Carolina Matilde de Gran Bretaña (1751-1775) ha pasado a la Historia por ser la Soberana de Dinamarca y Noruega entre 1766 y 1775 a través de su matrimonio con el rey Cristián VII de Dinamarca (1749-1808). Sin embargo la reina Carolina Matilde fue en su tiempo sobre todo conocida por el turbulento romance que mantuvo con Johann Friedrich Struensee (1737-1772), el médico de Palacio, que desembocaría en su aprisionamiento y el posterior divorcio del Monarca.
La princesa Carolina Matilde de Hanover nació el 11 de julio de 1751 en Leicester House (Londres), siendo la benjamina de Federico, Príncipe de Gales (1707-1751), y de la princesa Augusta de Sajonia-Gotha (1719-1772). Habida cuenta de que su padre falleció a los pocos meses de su nacimiento, la princesa Carolina Matilde fue educada de forma muy estricta por su madre, quien puso el acento sobre todo en la enseñanza de idiomas –la Princesa dominaba no solo el inglés, sino también el francés, el italiano y el alemán- y en las buenas maneras. La joven, caracterizada por unas nada desdeñables belleza y jovialidad, pronto sería el objeto de las miradas de diferentes cortes europeas en busca de pretendientes para sus príncipes. En este contexto sería en el que el embajador de Dinamarca convencería a al rey Jorge III, hermano de Carolina Matilde, para que la Princesa se convirtiera en la esposa del rey Cristián. El Monarca inglés, embaucado por la promesa del diplomático escandinavo de que su homólogo danés era un hombre bondadoso y virtuoso y convencido de que a su hermana le entusiasmaría la idea de convertirse en reina, no dudó en dar el visto bueno al matrimonio.
La boda del rey Cristián y la princesa Carolina Matilde se produjo, por poderes, en octubre de 1766. Según relatan las crónicas, la joven Princesa, lejos de mostrar ilusión con el casamiento, no paró de sollozar durante toda la ceremonia y el viaje posterior a Copenhague. Para más inri, cuando llegó a su destino, su nuevo marido no era tal y como se le había prometido, una suerte de galán, sino un joven de aspecto aniñado y quebradizo. Los rumores en la Corte apuntaban a que el Rey padecía además graves problemas mentales, que frecuentaba los burdeles de la capital y que maltrataba a las mujeres. Si todo esto era poco, la joven princesa inglesa no tendría el más mínimo apoyo por parte de la madrastra de su marido ya que ésta, Juliana María de Brunswick-Wolfenbütell (1729-1796), detestaba a su hijastro hasta el punto de que, así se decía, había intentado envenenarle para facilitar el camino al trono de su hijo Federico (1753-1805). Todo parecía en definitiva estar en contra de la princesa Carolina Matilde en su nuevo hogar.
El Rey, aunque había recibido a su esposa con algarabía, pronto perdió el interés por ella para volver a la vida de crápula que le había caracterizado durante su soltería. La Reina, pese a ser profundamente infeliz, procuró convertirse en una Soberana modelo, aprendiendo en poco tiempo el idioma danés e interesándose por los problemas de sus súbditos. El contacto con el Rey con su esposa llegó a ser tan exiguo, que serían los consejeros del Rey los que obligarían a éste a compartir la cama con la Reina para procrear a un heredero. El nacimiento del pequeño Federico (1768-1839) si bien solucionó el problema dinástico no alivió la deriva psicológica del Rey, cada vez más alejado de la realidad y con un comportamiento progresivamente más estrafalario.
Tal era la alarma que despertaba la enajenación del Soberano que un grupo de aristócratas buscaron por toda Europa, entre los mejores médicos, a alguien que pudiera sanar a su Rey. El galeno elegido fue el germano Johann Struensee que en 1768 se convertiría en el médico real de Dinamarca. Struensee, de personalidad carismática, pronto se convertiría en el mejor amigo del rey Cristián que, gracias a un tratamiento basado en largos paseos al aire libre, ejercicio físico y la abstinencia de alcohol, comenzó a mejorar de forma ostensible.
El doctor Struensee, de 30 años, alto, esbelto y con unos cautivadores ojos azules, no pasó desapercibido para la reina Carolina Matilde –las malas lenguas afirmaban que el primer encuentro entre ambos se había producido al tratar el médico una enfermedad venérea que la Reina habría contraído de su libertino marido, el Rey-, quien pronto le consideraría su mejor amigo en la Corte y el hombro en el que llorar sus penas y su soledad. A los pocos meses las visitas de Struensee a la Reina eran prácticamente diarias. En 1770 el médico y la Soberana se habían convertido en amantes. La Reina, ofuscada por la pasión y guiada por su amante, comenzó a vestirse regularmente de forma insinuante, a montar a caballo y a involucrarse políticamente en los asuntos de gobierno de Dinamarca. En 1771 –después de que, acompañada del Rey y del sempiterno Struensee, se hubiera trasladado al palacio de Hirscholm, situado en una isla cercana a la capital danesa- la Reina daría a luz a su segundo retoño, la princesa Luisa Augusta (1771-1843). Nadie en la Corte, con la excepción quizá del Rey, imbuido en su delirio, dudaba de que el padre de la criatura fuera Struensee.
Poco a poco el papel del doctor alemán dentro de Palacio fue tan grande que las fuerzas vivas de Dinamarca comenzaron a intranquilizarse. La Reina le había nombrado de hecho secretario privado del Rey, convirtiéndose así de facto en el gobernante máximo del país. Esto le granjeó no pocos enemigos –Struensee era alguien de ideas muy progresistas, a favor, por ejemplo, de abolir la tortura, la censura o los privilegios de la nobleza- quienes finalmente decidieron destruirle, revelando al Rey la relación adúltera que el médico y la Soberana mantenían.
La reina Carolina Matilde y Johann Struensee fueron arrestados de forma inmediata por órdenes del Rey. La Soberana fue enviada a la prisión de Elsinor con su hija Luisa. A su hijo, el heredero Federico, nunca más lo volvería a ver. Su amante, mientras, fue torturado para que reconociera la infidelidad. Finalmente se celebró un juicio en el que la Reina reconoció la relación con Struensee con la esperanza de que así su amado no fuera ejecutado. El intento fue estéril. El 28 de abril de 1772 Johann Struensee fue decapitado. La Reina, por su parte, fue desterrada a la ciudad alemana de Celle sin sus dos hijos quienes, según la sentencia de divorcio, deberían permanecer en Dinamarca –ambos fueron considerados como legítimos-. En tierras germanas, la Reina intentó por todos los medios volver a reunirse con sus vástagos –pretendió de hecho que su hermano el rey Jorge III de Inglaterra mediara, si bien éste se desentendió, avergonzado por el comportamiento de su hermana-. El 11 de mayo de 1775, con apenas 23 años, la reina Carolina Matilde de Dinamarca y Noruega fallecería de escarlatina. Su hermano se negaría a que sus restos fueran enterrados en la londinense Westminster Abbey. En 1784 su hijo, Federico IV de Dinamarca, se convertiría en príncipe regente y desde 1808, tras la muerte de Cristián VII, en Rey de Dinamarca y Noruega.