamás llegaría a reinar, pero sí dispondría de la imponente fortuna de la familia, lo que le permitiría llevar una vida en extremo desahogada. El Duque moriría en 1923 sin haber renunciado a sus derechos dinásticos.
El destino de la hija de la princesa Thyra con Marcher jamás ha sido conocido. Algunas fuentes apuntan a que la pequeña no fue adoptada en Grecia, sino que la princesa Thyra rogó a sus padres que el bebé fuera entregado a una familia danesa, y que los Soberanos habrían aceptado la súplica de su hija. Cuando la historia fue revelada a la opinión pública del país escandinavo, varias voces afirmaron ser descendientes del retoño de la princesa Thyra. Ninguno consiguió demostrar su aseveración. El misterio pues continúa hoy en día.
La princesa Thyra murió en 1933. Sus restos mortales reposan, junto a los de su marido, en el mausoleo familiar de Gmunden.