El pasado 15 de noviembre, la Casa Real belga celebró su Día del Rey, cita que se festeja en la onomástica de San Leopoldo desde el siglo XIX, y ocasión en la que se reúne la Familia Real. Sin embargo, la princesa Delphine no estaba en la lista de invitados encabezada por su padre, Alberto II, y por sus medio hermanos, el Rey Felipe de los belgas, el príncipe Laurent y la princesa Astrid. Cabe recordar que la escultora Delphine Boël logró, el 1 de octubre de 2020, después de un largo proceso judicial, que se le otorgara el título de princesa de Bélgica, con tratamiento de Alteza Real. Finalmente, una prueba de paternidad, que supuso un gran escándalo, demostró que ella era la hija que Alberto II de Bélgica tuvo con la baronesa Sybille de Selys. A pesar de que la justicia le dio la razón, y de las reuniones que mantuvo con el Rey Felipe de Bélgica, en el Castillo Real de Laeken, y con Alberto II y Paola en el Castillo de Belvédere, Delphine de Sajonia-Coburgo no está satisfecha y declara públicamente que no se siente “bienvenida”en su familia.
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Después del Día del Rey, la princesa Delphine subió un mensaje a sus redes sociales que dejaba en evidencia su profundo disgusto por lo que considera un trato injusto: “La prensa volvió a recordarme ayer por qué no me invitaron a celebrar el Día del Rey […] El hecho es que no soy bienvenida porque, en esencia, en el momento en que nací, mis padres no estaban casados. Vuelvo a escribir esto y alzo la voz por los niños. Ellos no eligen las circunstancias en las que nacen. Nuestra sociedad y nuestras leyes deben reflejar valores que acojan a los niños por igual, tanto si nacen dentro de un matrimonio, en terceras nupcias, en cuartas nupcias, fuera del matrimonio, adoptados o como sea”. El Rey Alberto II mantuvo durante dieciocho años una larga relación extramatrimonial con la madre de la princesa Delphine, antes de su coronación como Rey de Bélgica. Recordarán que Alberto II ascendió al Trono en 1993, después de la muerte de su hermano, el Rey Balduino.
INTRAHISTORIA DE UN ESCÁNDALO
Alberto II, tercero de los seis hijos de Leopoldo III y Astrid de Suecia, no pensó que llegaría a ser el Rey de su país. Durante años, los belgas esperaron con esperanza que sus Reyes, Balduino y Fabiola, tuvieran descendencia, pero las esperanzas se fueron diluyendo con los años. Por eso, cuando Balduino falleció, mientras rezaba en la azotea de su residencia de Motril, toda la responsabilidad dinástica recayó en el príncipe Alberto, quien, de la mano de su esposa, la aristócrata italiana Paola Ruffo di Calabria, asumió su destino y regentó su país de aquel lejano 1993 a julio de 2013, fecha en la que abdicó a favor de su hijo, Felipe.
"Constato que mi edad y mi salud ya no me permiten ejercer mi función como desearía. Sería faltar a mis deberes y mi concepción de la función real querer mantenerme en ejercicio a cualquier precio", pronunció Alberto II, de 79 años, en un breve discurso televisado. Desde hacía meses, corrían rumores sobre una posible renuncia del Soberano. Además de las razones que él esgrimió en su alocución, había otra que llevaba años levantando ampollas en la realeza de Bélgica. En 1999, el periodista Mario Danneel escribió una biografía no autorizada de la Reina Paola, en la que ya se apuntaba que Alberto II no solo había tenido un largo romance con Sybille de Selys, sino que ambos habían sido padres de una niña, nacida en 1968.
En el discurso de Navidad de 1999, el Rey de los belgas dejó caer a sus conciudadanos que había protagonizado durante años una relación extramatrimonial –se casó con Paola Ruffo di Calabria en 1959– y habló de la existencia de Delphine, pero no fue hasta muchos años después que se sometió a una prueba de ADN que corroboró su paternidad.
Por su parte, Delphine Böel descubrió la identidad de su verdadero padre cuando tenía diecisiete años. Al principio, parecía que no iba a ser tan difícil ser una más de la familia; de hecho, tuvo encuentros privados con su padre, pero poco después de hacerse pública la noticia, el príncipe Alberto dio un giro de ciento ochenta grados a su manera de proceder y negó su paternidad. Fue precisamente ese punto de inflexión el que impulsó a Delphine Boël a tomar una incómoda decisión: luchar por sus derechos por la vía judicial y solicitar, de esta manera, una prueba de ADN para que la ciencia confirmara lo que ella sabía de sobra: Alberto II era su padre.
La batalla legal comenzó en 2013, tan pronto como el Rey abdicó y perdió su inmunidad, y no finalizó hasta 2020. Fueron siete años de tensión extrema entre los representantes legales de Delphine y los de la Casa Real belga. Alberto II intentó zafarse de la realización de la prueba de ADN, pero la Corte de Apelación de Bruselas le obligó a someterse a la misma. Si no lo hacía, tendría que pagar una multa de cinco mil euros por cada día que se demorara en realizarla. El Rey terminó aceptando, aunque pidió que los resultados fueron confidenciales. Lógicamente, en cuanto los tribunales le reconocieron a Delphine, a los cincuenta y dos años, el título de princesa, así como el de Alteza Real para sus dos hijos, Josefina y Oscar –fruto de su relación con el estadounidense Jame O’Hare–, de inmediato, sin necesidad de palabras, se desveló el resultado de la prueba.
En aquellos días, el abogado de Delphine, Marc Uyttendae le, celebró la decisión familiar, pero también dibujó un claro panorama de la situación: “Una victoria judicial nunca reemplazará el amor de un padre, pero sí ofrece una sensación de justicia”. En sus redes sociales, la princesa Delphine acaba de demostrar esto mismo, cuatro años después de su victoria: sigue sin hallar un lugar cálido y cordial en su familia paterna.
LA VIDA DE DELPHINE
Por las venas de Delphine corre sangre aristocrática tanto por parte de padre como de madre. Siempre se educó en las mejores escuelas privadas de Inglaterra y Suiza. Estudió en la Escuela de Arte y Diseño de Chelsea, en Londres, y obtuvo su licenciatura en Bellas Artes con honores, en 1990.
A punto de alcanzar la mayoría de edad, su madre le reveló la identidad de su padre. Quizá ella no recordara que, cuando era niña, su padre sí estuvo presente en algunos momentos de su infancia y que incluso en alguna ocasión compartió con él unas vacaciones. Cuando decidió solicitar de su padre el reconocimiento de su paternidad, algunos sectores de la sociedad belga la catalogaron de“cazafortunas” y de perseguir, en realidad, la futura herencia paterna. Lo que después se conoció es que el empresario Jacques Boël, el padre legal de Delphine, era un hombre con una fortuna superior a la del Rey Emérito, por lo que la idea de que el único motor que movía a Delphine en sus reclamaciones era económico pareció desmontarse.
Octubre de 2020 fue el mes de los encuentros y las promesas. Tuvo mucha repercusión mediática el encuentro de Delphine con su hermano, el Rey Felipe, reunión tras la que Alberto II declaró, a través de un comunicado de Palacio, sentirse “encantado”, al igual que la Reina Emérita Paola de que los hermanos se hubieran conocido. En la misma línea de calidez y cordialidad se expresó el príncipe Laurent sobre su nueva hermana: “Sabe que nuestra puerta, la mía y la de mi esposa, siempre está abierta para ella”. Con respecto a la reunión, celebrada en el Castillo de Laeken, entre Felipe de los Belgas y la princesa Delphine, ellos mismos emitieron un comunicado conjunto para compartir con sus conciudadanos los términos en los que se desarrolló la misma: “Hablamos de nuestras vidas y nuestros intereses comunes. Este vínculo seguirá desarrollándose en un contexto familiar”.
Desde hace un año, Delphine de Bélgica muestra su disconformidad por el trato que, según su percepción, está recibiendo. Si este año, su enfado ha estallado enredes sociales, el año pasado la situación fue la misma –no fue invitada al Día del Rey–, pero trató de ser más discreta a la hora de expresar sus discrepancias con la Casa Real. En 2023, se filtró una carta de la princesa dirigida a su padre, y probablemente con copia al Primer Ministro belga, Alexander de Croo, en la que explícitamente exponía su descontento por sentir que es tratada de manera distinta a sus tres medio hermanos, el Rey Felipe, y los príncipes Laurent y Astrid. Aquella primera llamada de atención no pareció tener ninguna repercusión –si bien es cierto que el pasado julio asistió a la Fiesta Nacional de Bélgica y se la fotografió junto a los Reyes Eméritos y su familia–, porque este año su nombre tampoco estaba impreso en las invitaciones al Día del Rey. De ahí su enfado público a través del ciberespacio.